―VILLAENCINAR DEL ARZOBISPO―
En este rincón de la Cordillera de Sierra de
Segura, situado escasamente a unos 65 kilómetros de la Provincia de Jaén, se encuentra sobre elevaciones el
municipio de Villaencinar Del Arzobispo,
un pueblecito rural de casas empedradas, dispuesto sobre un vertiginoso macizo
de la montaña.
El paisajístico del entorno, lo conforma el
pantano del Salto de la Virgen, llamado
así por una historia de una princesa árabe que forzosamente querían casar con
un el jefe de otro reino. Tanto fue su desesperación, que decidió una noche
saltar al vacío del acantilado, muriendo ahogada. Muchos de los que pescan,
afirman oír cantos de una mujer. Sus aguas azul turquesa, bañan las orillas de
la roca, que, de manera natural, que es zona de disfrute de residentes y
visitantes, triplicando la población de en
los meses de estío.
D. Demetrio el alcalde, lo tiene limpio. La vida trascurre en
sosiego para los lugareños; bueno, no todos gozan de él, D. Demetrio, que ya es un hombre de avanzada edad, se las tiene que
ver con D. Isidro, un joven alcalde
del pueblo vecino, que, gracias a su padre, alcalde saliente, dispuso dejar a
su hijo el sillón Consistorial, pesar del desacuerdo de muchos de los
habitantes. D. Isidro de algún modo
pretende revitalizar la comarca y apostando siempre por un aire renovador, pues
siempre fue poco amigo de todo lo que huela a tradicional, rural, etc.
En cierta ocasión vinieron unos técnicos de la
Gobernación haciendo mediciones por todo el pantano. Alertado D. Demetrio de aquellos señores que
habían venido con personal cualificado y que estaban instalados en la playa,
fue a toda prisa en el furgón del jardinero municipal. Una vez que llega hasta
el equipo de personas que estaban descargando materiales de unos camiones,
pregunta con aire de autoridad:
― ¿Qué es todo esto? … ¿Qué está pasando aquí? , ―Dijo
el anciano jadeando por la rapidez de la carrera―. En el preciso instante que
se disponía a contestar el Arquitecto jefe, sale de entre aquella multitud D. Isidro el alcalde del Cortijo Doña Sinforosa con tono afable,
diciendo:
―Hombre…, con
usted quería yo hablar D. Demetrio. ¿Se acuerda de aquella petición que
solicité debidamente cursada al Gobierno de Madrid de pedir la parte proporcional
del pantano que baña Cortijo Doña Sinforosa? Pues bien, han estudiado el caso y
los del Departamento de Territorio creen
que es de justicia que esta parte del pantano del Salto de la Virgen es legal y geográficamente nuestra.
D. Demetrio no daba crédito a lo que oía, y solo repetía:
―Eso habrá que verlo! ―. Y prosigue diciéndole al joven alcalde a
continuación:
―Eres un toca
narices envidioso de nuestro Pueblo, que dispone de mayor parte del pantano. No
sabes nada de política ni sabrás en tu jodida vida. Ya quisieras parecerte el
pelo a tu padre, ―que en Gloria esté―. Ese sí que era un alcalde como la copa
de un pino; y no un espantapájaros como eres tú.
Mientras el viejo alcalde perdía los nervios increpando con severidad
al joven Isidro, éste sonreía con
ironía, ―provocando aún más su acaloramiento―, mientras le grababa con el móvil
todos aquellos improperios con el fin de utilizarlo como arma arrojadiza en sus
ya conocidas cruzadas.
Se acerca el jefe del proyecto, al oír las voces, y
con intención de mediar entre los dos rudos políticos y poner una nota de
cordura, aclarando el motivo por el que estaban allí. Dice así:
―Buenos días,
Señor alcalde. Mi nombre es Matías Serrano para servirle, ―y prosigue su discurso
al ver que el viejo alcalde no hace intento y estrechar su mano―. Discúlpenos que hayamos venido así casi sin
avisar. Entiendo que teníamos que haber comunicado a través de una misiva a
ustedes que son el municipio más próximo al pantano. Acepte de nuevo mis
disculpas y aprovecho que les tengo aquí como representantes de las dos
localidades competentes, para comunicarles que tengo el gran honor de
informarles de la inminente intención del Gobierno Andaluz de acondicionar la
zona para el proyecto de construcción de la futura Presa del Salto de la
Virgen. Por supuesto todo esto generará la sostenibilidad laboral de muchos
puestos de trabajo que dependerán de la Presa.
Le interrumpe el
joven alcalde con una interrogante:
―Y… ¿De cuánto tiempo estamos
hablando? …, la fase de
construcción, claro está.
El Sr. Matías le dice: ―Hay un plazo inicial de entre 6 u 8 meses a
partir de este mes que comienza hoy.
Responde el alcalde D. Demetrio fuera
de tono:
―Ustedes, no hagan nada ni sigan descargando materiales hasta que yo
vuelva, porque voy a resolver a Jaén que parto ahora mismo; ―le dice al
grupo de personas―; y contigo ya hablaré
más tarde porque pienso dar mis quejas a la Mancomunidad de Sierra Morena.
―Le dice al joven alcalde señalándolo con un dedo amenazador―. Y le dice al
jardinero del ayuntamiento, ―que observaba con asombro la escena:
― ¡Vamos José Luis! Que tenemos mucha faena hoy que hacer. Y se marchan hacia la furgoneta
murmurando todo lo ocurrido en la playa.
Lo acontecido se había corrido
como la pólvora por todo el pueblo, ―gracias al discreto José Luis el jardinero―, y algunos hombres en la plaza de La Concepción discutían a favor y en
contra de la construcción de la controvertida Presa mientras jugaban a la
petanca. Tobías el rechoncho carnicero decía que sería favorable la
construcción porque traería turismo y el pueblo recobraría vida, incluso en los
meses invernales. Por el contrario, Jesús
Mari el viejo farmacéutico, le replica hablando con medio labio, ―temiendo
que cayera su desgastado puro―, diciendo:
―Pues yo no lo
termino de ver. Esa obra acabará con
el turismo de nuestra playa, porque la gente temerá chapucear en un embalse de
cemento y no en un pantano como es su origen. Alfredo el Guardia Civil dice con cierta soberbia:
― ¡No hay presa
que valga! Que los saltos de agua de la presa me asustaran a los peces y ya no
podré pescar por las noches. Y dice:
―Mientras yo sea aquí la autoridad en Villaencinar, no voy a permitir
semejante desastre natural…; ya se pueda poner D. Demetrio en cruz;
―decía ante la atenta mirada de los demás que pensaban a una que este hombre se
había quedado en otra época.
En ese momento, se oye subir
por la calle de adoquines el coche del alcalde que había pasado toda la mañana
en Jaén; llamando a todos los
ministerios con la intención de paralizar el proyecto de la Presa, su mujer Doña Virtudes
le había acompañado para aprovechar el improvisado trayecto y hacer
sus compras en el centro comercial mientras su marido estaba a sus cosas. No debió de haberle ido muy
bien a D. Demetrio porque, aún desde
la distancia, se le oía discutir con sus esposas dentro del coche. Al detenerse
el coche delante de la camarilla de amigos, sale Doña Virtudes en
silencio, cabeza en alto con innumerables bolsas de la compra; diciendo:
―Buenas tardes.
Responden todos con moderada voz:
―Buenas tardes Doña Virtudes.
Se baja malhumorado el alcalde y se pone a mirar la
carrocería del coche, pensando que aquel arañazo no estaba ahí. Rompe el
silencio Jesús Mari el farmacéutico,
―que veía que el alcalde se había quedado en silencio:
―Vamos Sr. alcalde, cuente que ha
pasado. El alcalde le mira y dice:
―Qué va a pasar Jesús Mari…,
que tendremos que tragarnos la píldora de la presa por narices. Ahora esta me
la paga ese villano de Isidro.
Pasaron unos meses y las obras de la presa
continuaron. El pueblo se vio interrumpido en su tranquilidad por el paso
continuo de camiones y maquinara de construcción. La presa ya estaba casi
finalizada y era impresionante la colosal obra de ingeniería de una estructura
de hormigón de tanta envergadura. Un día los habitantes de Villaencinar del arzobispo se
levantaron con la sorprendente imagen de su pantano al mínimo de su capacidad.
El alcalde Isidro del pueblo de al
lado, había sido nombrado por la Mancomunidad de municipios como gestores de la
actividad de la presa, a lo que el alcalde progresista sacó buen provecho de
esta circunstancia para acaparar un mayor nivel del agua, abriendo las
compuertas de contención y traspasando el mayor caudal hacia el otro lado de la
presa que pertenece al pueblo del Cortijo
Doña Sinforosa dejando los niveles de la parte del pantano que pertenece a Villaencinar del Arzobispo a menos del
30% de caudal. Los vecinos, a los que les unía un vínculo muy especial con su
pantano, no podían creer la impunidad de la mala acción maquinada por el pueblo
vecino e en concreto por su alcalde D.
Isidro. Fueron alertando a todos los vecinos del municipio puerta por
puerta y avisaron al Sr. alcalde que
estaba reunido esa mañana en un pleno ordinario. Decidieron todos a una, capitaneados por Alfredo el Guardia Civil, quien propuso la iniciativa de pedirles cuentas al alcalde de al lado de su fechoría que no
tenía precedentes. El enfado de los vecinos se hizo colectivo y marcharon
reivindicativos a pedir que se les devuelva lo que ha sido siempre y es suyo.
Montaron en coches, el alcalde puso a disposición de los vecinos que no tenían
transporte el autobús escolar. Algunos fueron en sus tractores y los más
jóvenes fueron en bicicleta, pues Cortijo
Doña Sinforosa estaba a tan sólo 6 kilómetros de distancia.
Mientras tanto, estando el joven alcalde reunido con
el técnico de Urbanismo en su despacho planificando la re ordenación de una de
las calles del municipio, llama su secretaria por el Interfono y le dice:
―Perdona que te moleste Isidro. Hay
aquí un grupo de vecinos de Villaencinar que
quieren verte.
―A lo que dice el alcalde:
―Hazles pasar a
la sala de visitas y les dices que esperen que estoy tratando un asunto de
importancia. ―El alcalde no tenía ni la menor idea de lo que se le venía
encima―, pues imaginaba que eran algunos miembros de una asociación o el
colectivo de ecologistas que habían pedido cita para entrevistarle. Los vecinos
estaban tan encendidos, que no quisieron obedecer las instrucciones de la
secretaria que les había pedido que pasaran a la sala de espera. El alcalde Demetrio sin contener el disgusto y
conociendo los entresijos del consistorio, les dice a sus vecinos:
―Venid por aquí;
aquí tiene la guarida el zorro éste. Los vecinos le siguieron todos por el
pasillo hasta donde el alcalde tenía el despacho.
Al oír el alcalde el tumulto que se acercaba, hizo
mandar callar al concejal de Urbanismo en su exposición. Se levanta hacia la
puerta y ve a casi todo el pueblo de al lado que venía hacia él profiriendo
insultos y gritos. El guardia civil del municipio quiso contener a la multitud,
pero era arrastrado, mientras su compañero Alfredo
del pueblo vecino le pedía que se echara a un lado que no iba a pasar nada
fuera de la ley. Le dice el alcalde Demetrio a su alcalde vecino:
―Isidro, esta
canallada no tiene límites. ¿Con qué derecho te atreves a vaciar nuestra parte
del pantano si la ley ya dictaminó vuestra parte de la nuestra? Te voy a
denunciar y se te van a caer esos aires de superioridad que tienes. ―Le
dice al joven que escucha sorprendido por la presencia de todos los vecinos de Villaencinar. Y prosigue:
―Has dejado sin
agua un pantano que históricamente nos pertenece desde siempre; algo que tú no
has soportado nunca. Y las orillas del agua llegaban al mismo pueblo y ahora lo
has vaciado con no sé qué criterio y ya no podrán los vecinos bañarse el mes
que viene que comienza el verano, ni las señoras podrán bajar a lavar. El
alcalde joven Isidro, hizo callar a
todos que no paraban de gritar, y cuando se hizo el silencio, dijo intentando
justificar la acción:
―Haber, escuchen
por favor. Esto no tiene sentido que pueda estar pasando. No pueden asaltar un
edificio público entre gritos y faltar el respeto a una autoridad como yo. ―El
alcalde Demetrio le miraba moviendo su cabeza como con ironía cuando escuchó la
palabra autoridad. Prosigue su defensa:
―Lo único que se
ha hecho es trasvasar agua a éste otro lado de la presa para gestionar durante
todo el periodo veraniego los riegos y consumo en poblaciones y aldeas
colindantes, recuerden que la Mancomunidad de Municipios, nos otorgó la gestión
de la presa y tenemos que ser fieles veladores de los intereses del agua para
todos. Y le grita Alfredo el
Guardia Civil:
―Pero esa agua nos pertenece por derecho a nosotros
que somos y hemos sido sus veladores de toda la vida. ―Dijo impetuoso el
bigotudo agente. Jesús Mari el
farmacéutico, ―que era un hombre curtido en letras y parecía ser más
protocolario en sus formas―, le dice al alcalde:
―Isidro,
sabemos que cierto es que sois los gestores del agua del pantano y de la presa,
pero reconoce que al menos podías haber comunicado la acción de dejarnos con
los niveles de agua al límite y no levantarnos una mañana y darnos cuenta por
la poca presión de los grifos de casa. Haberlo comunicado con antelación para
que los vecinos estuviéramos precavidos y hubiéramos recogido agua en depósitos.
Dijo José Luis el jardinero
corroborando las palabras del farmacéutico:
―Eso es cierto, yo me he tenido que duchar esta mañana
con un hilo de agua por la canallada que habéis hecho.
Dice
el alcalde de Villaencinar como
colofón:
―Escucha bien Isidro.
Si hoy no restituyes el agua de Villaencinar,
haré una convocatoria vecinal y estos señores y yo iremos al pantano a abrir el
agua de las compuestas nosotros mismos para recuperar los niveles del caudal.
Tienes hasta mediodía. Sabes que cuando digo una cosa, la hago.
El alcalde de Cortijo Doña Sinforosa se quedó callado
ante aquel pelotón de gente que estaba dispuesta a cualquier cosa con tal de
recuperar el agua de su pantano. El alcalde hizo ciertas gestiones a los
técnicos gestores de la presa, ―temiendo la cabezonería de aquellas gentes tan
pueblerinas―, que, sin ningún tipo de dudas, serían capaces de abrir los
conductos del agua de la presa y ocasionar un desastre mayor.
A la mañana siguiente
se podía oír desde el pueblo de Villaencinar Del Arzobispo el correr
del agua que aliviaban por las trampillas a su
estado original y volviendo el caudal a su normalidad. La catarata de agua
espumaste estuvo toda la mañana vertiéndose a este lado del pantano.