Perdida

Perdida

Quería salir de aquel lugar cuanto antes. Después de lo ocurrido no quería tener nada que ver con aquella ciudad apestada de humo, de contaminación, de ruidos. Sola caminaba entre el bullicio y me sentía tan pequeña como una hormiga entre dos elefantes, incluso debajo de un enorme sol en pleno verano, vislumbraba el cielo más oscuro que nunca había imaginado.

Todos desde lo sucedido me ignoraban y sentía que me repugnaban. Me miraban y callaban pero lo sentía en sus gestos, nadie decía nada ni se atrevía a hablarme ni dirigirme una sola palabra. Inclusive lloraban a mis espaldas por las esquinas, y yo gritaba en silencio tanta pena que me inundaba y nadie me escuchaba. Sí, yo era la culpable de todo y merecido tenía todo ese desprecio, así que nada hacía en aquel sitio, sino recordar aquella pesadilla.

Divagué durante toda la noche donde podía marchar, pero mis pensamientos solo recordaban lo inolvidable y mi mente no era capaz de pensar. Por la mañana temprano, inquieta, con la pesadilla imborrable, un hormigueo en el cuerpo y tiritando, me subí al coche, y comencé a conducir, pensando, añorando, una nueva vida, o al menos dejando atrás a aquella humilde gente que tanto sufría por mi culpa.

Tenía que coger ese maldito avión para volar, volar muy lejos. Me imaginaba sobre esas nubes de algodón dando saltos de una a otra como cuando era niña y bajaba a la tierra con una escalera infinita. Al llegar la noche buscaba las constelaciones junto al abuelo y me indicaba cada una de ellas, pensaba que la constelación de las “Marías” iban en el “carro” en busca de las demás estrellas. Así contando estrellas y mirando el cielo me dormía en un profundo sueño hasta el día siguiente cuando el sol ya quemaba con sus rayos. Quien me iba a decir que al crecer un grave suceso me cambiaria para siempre convirtiendo mi vida en un infierno.

Así fue como termine en esta ciudad. Llevo aquí varios meses y mi soledad sigue siendo igual de profunda. El cielo siempre está gris y llueve casi todos los días. Mi calle es estrecha y en frente tengo otro edificio antiguo semejante al mío .Hay grandes ventanales, cubiertos por hermosas cortinas estampadas. A pesar de ser un barrio  de clase obrera en la decoración de las casas no falta detalle. La ornamenta  por navidad es excesiva para mi gusto, lo  decoran todo como si fuera la última cosa que hubiera por hacer en el mundo Estos rubios de ojos azules y piel blanca me miran con asombro como si nunca hubieran visto en su vida una morena de ojos castaños . Sin embargo en su mayoría son gente afable, respetuosa y tranquila, aunque a veces un poco chismosos

El primer día que aterricé en el barrio  tuve la sensación de lo contrario, todos estaban absortos en sus tareas, en llegar pronto al trabajo ,en llevar a los niños al colegio ,en sacar al perro , en arreglar esa puerta que cierra mal… en fin las tareas rutinarias de cualquiera. Llegué a pensar que nadie se había percatado de  mi presencia hasta que “Gus” el perro del vecindario, comenzó a ladrarme moviendo su rabo en busca de caricias. Él fue en mucho tiempo el único capaz de sacarme una tímida sonrisa.

Todas las noches antes de conciliar el sueño solía quedarme en la ventana mirando hacia el edificio del frente como si aquello tuviera algo mágico que me atrapaba. Nunca pasaba nada fuera de lo normal,  escuchaba a esa vecina dando voces a los niños, con su empeño en que durmieran pronto, al borracho de la esquina pidiendo limosna y piropeando groseramente a toda la que paseaba en falda o con un escote mínimo. , a esa pareja de enamorados comiéndose a besos antes de partir por caminos diferentes. (Cuánto le recordaba cada vez que presenciaba esa escena…) Si todo era aparentemente corriente. Sin embargo una noche cambió todo.

Llovía intensamente con truenos, relámpagos y hasta la habitación temblaba del estruendo, parecía que el techo se iba a derrumbar cada vez que sonaba un trueno, los cristales vibraban al son de la tormenta , las puertas sacudían fuertemente bailando con el viento, las luces de la calle se apagaron,  la gente corría velozmente bajo sus paraguas los cuales se llevaba el vendaval, los niños lloraban con miedo a que un relámpago fugaz les atravesara, y poco a poco solo se escuchaba el silbido de los árboles moviendo sus grandes ramas luchando con la corriente. Cuando ya todo estaba en calma, mis párpados se iban cerrando poco a poco, sumiéndome en un vago sueño, cuando de repente, un extraño ruido me despertó. Era un sonido inexplicable procedente de la calle, y mi curiosidad quiso ir más allá. Observe por la ventana pero no vi nada en absoluto; solo algo captó mi atención. Aquella ventana permanecía abierta, a pesar del frio, y de la tormenta, estaba abierta, con alguien dentro. No sabía que allí vivía alguien pues desde que llegué aquel piso siempre había permanecido cerrado, a oscuras, lúgubre hasta en navidad, abandonado. Nunca hubo rastro de que fuese  habitable. Una sombra paseaba a lo largo de aquel cuarto pero no conseguía ver a su dueño, tan solo el vaho procedente de sus suspiros. Pensé ha llegado otro lobo solitario como yo al barrio, ojalá no venga huyendo de algo como yo. Sin saberlo en seguida me sentí
conectada a aquella persona de la que únicamente conocía su sombra.

Con el día la sombra se había evaporado y toda la calle humilde volvía a ser la misma de siempre después de la intensa tormenta.

No podía quitar de mi mente a ese individuo que no conocía de nada, al nuevo extraño vecino que ocupaba el piso de en frente y del que raramente aun nadie hablaba, excepto mi querido Gus, pues no quitaba su mirada del ventanal. Era como si Gus también estuviera conectado con él. Mi inquietud por conocerle llegó más allá y me dispuse a llamar a su puerta. Ni siquiera se había molestado en arreglar el timbre así que golpeé la puerta. Para mi sorpresa sin el más mínimo esfuerzo se abrió y algo me empujó hacia dentro.  No daba crédito a lo que mis ojos veían; Aquella casa abandonada era todo lo contrario de lo que imaginaba. Sus muebles eran una copia exacta de los que mi añorado Adam y yo teníamos en nuestro apartamento. Cuando desperté del shock  saludé y busqué por aquellos amplios pasillos que me resultaban tan familiares. No había nadie, e inmediatamente salí corriendo de allí como una bala.

Adam nunca pude olvidarle, pero todo fue mi culpa, por eso le perdí y ya nunca más podría recuperarle. Pensé que viniendo a este lugar ya nada podría recordármelo, creí que conseguiría borrarlo todo de mi cerebro, pero no, esa fotografía era imposible de quitar del disco duro. Ese pequeño detalle de los muebles me hizo revivir todo lo vivido con él en cuestión de segundos. Nadie puede llegar a imaginar todo el amor que teníamos el uno por el otro, cuánto cariño derrochábamos a nuestro paso, sus abrazos me tranquilizaban tanto, no precisábamos de palabras para saber como estábamos, pues con mirarnos ya lo sabíamos todo.  Pero un día se marchó de mi vida para siempre, sin más, y todo fue por mi gran error, que nunca me abandonaría. Volvió a mi ese gran nudo en el estomago esa rabia contenida de dolor inmenso, esa enorme pena  y ese gran dolor de vacío que me dejó; como echaba de menos sus caricias ,su abrazos, incluso cuando se enfadaba por pequeñeces, sus bromas, ver sus enormes ojos verdes, esos ojos que me hipnotizaron cuando le conocí. Grité intentando expulsar todo aquel dolor, grité inclusive su nombre por si me escuchaba desde algún lugar, pero  mi dolor no se esfumaba, y con los ojos cubiertos en lágrimas, caí rendida en mi cama.

Parece ser que al nuevo vecino le gustaba tocar la batería  a altas horas de la madrugada. Esos platillos me despertaron de un golpe, pero estaba tan deprimida que ni me molesté por ello. Estaba tan agotada que no era capaz ni de mover un solo dedo, pero no paraba de tocar aquella batería tan fuerte, que sonaba tanto como aquellos truenos, era algo fuera de lo común, pero nadie decía nada, parece que todos se hubieran marchado y solo yo le escuchara. Con una fuerza sobrehumana me levanté de un brinco y asomé ligeramente por la ventana. Esta vez pude ver la figura del individuo que parecía observarme a mí también, que descarado pensé. Ahora ya no tocaba la batería, se vislumbraba un enorme piano de cola, con una lenta y suave melodía, dios mío…… ¡no podía ser!, ¡no podía ser! Estaba tocando nuestra canción.

Me estaba volviendo loca, todo me parecía demasiada coincidencia. Aquel individuo u era el doble de Adam o  me conocía muy bien y me  estaba gastando una broma macabra.

Tenía que averiguar quién era, a quien correspondía esa sombra. Esa misma tarde justo antes del anochecer fui de nuevo a su casa, esperando que alguien abriera la puerta.

Inconsciente, si nunca cerraba la puerta con llave alguien le robaría. Algo me empujó una vez más hacia el interior de la casa. Un pasillo enorme y esa maldita decoración evocando mis recuerdos. Esta vez tendría más suerte, ese personaje tocaba de nuevo el piano, otra vez nuestra melodía, esa que solo Adam sabia, esa misma que el compuso para mí.

Desde que murió en el accidente me sentí vacía  y ni siquiera el sentir aun el olor en su ropa llenaba la enorme soledad que me invadía. Todas las tardes le esperaba como si algún día fuera a volver, creía escuchar la melodía, pero no, todo eran los deseos de que nunca hubiera sucedido. Yo le maté, yo era la que conducía, la que por mi locura conducía ensimismada en una nube, de camino a aquel viaje soñado por los dos. Mi despisté  le maté, no pude ver al otro vehículo, la luz inmensa me cegó  completamente. Yo tuve la culpa de todo y me sentía incapaz de mirar a su familia a los ojos. Nunca más escucharía sus bromas, sus enfados, su melodía, nunca nadie más me llamaría como el solo me llamaba cuando estábamos solos. Nadie escribiría mas notas en clave que escondían una sorpresa con mil besos esperándome.

La melodía seguía sonando, pero no debía de echarme atrás. Ese enorme pasillo estaba cubierto de rosas azules  con motas blancas, como las que Adam compraba en la floristería de la esquina, cada pétalo tenía un número,  dígitos correspondientes a la clave que utilizábamos y únicamente conocíamos nosotros, para decir te quiero. En la pared había un enorme espejo, lleno de polvo, y mi sentido del orden, de la limpieza, o quizás mi intuición me llevo a coger un trapo y limpiarlo. Cada vez me invadía mas la sorpresa y el temor pues no sabía que estaba ocurriendo, nadie sabía nada de nuestras claves, nuestra melodía, y esto fue la gota que colmo el vaso. En aquel cristal  estaba escrito mi nombre, Clara, junto a una dedicatoria, mi querida estrella, así me llamaba él cuando estábamos solos.

Al fondo del pasillo una enorme luz intensa salía tras la puerta, mis pies trataban de caminar hacia allí pero no podía, un  huracán me empujaba atrás, y la voz de Adam me llamaba, pero choqué ese enorme mueble hasta perder el conocimiento.

Me despierto y noto sobre mis cabellos una mano grande y robusta, y una voz cálida, un foco me deslumbra, y esos ojos verdes me están mirando de nuevo. Es Adam ,después del accidente quedé en coma y todos los días ha ido a verme recordándome todos nuestros momentos vividos, tocando aquella melodía, nunca me ha abandonado, pensó que me había perdido, pero al despertar sus ojos han vuelto a brillar de alegría.




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