EL ÁRBOL DE CLARA

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EL ÁRBOL DE CLARA

Como cada dia durante el desayuno, Clara miraba el abeto embobada. Le encantaban los árboles, y a pesar de que aquel abeto ya formaba parte de su paisaje, ese paisaje que veía desde la ventana de la cocina cada mañana durante el desayuno, siempre se quedaba anonadada cuando lo miraba.

Después de estar mucho tiempo pidiéndolo, por fin su padre se había decidido a plantar uno en el jardín de casa y eso la había hecho muy feliz.

El árbol había crecido mucho y muy rápido en pocos años. Era muy alto, en su copa habían anidado pajaritos, y sus ramas parecían brazos como queriendo alcanzar el cielo. Le encantaba ver como se movía los días de viento, y soñaba con que crecerían juntos y serían amigos para siempre.

—Muy pronto llegará la navidad, y hay que comprar el árbol. ¿Me ayudarás a elegirlo y a decorarlo? —le preguntó su padre, consciente de que eso a su hija le haría mucha ilusión.

—¡Claro! Esta tarde cuando salga del cole lo podemos comprar y decorar —contestó Clara muy emocionada.

—Jajaja. Sabía que te iba a encantar la idea. Pero  papá trabaja esta tarde, así que iremos mañana sábado a comprarlo ¿Vale? —le dijo su padre.

—Vale —aceptó Clara cariacontecida.

Su padre trababa en una fábrica de cerámica, era el encargado que pintaba y decoraba fruteros y jarras artesanalmente; gracias a eso, entre los dos habían hecho los adornos del árbol, y aunque a Clara le entristeció un poco no poder decorarlo esa tarde,  no dejó de pensar en que lo haría al dia siguiente, y así, casi sin darse cuenta, el día había pasado volando ya estaba arropada en la cama.

A la mañana siguiente, Clara se despertó más contenta que nunca.  Esa tarde, iría con su padre a buscar el árbol de navidad para ponerlo en el salón de casa. Una vez colocado, lo adornarían con muchos objetos que ella y su padre habían pintado y decorado las últimas semanas.

Mientras miraba por la ventana su precioso abeto del jardín, sonrió pensando que era la primera vez que su padre iba a dejar que lo acompañara a recoger el árbol a la tienda, y eso significaba que ya era mayor. Clara estaba realmente entusiasmada.

Esa mañana hacia mucho frio, y al llegar al vivero el frío se hizo más intenso todavía. Allí había cientos de arbolitos colocados en  hileras que esperaban una familia que viniera a buscarlos.

La mano de su padre la mantenía a salvo del frío de esa mañana de diciembre, pero dentro sentía un extraño temblor.

Vino a atenderlos un señor muy amable que, después de buscar una pala, les pidió que lo siguieran.

—Hija, este año tendremos el mejor árbol de navidad del lugar —le dijo su padre muy orgulloso.

Pero cuando Clara vio cómo el hombre arrancaba aquel pequeño arbolito de su sitio, se sintió muy triste y comenzó a llorar desconsoladamente. Por mucho que su padre intentó calmarla no lo consiguió. A tal punto llegó su exasperación que tuvieron que abandonar el vivero sin haber comprado el árbol de navidad.

Nada calmaba a Clara. Se pasó el resto de la mañana y toda la tarde llorando y gritando, y preguntándole a su padre por qué le hacían eso a los pobres arbolitos. Su padre intentó explicarle que se trataba de una tradición navideña y que ellos habían sido sembrados y cuidados con ese objetivo, que esa era su misión en la tierra. Al escuchar eso, la tristeza de Clara se convirtió en ira y le dijo:

—¿Su misión? ¿Y cuándo esos arbolitos decidieron que esa sería su misión?

—Pero Clara…

—¿Talarías nuestro abeto del jardín por qué es una tradición navideña? —le interrumpió Clara.

Su padre se quedó callado. No sabía que responder a aquella pregunta.

No hubo nada que pudiera decir para convencerla. Todos los intentos de su padre eran vanos. La decepción que invadía a la niña la llevó a encerrarse en su dormitorio. Durante días, solamente salía para comer, porque su padre la obligaba, y se pasaba el resto del día aislada e inaccesible.

Una tarde, cuando su padre ya no sabía qué hacer con ella y casi se había dado por vencido, Clara lo llamó desde su habitación. Al entrar en ella descubrió que la niña había estado montando un arbolito navideño precioso; y lo había hecho tan solo con objetos que estaban en su habitación.

—¿Ves cómo podemos tener un precioso arbolito sin dañar a otros seres vivos? —le dijo con una hermosa sonrisa.

Su padre la abrazó con ternura y comprendió lo equivocado que había estado.

Pero la lección de su hija no se quedó solo en esa experiencia. Al día siguiente, mientras su padre estaba en el trabajo, Clara cogió todos los adornos y las luces que tenían y los llevó al jardín. Cuando su padre llegó del trabajo, vio que su hija había convertido el abeto en un precioso árbol vivo y navideño, se sintió orgulloso de ella y le prometió que nunca jamás talaría un árbol.

A partir de ese año y cada navidad, padre e hija organizan un taller de manualidades para que todos los niños del barrio monten su propio arbolito de navidad sin tener que ningún talar un árbol.

Por las noches, los vecinos se reúnen alrededor del abeto del jardín, bailan y cantan canciones a las que se unen unas ardillas y un coro de pajaritos que viven en su enorme e iluminada copa.

Su barrio es ahora el más verde de toda la ciudad.




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