Mientras ella duerme
Una noche más de abril, prendo el ventilador y tiendo mis
sabanas.
No tardan mis mejillas en tocar el mar de tela de ese futuro tan
cercano,
no tan incierto pero incomprendido, indeseado.
No le queda más a la cama que navegar entre ideas absurdas de
querer
sentir la brisa fría y fresca de la playa en el verano.
Cuando tu ropa se pega a tu piel por el sudor y finalmente, la
brisa te
roza y sientes alivio, pero frio a la vez.
Durante pleno ocaso, cuando el rosado, rojo y dorado crean un
contraste
casi artístico, que te llena de recuerdos cálidos.
Te arropas de la suave nostalgia, que pincha como la arena.
Más allá del pensamiento existe esa realidad que se opaca por el
silbido
del viento que baila junto a tus sueños.
Ya llegará el momento de enfrentarla como las olas a la orilla.
Por ahora me sostengo de la cuerda que guinda de la verdad de
esa
curveada palmera que me apunta a la ciudad.
Bajo ese farol de madera donde el romance se hace presente,
alumbra un
tenue brillo amarillo como sus rizos de oro, como el sol en sus
ojos.
Así que emprendí mi camino en su búsqueda, tiene nombre de
felicidad,
rostro de alegría y pureza en la blancura de su piel.
Todo me indica que estoy perdida, que entre la mugre y el humo
de estas
negras calles solo me encontraré a mí misma, luchando entre mis
torpes
dedos para no soltarme encima del reflejo de mi alma.
Pero si trepo por la ventana de mi angustia lograré salir ilesa
esta vez,
le dicen mis palabras al silencio en el espacio de la pared a mi
locura.
Y si ya sé a dónde voy a parar, no voy a dejarme llevar.
Pero incrédula aquella mente que piensa que de ahí alguien ha
podido
alguna vez escapar.
No se puede mientras bloqueas la salida con tus inseguridades y
te
encuentras dentro de un mar formado de siluetas con máscaras de
humanos,
que apuntan con arco y flechas directo a la indiferencia del
sufrimiento ajeno.
No tarda en elevarse un reloj gigante sobre las nubes que forman
un
telón.
Se apagan las luces y se enciende el particular sonido de la
estática.
Cerré las pestañas cual persianas de mi ventana al mundo.
Mi padre descansa en la sala, poco sabe de lo que espera afuera,
aunque
muy bien se conoce ya el camino.
Yo tampoco me percaté de que estaba parada en medio de la casa.
Pero ya había comenzado a sentirla, como iba carcomiendo cada
parte de mí
Como trepaba cada vez más arriba para salir por mi boca.
Como me arañaba los órganos en busca de una salida a la
superficie.
La veo en mis ojos. La siento en mis manos, en todo mi cuerpo.
El dolor que me causa casi puedo soportarlo.
En mi mente la escucho hablar sin parar. Planear escapadas lejos
de
todos, habla en mi lugar.
Todos la han comenzado a escuchar también, o por lo menos recién
lo noto.
Pudo ahuyentarlos a cada uno de ellos.
Yo corro, corro, corro…
Poco a poco va cayendo el muro de la vergüenza, el que construyó
la luna
para tapar al sol, y a la distancia se hace oír aquel estruendo.
Van desapareciendo todos aquellos buenos recuerdos haciendo
espacio a la
desesperación.
Detrás de mi se alarga un pasillo blanco que no veo al pasar.
Estallan risas de burla en cada bombillo que se apaga a mi paso.
Ruidosos aplausos estiran como plastilina las paredes a mi
alrededor.
La respiración que se acelera nubla el camino hacía una puerta
que se
abre a su vez llevándose todo el aire.
Repican los cubiertos sobre la vajilla de huesos abandonados.
Las campanas anuncian que ya es tiempo, o que el tiempo ya no
existe.
La cena ya llegó y el momento no es otro más que ahora.
Yo corrí, corrí y corrí… Estando ahí de pie.
Porque no importa cuantas veces hui, ahí estaba otra vez.
En ese lugar donde revolotean sin parar las alas de la perdición.
Creen que pueden hacerme pensar que están vivas,
que no puedo ver como carecen de color.
Piensan que pueden hacerme creer que porqué se muevan hay sangre
en
ellas.
Puedo ver como sonríen triunfantes de recibir mi presencia una
vez más.
Puedo percibir su aire de superioridad a pesar de su hedor a
muerte.
Un gran banquete de sonrisas falsas y sombrías reposan debajo,
me dan la
bienvenida a mi antiguo hogar, a donde juré no volver jamás
De donde me fui dejándoles una condena al infierno.
Sin agradecer la gélida estancia que me ofreció durante todos
mis penosos
años de vida.
Y que sin embargo he vuelto a aceptar.
Volver aquí, a la oscuridad.
En una noche más de abril.
Nice