La fugacidad de la vida
Tendido en el diván, dirijo la vista más allá del marco de
mi ventana, y degusto la soltura de las cortinas que se mecen como guijarros al
vaivén de las olas cuando el viento las azora perturbando su sereno sueño. Las ventanas
están abiertas, y el aroma que aspiro del viento me transporta a aquellos
parajes desconocidos para mí. El viento, en su infinita generosidad, nos brinda
a los soñadores los aromas de esos lugares con los que tanto soñamos, pero que
aún no han sido recogidos por la avidez de nuestra pupila.
Por un momento cierro los ojos, y me imagino desprenderme de
mi propio ser; soy un pájaro, y como tal, alzo el vuelo desembarazado ya de
toda obligación, surco los aires despreocupado. Ante mí se revela la inmensidad
de los detalles del mundo, pero no puedo apreciar todos ellos. Por eso, mi
mirada no se posa ya ni en los transeúntes, ni en las luces que alumbran sus
caminos, sino en el eterno cielo que aguarda mi periplo. Apenas recuerdo como
he llegado hasta ahí, tan solo puedo mirar hacia delante; continuar, ese es mi
instinto, pues no he sido agraciado con el don de la memoria, solo puedo
observar, y como tal, mis ojos solo pueden posarse sobre lo bello. Pero ¿Acaso
todo no es bello? Marchar hacia lo infinito se ha convertido en mi encomendado,
y el vuelo ya se antoja condición inherente a mi naturaleza. Desearía saber que
es lo que me aguarda al final del trayecto, pero tampoco he sido bendecido con
el don de la previsión. Mi conciencia se reduce solo al tiempo presente, pues
la belleza solo se aprecia en su fugacidad, por lo que ninguno de mis sentidos
pueden posarse ya sobre otra cosa que no sea aquello que ilumina el alma, y
esto no puede lograrse por medio del pasado ni del futuro.
Sin embargo, abro los ojos, y me hallo de nuevo en mi diván,
absorto en ensoñaciones quiméricas, paralizado por la fuerza de mi nostalgia,
abrumada por los recuerdos y los sueños por cumplir, y contemplo el reloj que
tengo enfrente de mí, su tránsito eterno por los segundos parece querer
avisarme de algo, pero no puedo comprenderlo, no entiendo su lengua. Mientras
tanto, allá en las sombras, una silueta deja entrever su contorno, y yo, ni
siquiera acierto a pensar que tal vez sea la muerte, acercándose cada vez más
desde la lejanía de su reino, para llevarme con ella.