Desterrado

Desterrado

El joven se envolvió mejor en su capa de terciopelo granate y se ajustó mejor los guantes. Aquellas prendas eran lo más valioso que había conseguido llevarse, unido a un par de cuchillos idénticos que siempre llevaba ocultos en las botas.

Aún no podía creer lo que había pasado; de hecho, ni siquiera lo entendía del todo. Solo sabía que, horas antes, un grupo de guardias había irrumpido en su casa acusándole de un asesinato y que ahora estaba allí, dirigiéndose a una muerte segura. Le habían mostrado ante el pueblo como un asesino. Y ahora le castigaban como a cualquiera de ellos: con el destierro.

Ni siguiera le habían dado derecho a juicio, y su familia no había podido despedirle, aunque tal vez fuese lo mejor; ver los rostros desencajados de Kristen y su madre era lo que menos necesitaba antes de partir. Se preguntó qué sería de ellas ahora que él no estaba para sacarlas adelante, y se estremeció sin quererlo. La posibilidades eran demasiado aterradoras.

Según avanzaba, el ambiente se hacía más y más frío. A lo lejos se veían las montañas, su destino.

Horace extendió sus alas, golpeando la oreja del chico al hacerlo.

-Lo sé, lo sé -.le dijo al águila que se removía inquieta sobre su hombro. Tiró de la cadena amarrada a la garra del animal.- Pero no puedo liberarte aún.

En Fyeera, todo el mundo tenía un ashae. Era un animal que remitía a las virtudes del amo. Kassim sabía que el águila representaba la nobleza de corazón.

No podía soltar aún a su mascota; aunque no les veía, sabía que un destacamento especial de la guardia seguía sus pasos para asegurarse de que cumplía su destierro. No quería arriesgarse a que pensaran que intentaba algo.

Acarició la cabeza de Horace y sacó algo de alpiste que siempre llevaba de un saco colgado del cinturón.

El águila comió con avidez y dejó de aletear.

Siguió caminando hacia las montañas, haciendo caso omiso del ruido de su estómago. La rápida intervención de los guardias no le había dado tiempo para comer antes de partir.

La ira que bullía dentro de él se incrementó; tenía que demostrar de alguna manera que era inocente.

Sus brazos comenzaba a dolerle debido al frío y al peso de Horace sobre su hombro y parecía que sus piernas querían dejar de sostenerle, pero no podía detenerse a descansar, porque entonces los guardias le encontrarían y sería peor.

El frío y las nubes iban aumentando, y pronto el chico se vio envuelto en una tormenta de nieve. Jadeó mientras avanzaba penosamente, tratando de cubrirse la cara con el brazo. Horace gritaba en su oído.

Dio un par de pasos más y cayó al suelo. No volvió a levantarse; se había quedado inconsciente.

 

Pudieron pasar horas o semanas mientras él estaba en un estado de semiinconsciencia del que después solo recordaría el techo de piedra gris de una cueva y unos ojos verdes como la hierba en primavera.

 

Cuando despertó, le costó unos segundos recordar lo que había pasado, pero las imágenes de su larga caminata hacia las montañas no tardaron en inundar su mente.

Trató de incorporarse para examinar el lugar en el que se encontraba, pero un intenso dolor de cabeza se lo impidió. Se sentía peor que nunca: notaba todo el cuerpo pesado y la boca seca.

-Vaya, ya estás despierto -.escuchó que decía una voz de mujer, seguida de unos pasos que se acercaban.- Tienes mejor aspecto. ¿Cómo te llamas?

La chica que había hablado no podía tener más de dieciséis años. Era menuda, con el pelo negro como la tinta recogido en un moño y los ojos azules.

En cierto modo le recordaba a Kristen.

-Kassim -.dijo con voz débil.

-Yo soy Helena. ¡Jazmín! Vete a decir que ha despertado.

Una joven en la que Kassim no había reparado abandonó rápidamente la estancia.

El joven giró la cabeza y examinó la habitación. Era una cueva espaciosa, con varias camas como en la que él estaba tumbado. Solo dos de ellas estaban ocupadas.

El aire olía a hierbas medicinales, y unas pocas personas, tanto hombres como mujeres, se afanaban con los ocupantes de las otras camas. Aquello era, a todas luces, un pequeño hospital.

Había dos puertas de madera, una a cada extremo de la habitación. La que estaba más próxima a él daba al exterior, a juzgar por la cantidad de luz que entraba por el pequeño ventanuco. No sabía a dónde daba la otra.

Horace estaba sobre la mesilla junto a su cama, y parecía inquieto. Kassim sonrió y estiró la mano para acariciarle la cabeza. El animal le picoteó los dedos con cariño. Helena le dirigía miradas atemorizadas de vez en cuando. El joven pudo ver que el ashae de la chica era un pequeño asno, que significaba humildad.

El joven podía escuchar el rugido del viento; al parecer, fuera se había desatado una tremenda tormenta. Sin embargo, él no tenía frío debido a las numerosas mantas de pelo animal que le cubrían.

Comprobó discretamente que conservaba todas sus ropas. Su capa estaba colgada del barrote del pie de su cama.

-¿Cómo he llegado aquí? -.preguntó a la joven de ojos azules, que se había sentado en una banqueta al lado de su cama mientras preparaba un brebaje que olía a menta.

-Elsa te encontró -.respondió escuetamente, y Kassim no preguntó más, aunque las dudas comenzaban a amontonarse en su cabeza.

Helena le obligó a beberse la infusión en cuanto estuvo preparada y, apenas la hubo terminado, una de las puertas se abrió y el hospital se llenó de gente.

El chico había escuchado hablar de las tribus que habitaban en las montañas, pero hasta ese momento había pensado que no eran más que leyendas; al fin y al cabo, era casi imposible vivir en aquél clima helado. Estaba claro que se equivocaba.

Un hombre arrugado de constitución pequeña lideraba el grupo. Vestía ropas grises y una voluminosa capa con bordados dorados sobre ellas.

Sus ojos eran rasgados y oscuros, y el poco pelo que le quedaba era de color ceniciento.

-¿Quién eres? -.preguntó con voz rasposa.

-Kassim -.respondió casi inmediatamente. No sabía por qué, pero la presencia de aquél hombrecillo le imponía respeto.

Estaba preguntándose si debía añadir algo más cuando el anciano dijo:

-¿Por qué estás aquí?

-Dudó un instante antes de contestar:

-Me… me desterraron. Me acusaron de un crimen que no cometí y me castigaron con el exilio.

El hombre le miró.

-Son pocos los exiliados que sobreviven a la estepa. Son menos aún los que dicen ser inocentes.

Kassim suspiró; sabía desde un principio que no le creerían. Seguramente le echaran de allí en cuanto se recuperara del todo.

-Sin embargo -.continuó el líder.- veo que tu ashae es un águila. Eso significa que eres noble, y que seguramente tengas razón. Ahora descansa; hablaré contigo cuando te recuperes del todo.

Dicho esto se dio la vuelta y abandonó la sala, seguido de sus hombres. La última en marcharse fue una muchacha pálida, pálida y de pelo castaño de reflejos cobrizos, que le miró con unos ojos de un increíble color verde antes de seguir a los suyos.




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