A Julio no se le para
A Julio no se le para, por la mañana él y su mujer se dieron cuenta. Ella
le dijo que no se preocupara, que seguramente era algo pasajero, estaba convencida
de que al día siguiente tendría una erección tan increíble como las que
acostumbraba.
Al día siguiente a Julio tampoco se le paró, su mujer ya
preocupada, le dijo que conocía a una señora experta en esas cuestiones, que no
era una bruja, más bien una curandera. Él molesto le dijo que esas eran
pendejadas, que lo único que pasaba era que tenía mucha presión en el trabajo,
(Julio trabaja en un call center, vendiendo tarjetas de crédito). Su mujer no
dijo nada más y no le quedó otra opción que aguantarse las ganas de coger. Por
la tarde, Julio tomó su topper lleno de albondigón y se fue a trabajar.
Cuando llegó a la oficina, se dio cuenta que su cubículo era
ocupado por un chico bajito y muy moreno, Julio, confundido, le preguntó a su
jefe que había pasado.
—Es el nuevo —le dijo su jefe —. Y tú, si no vendes dos
tarjetas hoy, mañana ni vengas.
Julio se sentó en la última fila, en un cubículo que ni
computadora tenía, el jefe le aventó la sección amarilla y no una base de datos
como a los demás, él agachó la cabeza y comenzó a rayar con bolígrafo los
nombres más rimbombantes, y es que lo tenía claro, dos ventas o adiós trabajo.
Comenzó a llamar sólo a mujeres, la señora Almeida no
estaba, quien le tomó el recado, le dijo que se había ido de vacaciones a Perú,
tampoco encontró a Juana de Velázquez, su hijo se inventó que la acababan de
atropellar y que estaban en la ambulancia, hasta los ruidos de la sirena se
aventó el muy astuto, a una tal Anette Lozano si la encontró, pero en cuanto le
dijo que le hablaba para ofrecerle una tarjeta de crédito, ella le mentó la
madre y colgó.
Después intentó con hombres, le marcó a uno que si estaba
interesado, pero le dijo que lo agarraba en mal momento, que se andaba tirando
a su secretaria y que la cosa iba para largo, que le hablara otro día, Julio le
agradeció y le deseo suerte en su faena, aún sabiendo que para él ya no había un
mañana. Siguió un señor de apellido Garza que hablaba como yucateco, el cual le
dijo muy amable que ya tenía tarjeta de crédito y que por el momento, así se
iba a quedar. Como él, pasaron muchos casos iguales, a falta de una hora para
terminar la jornada, Julio no había vendido nada, de pronto, llamó a un tal señor
X, (no es broma, así aparecía en la hoja) pensando que no tenía nada que
perder, le llamó. La línea sonó dos veces y después contestaron.
—Diga —dejó salir un hombre que se escuchaba fatigado.
— ¿El señor X? —preguntó Julio.
—Sí, diga.
—Buenas tardes —dijo Julio, con voz de locutor—le hablo del
Banco Comercial, el motivo de mi llamada es para decirle que debido a su excelente
historial crediticio, lo hemos elegido para que sea parte de nuestro selecto
grupo de tarjetahabientes. ¿Cuenta usted con tarjeta de crédito?
Del otro lado de la línea, el señor X se puso a llorar y
después dijo:
— ¿Eso me va a sacar del problema en que ando metido?
Julio le dijo que no sabía de qué problema le hablaba, pero
que una tarjeta siempre es útil, sobre todo en casos de vida o muerte.
—Pues si esa tarjeta puede hacer que mi esposa regrese, que
no me quiten la casa y que además, se me pare el pinche pito, tramítamela —le
ordenó el señor X.
—Puede hacer eso y muchas cosas más señor —le dijo muy
confiado Julio.
Antes de que se echara para atrás, le pidió sus datos, le
pasó a la chica de validaciones y luego se despidió de él, no sin antes
felicitarlo por la adquisición que acababa de hacer.
—Más te vale que la tarjeta funcione —le alcanzó a decir el
señor X—, ¡si no, te mato cabrón!
El día de trabajo terminó con sólo una venta, el jefe mandó llamar
a Julio, lo hizo pasar casi una hora después.
—Ah, que Julito —le dijo en tono burlón—, se me hace que eso
que te andas temiendo, ahorita mismo se te va a volver realidad.
Con la sentencia en la frente, Julio salió de la oficina sin
dignidad y con un cheque que le alcanzaba para vivir un mes o dos. Sobre Insurgentes
tomó un taxi que olía a McDonald’s. En el primer semáforo que les tocó en rojo,
pasó una chica con cabello chino y pantalón de licra.
—Mire que nalgas —dijo el taxista mientras le tocaba el
claxon a la chica—, con un culo así, imposible que a uno no se le pare, ¿eh?
Julio no respondió, sólo podía pensar en la amenaza del señor
X y en el pito flácido de los dos. Cuando llegó a casa, su mujer veía la televisión.
—Métete a la cama —le gritó él, mientras se quitaba el pantalón—,
ella excitada lo hizo sin poner resistencia.
—Así, así, sigue por favor, ya me voy a venir —le decía
ella, arañándole la espalda y con los ojos vidriosos.
Cuando terminaron, él le contó lo que había pasado en la
tarde, desde la usurpación de su cubículo, hasta las nalgas de la chica del
semáforo.
—No te preocupes —le dijo ella—, ya pensaremos en algo.
Mientras veían las noticias sonó el celular de Julio, ya era
un poco tarde para llamadas de vendedores, así que pensó que tal vez podría
tratarse de una emergencia.
— ¿El señor Julio León? —preguntó una voz femenina y muy
sensual.
—El mismo —contestó Julio, algo intrigado—. ¿Quién habla?
—Paola, del Banco Comercial, el motivo de mi llamada es para
poner a sus órdenes la nueva tarjeta de crédito Gold Premium, la cual tiene
increíbles beneficios para usted. Dígame, señor Julio, ¿desea que nuestro mensajero
lo visite por la mañana o está bien por la tarde?
—A ninguna hora —le dijo irritado—. Verá usted, me he
quedado sin trabajo y en mi situación, ni loco me hago de una tarjeta.
—Cuanto lo siento señor —le tiró Paola muy tranquila—, pero anda
de suerte, tenemos una tarjeta exclusiva para desempleados que hace maravillas.