Maldad Pura
Maldad Pura
La noche llego
lentamente para invocar con firmeza el error cometido durante los días negros,
era tan dura, tan desgraciada que
aquellas almas que criaban en si un deseo de apego terminaban
suicidándose a la vida, era la noche más
triste que en mis escasos años había pisado la tierra y la vivía aquí al lado
del vástago inmundamente derrotado en lo profundo de la noche; me
preguntaba seriamente sobre el sentido
de la existencia, sobre los miedos personales que me invadían y lo poco que se
sentía a lo largo de los días.
Era un hombre
solitario, me gustaba mucho analizar los
comportamientos ajenos de las demás personas que como yo, se involucraban
seriamente en los temas más populares de la muy bien llamada vida; caminaba lentamente como si realmente tuviera
algo en la mente más que la curiosidad intuitiva de cada rostro al pasar. Muchos de mis caminos estaban atenidos al
fino destino de las noches negras, solo en ellas era lo suficientemente humano
como para arrastrarme y encontrar en mí la serenidad del camino. Esa noche en especial tenía los ojos resecos,
me arrastraba en cuatro y sentía en mí un fuerte ardor en el pecho, me sentía
más ordinario de lo normal mientras mis uñas tocaban la tierra aspirando
clavarlas y obtener de ella el rastro de ADN, el rastro de un Adán que vivía
presente en cada uno de nosotros, pero increíblemente demostraba la maldad, la
maldad pura de la vida en sus caderas de muñeca latina.
Los arboles
rodeaban una pequeña escultura, en ella se veía a la derecha una delgada niña
de ojos caídos y un cabello ondulante,
pálida como las flores más puras y de
ropajes anchos tomada de la mano del que a su izquierda recostado a su hombro y
tomado de la mano, con una estatura aún más pequeña que ella miraba inclinado
el cielo azulado, vestía chaleco de botones, un sombrero grueso y unos pantalones poco ajustados con zapatos
puntiagudos; ambas estatuas eran blancas como la nieve y en sus inicios se
vislumbraba un verdoso grosor formado de algas que en diferentes tamaños
mostraban el tiempo invertido en su poco cuidado, un poco de polvo de mármol
completaba la obra, que sería extraña de no estar rodeada de árboles de pino y
pequeñas madrigueras con mucho pasto reseco por la temporada; ese precisamente
era mi lugar preferido, para cazar la vida y sus comportamientos.
Extrañamente a
unos metros del mismo algo en mí me impedía seguir de pie, era mi naturaleza
animal la que se manifestaba en las noches más frías y no sentía el frio, los
llamados o los susurros del resto cuando a las ocho con treinta y dos de la
noche solía apagar la luz de la casa y salir a hacerle frente.
Me arrastre en
silencio, ardiendo de deseos y visualice el pasto que crecía en exageración en
ese pequeño escondite de árboles, brujas y esculturas; y luego, cuando el pasto me araño hasta decir
basta la vi a ella, al lado de los niños pálidos y las piedras grises, estaba
acostada en posición fetal con una bata blanca manchada de puntos rojos con sus pies descalzos y grandes, sus cabellos tan negros que mostraban el afro que
intentaba ser frenado mediante una cola ajada. De seguro habría de tener frío,
pero no podía fijarme en ello porque la
noche era la más intensa del año y mis instintos la llamaban desde que
veinticuatro horas antes la había depositado en el mismo sitio, pero por
supuesto de pie.
La tome por los
brazos y la sentí frágil, su cabeza guindada hacia atrás me mostraba su antes
acalorado cuello, la voltee de espaldas sujetándola por los pechos, subí su bata con la otra mano hasta quitarla
por completo, no sin antes atorarse con su afro en huida pero finalmente
dejándola desnuda ante la noche y la vida, ella fue mía y mis uñas con furia
destrozaron su cuidada piel, por todos lados la herí, por todos lados la sentí
sin dejar de sentir el ardor que no saciaba de mi pecho herido por su piel, por
su falsa sonrisa en aquel bar y por sus
amoríos con otros y conmigo, ella sin duda se merecía todo, a diferencia de las
otras a las cuales había cazado por su benevolencia excesiva ante la vida y su felicidad
extrema para pasar los años; pero ella era tan especial, maldad pura sin duda,
fue mi mayor placer y el motivo de que los mismísimos cielos se oscurecieran…
Quería hacerle pagar todo el mal cometido, así que ya desnudos la golpee con
mis manos duramente, la apreté con rudeza y aspire sus mismas sustancias, no
tuve miedo de llegar a cada fondo de ella y de destrozarlo, a veces con mi
cuerpo, a veces con alguna vara que los mismos niños me proporcionaban, nunca
me puse de pie en toda la noche… a veces de rodillas, otras arrastrándola y compartiendo
su presencia con la tierra misma. Y luego al verla reiniciada, se la deje a las que yo llamaba brujas, ancianas del
bosque que se lamentaban cada perdida pero que a su vez alejadas del pueblo las enterraban como
ofrenda del dios máximo de las noches. Me dio vergüenza su vestido manchado de
tierra y sangre, pero adore su piel ahora morada, limpie la tierra seca y el
pasto del vestido y una vez puesto también sacudí sus enormes pies, le di un
beso en los labios apasionado y agradecí cada uno de sus silencios; me aleje
como llegue y al ponerme de pie supe que la noche fría estaba concluida y que
los susurros estarían callados al entrar en casa.