TODAS PUTAS, TODAS CENICIENTAS
“CUANDO las miradas de Charles Page y Alfred Bradford se encontraron en aquella fiesta reservada solo para hombres, ninguno de los dos intuyó que seis meses más tarde se darían el ‘sí, quiero’ en la capilla de un hotel en Las Vegas. ‘Charly’, además de sus honorarios como arquitecto, aportaba al matrimonio dos hijas, Lara y Rachel; ’Alf’, un funcionario de sueldo fijo y horario de oficina, tenía en custodia a su sobrina Jessica, huérfana de padres, a la que todos llamaban ‘Cenicienta’. Para más dicha de la pareja, las tres damiselas se llevaban muy bien entre ellas. Las niñas, cuya ingenuidad había sido fagocitada por sus efímeras infancias, ocupaban su tiempo de compras, moldeando sus cuerpos en el gimnasio o hablando por el móvil. En su día a día se imponía la diversión, la exaltación del presente y la búsqueda del placer más intenso. No había celebración que no se dignificara con su presencia. Por eso, cuando el grupo británico Queen llegó a la ciudad para presentar su último trabajo discográfico, al buzón de las adolescentes también llegaron tres invitaciones. La cita, un 31 de octubre en el Hotel Fairmont.
Una semana antes del evento, las tres jovencitas ocuparon su tiempo en la elección de los trajes que lucirían en aquella fiesta que prometía ser inolvidable. Lara, la mayor de las tres, eligió para la ocasión un vestido negro con escote de encaje que dejaba entrever sus senos, aliviados de la injusta gravedad por un corpiño armado, también negro, con bretel desmontable y detalles en la copa. La descarada juventud de Rachel, de apenas dieciocho primaveras, se perfiló con una camisa de gasa negra, un sujetador color magenta y una falda corta de cuadros escoceses. Y ‘Cenicienta’, la más atrevida de las tres, combinó un vestido blanco atado al cuello que dejaba la espalda totalmente al descubierto con un par de zapatos de cristal de tacón interminable. En la fiesta, bautizada con el nombre de ‘Noche de sábado en Sodoma’, se citaron más de cuatrocientos invitados llegados de todo el mundo. Las tres jovencitas acudieron al hotel en una limusina de color blanco conducida por un chofer negro. Nada más entrar, un grupo de siete enanos con aspecto hermafrodita y nombres tan curiosos como Doc, Dopey, Sleepy, Grumpy, Sneezy, Happy o Bashful, las recibió con bandejas repletas de cocaína que portaban en sus cabezas, traída expresamente desde Colombia y cuya calidad había corroborado el propio Freddy Mercury, anfitrión de la fiesta. Drag queens y strippers transexuales bailaban mientras camareros y camareras completamente desnudos servían ricos manjares; tampoco faltaron contorsionistas, y faquires, y una mujer que se ofrecía a decapitarse mientras un tipo de aspecto andrógino se dedicaba a arrancar con la boca la cabeza de pollos vivos. A la fiesta también acudió Blancanieves, que no se separó ni un instante de su ‘espejito mágico’, y Bella, y Sirenita, que luchaba con Caperucita Roja en una piscina de barro y vísceras. La velada estuvo amenizada por unos músicos que, llegados desde Bremen, tocaban las canciones del grupo. Y entre drogas, sexo y rocanrol la fiesta transcurría con total normalidad. Freddy quedó prendado por la belleza de la joven ‘Cenicienta’. Cuando el reloj marcó las doce de la mañana, Lara y Rachel regresaron a casa. Y la fiesta, como todas las fiestas, se grabó en video y se colgó en Internet. Aunque ‘Cenicienta’, la más atrevida de las tres, quiso continuar la juerga y acompañó al grupo en su gira mundial. Dos años más tarde regresaba a casa con un bebé en sus brazos y un sinfín de historias que contar”.
Fragmento extraído del libro “Todas putas, todas Cenicientas”, de la escritora Jessica Bradford en el que narra sus años de “groupie” con el grupo Queen. Un libro con el que la autora quiere mostrar al mundo las consecuencias de una adolescencia de excesos y desenfreno desmesurados.
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