El Regreso a la Vida
Que ganas de que llegue el invierno. Estamos en plena ola de calor de un julio achicharrante y agotador. Desde la piscina se lleva bien sin embargo los trayectos cortos por la calle se hacen interminables y pesados, además de casi prohibidos para mí.
Mis estancias en el hospital cada vez se me hacen más largas, estoy deseando regresar al pueblo las veces que acudo. Estoy en la última sesión de este ciclo con la esperanza de que sea la última del tratamiento.
Regreso a casa, mi paz, mi descanso. Tras la sesión de hoy me invade la esperanza de la recuperación. Bostezo, me echo en el jergón que tengo por cama y caigo en un sueño aletargado que me produce una inactividad propia de un animal.
Llego a la cumbre, una montaña más culminada. Repito esa sensación tan gratificante e indescriptible, la que me hace sentir poderoso, grande y único. Me siento amigo de ella, nos cuidamos y una vez más prometo volver. Llegar a casa tras haber sentido tan profunda sensación me hace feliz. Me ducho y salgo a buscar a algún colega con quien compartir mis emociones y tengo suerte porque me encuentro con el Jabalí y el Carlitos que han salido al cañeo.
Han llegado hace días de una expedición en Picos de Europa. Están teniendo buena temporada, ambos son guías de montaña y este año está cayendo nieve a cañonazos. Aprovechamos para intercambiar aventuras y algún chisme.
Regreso a casa, como y tras veinte minutos rigurosos de siesta para apaciguar el plato de puchero metido entre pecho y espalda cojo la bici, esa que me proporcionaba el aire libre en la cara que necesito; respirar y sentir la naturaleza en su estado más primitivo.
Nunca he entendido cómo hay paisanos que no regresan en su mochila con todo lo que llevan en ella. Se olvidan una gran carga inhumana de basura de todo tipo dejando una montaña sucia y haciéndola perder todo su encanto en algunas zonas. Faltan campañas de concienciación y respeto y algún escarmiento que otro. La montaña nunca lo haría con nosotros. En fin, una reflexión mía pues no comprendo ciertas actitudes.
Empezamos semana y vuelta a la rutina. Durante mi curro monótono en la cadena de montaje repaso cada movimiento de las ascensiones que quiero hacer. Tengo varios proyectos en mente y mi propósito es hacerlos.
La semana va rápida alcanzando el sábado antes de lo que me imagino. Ese día me había levantado torcido, malhumorado. Realmente no había causa alguna que lo justificase aunque hacía tiempo había dejado de intentar comprenderlo porque esta sensación se había repetido en dos ocasiones anteriores y no encontraba el por qué. Me centro para revisar todo el material por última vez: casco, cuerdas, arneses, cintas, magnesio, ropa de recambio, buen calzado y mosquetones. Me despido de mi chica, prometiéndole que volveré pronto. Ya es un ritual.
Cuando bajo a la puerta de casa, ya me están esperando los colegas; nos toca Picos de Europa. Ya lo hemos hecho en otras ocasiones aunque voy tan emocionado como siempre que voy a trepar.
El viaje en la furgo se me hace eterno. Unas horas de viaje en las que sentía algún que otro retortijón. No eran nervios, esos los conocía perfectamente. Se me pasa en el momento en que mi colega para el vehículo.
Preparamos la ascensión con el rito habitual y para arriba. Miro el final del Pico, cierro los ojos y pienso que en unas horas estaremos por allí. Comenzamos a andar y avisto un pedregal cargado de nieve. Las botas se deslizan suavemente por una alfombra limpia y virgen de polvo blanco. Su estado está como a mí me mola. Comienzan las primeras cordadas y en una de ellas siento un dolor de cabeza acompañado de un mareo. Siento el brazo de Jose que me agarra, preocupado por la situación. Me es inevitable seguir estando consciente y desde ese momento cierro la memoria no sin antes sentirme seguro; estoy en buenas manos.
Despierto desorientado y con los ojos de mi chica contemplándome preocupada; al lado mis padres. No reconozco el habitáculo; miro a ambos lados y lo reconozco como la habitación de un hospital. Abro los ojos todo lo que puedo a modo de pregunta. En seguida entran dos batas blancas que se posan a mi lado y aclaro la duda al instante sin necesidad de una explicación verbal.
Comienzan a relatar la historia de mi vida que me había perdido durante esos días. Al parecer y tras el mareo, Jose me sostuvo como pudo hasta que entre él y Pablo consiguieron descolgarme. Avisaron al Equipo de Emergencias, el cual no tardó en acudir a auxiliarnos. De ahí al Hospital para comenzar con infinidad de pruebas hasta que detectaron un cáncer de colón, lo cual no les fue difícil localizarlo.
A partir de ese momento y tras contarles mis sensaciones de los últimos días, comencé a digerir una noticia como un bofetón que me venía de repente. Como cuando de pequeño contestabas a tu madre y te calzada una pequeña bofetada que te servía para recapacitar y siendo efectiva para no repetirse en más ocasiones, al menos en un tiempo.
Tras varios días de estancia en Hospital, volvía a casa para descansar y con las pautas necesarias para varios meses. Y ahí comenzaba un periplo de mi vida que nunca había entrado en mis planes.
Olvidar la montaña por un tiempo me iba a resultar difícil. Ir sólo para dar un paseo y volver a casa se me hacía poco. Visitas frecuentes a médicos, tratamientos nefastos que me dejaban sin aliento y me comían la vida. El malhumor me visitaba muy a menudo y mi familia se cargaba de grandes dosis de paciencia y cariño para aguantarlo y apaciguarme cada vez que me venía una sobrecarga de pesimismo o por el contrario la euforia descontrolada de mala leche. Mi vida era un vaivén de emociones, tenía picos que me hacían insoportable y el dolor era insufrible.
Los días se eternizaban porque aunque buscaba tareas para estar entretenido, nada conseguía mantener mi atención mucho tiempo. Salía poco a la calle, no aguantaba las miradas lapidarias de algunos conocidos que se lastimaban de mí, aguantaba aún menos algunos comentarios que me tocaba escuchar como “pobre chico, con lo joven que es…” Si en ese momento hubiese podido contestar lo que sentía, me hubiesen tachado de maleducado pero me mordía la lengua que a veces viene bien.
Fueron pasando los meses y me iba estabilizando. No tenía la percepción de que iba mejorando y los médicos callaban por no errar. Vino otra etapa por fin bien recibida por familia y colegas. Me volví más dócil y menos gruñón. Mi actitud fue cambiando tras la primera etapa de aceptación y decidí comerme el mundo, dar la cara y pelear, ésa siempre había sido mi filosofía de vida y no la iba a cambiar ahora cuando precisamente la necesitaba más que nunca.
Vuelvo a la consciencia tras mi inactividad animal, tiempo suficiente para haber hecho repaso de todo lo último acaecido en mi vida. Me despierta el teléfono de casa para devolverme a la realidad más absoluta.
Me encuentro con la mirada de mi novia y apruebo que conteste sin miedo. Descuelga y al momento me lo pasa; mi médico me pide pase por consulta al día siguiente; había noticias pero que no me preocupase. Aun así, me quedo con el alma en vilo. Cuantas veces he estado colgado de mis cuerdas y sin embargo esta sensación me deja ausente y con miedo.
Cuando entramos a consulta, el primer gesto del médico me preocupa sin embargo en seguida sonríe y me dice: .-Amigo, estás recuperado. Ahora me podrás llevar un día a una de tus montañas y saber qué sientes allí arriba que han hecho de tu recuperación un milagro. Joder, en ese momento me emociono, lloro y cerrando los ojos, subo al último Pico que se me quedó a poco de llegar, el día que me desplomé por el desmayo.
A mi cabeza aparecen mogollón de momentos y personas. Recuerdo especial para Adela y Ginés, un matrimonio bien avenido. Él estaba pasando un cáncer, teniendo junto a él a su mujer en todo momento y que han sido de los que me han hecho reír y animarme durante mi etapa nefasta. Ella una tía fuerte, divertida y muy vital. Esa es su fachada porque un día me “manifestó” que su cabeza daba mil vueltas y que luchaba todos los días para ayudar a su marido.
Salimos de consulta y pienso que qué se hace a continuación de haber recibido semejante noticia. Subimos a la furgo y subo el volumen casi a tope, necesito sentir la música muy dentro de mí, la que siempre me acompaña y que es parte de mi vida. Mi novia me mira y sonríe.
Llegamos a casa de los viejos. Mi madre llora al verme porque nada más verme sabe que me he recuperado. Nos abrazamos fuertemente sintiéndome otra vez como cuando era un enano, me caía y ella me consolaba a la vez que se me pasaba el dolor y el miedo.
La noticia salta por los aires, mi deseo de que todos se enteren se me va de las manos. Necesito recuperar mi vida, mi rutina, mi trabajo, volver a la montaña, trepar con mis propias manos y sentirme en libertad.
Y cuál es mi sorpresa cuando el Carlitos me dice que vaya a ver a su Jefe que necesitan cubrir un puesto y es mío si quiero. Guía de montaña, uno de mis grandes sueños y dejar la cadena en la fábrica. Esta vez sí que sueño y no estoy dormido.
Han pasado cinco años desde que recibía la noticia de mi recuperación y aquí sigo luchando por la vida. Que nadie me quite mi vitalidad, esa que transmito en las charlas de apoyo que imparto de manera voluntaria a pacientes de oncología. Los médicos me regalan al oído que he sido un claro ejemplo de superación y para mí un orgullo ayudar a los que pasan por lo que yo pasé.
Hay que compaginar la montaña con los paseos para que mi chica vaya dilatando, esperamos ser papás en breve y Esperanza no tardará en llegar. En casa ya la esperamos con todos los preparativos.
En uno de los paseos por el campo con mi chica, nos encontramos con Ginés y Adela que habían venido a pasar un fin de semana por estas tierras. Que ilusión me hizo, más si cabe porque el marido estaba recuperado. Ella me recordó: ¿Te acuerdas que todo lo que se pelea se consigue? Pues por eso estáis aquí los dos.
Me guiña un ojo y me transporto a la luna directamente. Menudo viaje me pegué.
FIN
Autor: Filipo Romano