Celeste y la cometa roja
Celeste tenía ocho años, el sol brillaba con fuerza, por fin estaba de vacaciones y hacía tres días había llegado con su familia a la casita que tenían en la montaña para pasar allí todo el verano. ¡Ese año estaban también sus tíos y primos!
Pero todo iba mal. ¿Por qué?
Porque solo a ella se le ocurría caerse de un árbol y romperse una pierna una semana antes, -pensaba enfadada-, mirando el yeso que llevaba desde la rodilla hasta el pie derecho.
Cada mañana, después del desayuno, veía como su hermano Raúl y sus primos Pablo y Sara salían corriendo para bañarse en la piscina mientras ella solo podía estar sentada mirando como jugaban sin parar. Tan solo Rufo, el enorme y bonachón perro mastín parecía entenderla y se pasaba las horas tumbado a su lado, cazando con la lengua las moscas que se le posaban en el hocico.
Llevaba así varios días cuando su tío apareció con una enorme cometa para que los niños la hicieran volar corriendo por el prado de delante de la casa.
La cometa era de color rojo brillante, casi tan grande como ella y tenía una larga cola adornada con lazos de todos los colores del mundo. Cuando vio correr a su primo y la cometa empezó a subir más y más alto, se imaginó a sí misma sobre ella volando por encima de las nubes. Me gustaría ver tan lejos como ella. –Pensó-.
Al día siguiente se acercó cojeando con sus muletas hasta donde estaban los chicos. Disfrutaba viendo como hacían volar la gran cometa.
Ellos, al verla, dejaron de hacerlo, dándose cuenta por primera vez de que ella no podía jugar con ellos.
-¿Por qué paráis? –Preguntó Celeste-.
-Porque tú no puedes jugar con nosotros. -Contestó Raul, su hermano-.
-Tampoco me puedo bañar en la piscina y estáis todo el día dentro, -siguió ella-.
-No es lo mismo,-repuso Sara, su prima-. En la piscina te has bañado muchas veces, pero nunca habíamos hecho volar una cometa y nos sabe mal que no puedas jugar con nosotros.
-Cuando la veo volar imagino que voy montada en ella y veo lugares lejanos. Me gusta mucho mirarla, -insistió la niña-.
-Aun así no la haremos volar más hasta que tú puedas jugar con nosotros –acabó su primo Pablo, tan formal a sus once años-.
-Y si yo la pudiera hacer volar.., ¿seguiríais jugando con ella? –Propuso Celeste-.
-¡Claro que sí! -contestaron los tres a la vez-, pero con esa escayola… -dijeron mientras señalaban la pierna de la niña-. Hay que correr muy rápido para que vuele.
-Si me la dejáis para practicar, os prometo que dentro de dos días la haré volar –aseguró-
Ellos se miraron y, encogiéndose de hombros le dieron la cometa. Ella la cogió como un tesoro y se alejó con Rufo hacia la casa.
Estuvo toda la tarde pensando en cómo lo haría y no se le ocurrió nada útil.
A la mañana siguiente todo seguía igual y empezaba a pensar que no sería capaz.
Después de comer recordó que en el cobertizo del jardín había un carretillo, poco más que un cajón de madera con cuatro ruedas y que si se montaba en él y se lanzaba desde la pendiente de la colina tal vez la cometa volaría, por lo menos un poquito.
Nerviosa con la idea ató el carretillo al collar de Rufo y, con sus muletas y la cometa, empezó a subir la colina.
Los chicos la miraban desde lejos intentando adivinar qué loca idea habría tenido su aventurera amiguita.
Al llegar arriba, Celeste vio su casa, pequeña al final de la bajada, y estuvo a punto de no lanzarse cuesta abajo pero pensó –con lo que me ha costado subir, al menos un intento-.
Dicho y hecho, soltó cuerda de la cometa y, montándose en el carretillo se lanzó colina abajo. Todo fue bien durante unos segundos. Enseguida el carretillo chocó contra una piedra y, volcando, lanzó a Celeste rodando colina abajo.
Al parar estaba enredada en la cuerda de la cometa y Rufo estaba a su lado dándole grandes lametones en la cara llena de hierba y tierra. Cuando se fue a levantar notó que le dolía la otra pierna. Se había hecho un gran raspón en la rodilla. Oyó los gritos de Raúl, Pablo y Sara que subían corriendo la colina. Habían visto todo lo que había pasado y estaban asustados.
Ella se puso de pie, recogió la cometa y, quiso empezar a bajar pero la herida le molestaba bastante y decidió esperar a los chicos para que la ayudaran.
Entonces Rufo, al verla, se tumbó a su lado y la miró. Recordó como hacía tiempo el buen mastín hacía eso cuando iban juntos a pasear y si ella se cansaba se ofrecía a llevarla en su lomo, como si fuera un caballo.
Se subió a él y agarrándose fuerte a su collar, empezaron a bajar hacia la casa.
Al cruzarse con los chicos le preguntaron cómo estaba y ella, sonriendo, contestó; -Muy bien. ¿Os importa recoger la cometa y el carretillo?- Ellos, encogiéndose de hombros siguieron subiendo mientras Sara empezaba a bajar con Celeste y Rufo mirando la expresión risueña de la cara de su prima, sin entender de que se reía. – ¿Se habrá dado en la cabeza? –pensaba.
Tras la regañina de sus padres y con el raspón bien limpio y curado, Celeste se fue a dormir y soñó con cometas que volaban y que se acercaban a ella para que se montara encima y así llegar cada vez más alto.
A la mañana siguiente, durante el desayuno, Celeste dijo; – Ahora iremos a volar la cometa, ¿verdad? –
-Ya sabes en qué quedamos, -contestó Raúl-.
-Por eso mismo, -replicó ella, misteriosa-.
Al poco rato todos, padres, tíos, hermano y primos estaban en el prado mirando a la niña. Los mayores habían ido sobre todo para evitar que se hiciera más daño con alguna de sus extrañas ideas. No se imaginaban qué se le habría ocurrido ahora.
Ella fue caminando con sus muletas hasta el final del prado, con Rufo y la cometa.
Al llegar dejó la cometa en la hierba y soltó cuerda. Entonces le dijo al perro que se tumbara y, a lo lejos, vieron que le ataba la punta del cordón de la cometa al collar.
Todo lo demás pasó muy rápido. Celeste pasó una pierna a cada lado de Rufo y agarrándose fuerte de su collar le pidió que se levantara. En cuanto este lo hizo la chiquilla apretó sus piernas contra él y, tumbándose sobre su cuello le susurró al oído; -¡Corre!
El enorme animal dio un salto hacia adelante e inició su galope, el cabello de Celeste ondeaba tras ella y todavía más atrás una cuerda se tensó y la cometa roja que estaba al final de esa cuerda se elevó en el cielo, volando alto.
Y así fue como Celeste consiguió que Raúl, Pablo y Sara siguieran jugando con esa gran y brillante cometa roja aquel verano y, cuando la veía, tan alta como las nubes, se imaginaba sobre ella, flotando en el cielo, viendo paisajes lejanos que algún día conocería.