“ECHO DE MENOS A MI MADRE”
Necesito sin falta que vuelva mi madre.
La que usaba una talla cincuenta y dos.
Aquella de portes y tintes inalterables
que escuchaba a todos con buen humor.
Desde hace siete meses vive conmigo,
aunque ella juraría que llegó ayer
acompañada de ese indeseable amigo
del que jamás se va a desprender.
Mi madre navega sola por su mundo.
Aturdida anciana surcando su nirvana
en su inimaginable océano profundo
en compañía de su soledad mundana.
Cuando desadormece de su tormento
vaga por la cocina en busca de un café
prepararlo ya le cuesta un gran esfuerzo
y, si se desorienta, puede tomarse tres.
Mi casa se ha convertido en un laberinto,
casi todas las cosas puestas del revés,
la gran mayoría están fuera de su sitio;
la parte que falta, dentro del que no es.
Dime cuando transformaron su vida.
Sólo es un triste saco de piel y huesos,
una señora remudada y desconocida
que hace de la indiferencia un exceso.
Su mente deambula con fecha de caducidad,
a su cuerpo para prescribir le falta menos,
convierte lo sencillo en simple complejidad
y lo que un día fue propio le es ahora ajeno.
Y lo peor de esta enfermedad tan cruel
es que es una enfermedad compartida
que día a día me obliga a dejar de ser
la amada hija de quien me dio la vida.