COLUMPIO DE PLATA
COLUMPIO DE PLATA
Por Rosario Martínez
Escucho un pequeño roce en la ventana, pretendo ignorarlo, pero persiste. Es de madrugada y aún estoy despierta. Finjo dormir, pero llevo largo rato con el ruido interponiéndose entre mis sueños y yo, entonces me levanto y la abro cuidadosamente. Sobre el alféizar está un juguete. Es un hombrecito de plata, lleva puesto un casco del mismo color y una luz violeta recorre la rendija a la altura de los ojos. Es bello y trae entre las manos un objeto extraño y diminuto, la luz en su casco no para de moverse de izquierda a derecha y vuelta a empezar.
El alumbrado público me brinda la suficiente visibilidad para examinarlo con atención, entonces vacila y parece que caerá al vacío. Estamos en un segundo piso, si cae se destruirá. Extiendo la mano y salvo su plateada figura. Con él entre mis manos vuelvo la mirada al cielo y noto que de la Luna desciende un columpio de plata, luego uno de los extremos se suelta y sólo se balancea contra el cielo oscuro una hebra argentina, «debo estar soñando», suspiro y cierro la ventana.
Lo siento moverse entre mis dedos, lo suelto asustada, menos mal que cae en la cama, se queda inmóvil un buen rato. Lo observo con curiosidad, la luz de su casco brilla pero se ha quedado fija, es como si me mirara detenidamente, esto me incomoda, me cruzo de brazos y lo observo de reojo, sigue sin moverse. Puede oírse el viento que sopla en el exterior. De un brinco baja y desciende los escalones como si volara. Lo persigo y lo atrapo justo cerca de la ventana de la cocina, lo sujeto y noto que su luz vacila. Tomo de prisa una pecera de cristal vacía, introduzco al hombrecito que parece desvanecido, está sentadito sobre el fondo transparente y su luz se nota débil. No sé qué hacer, tomo un poco de agua y lo rocío con ella, está fresca y parece reanimarse. Levanto la pecera para verlo de cerca, tiene forma humana, dos brazos, dos piernas y una cabeza, o al menos eso creo porque no se ve nada bajo el casco. Parece mirarme.
Hace una reverencia dentro de su universo de cristal y la luz se intensifica, entonces la esfera resbala de mis manos y cae estrepitosamente.
No sé cómo nadie más se ha despertado con semejante ruido. Vuela hacia la ventana pero está cerrada, vuelve hacia mí su luz violeta y lo comprendo. Lo tomo entre mis manos y me dirijo a la puerta. La calle luce desierta, la luz de la Luna nos ilumina e inicio la carrera, llego hasta la parte deshabitada e inquietante de la ciudad. Camino sobre montones de tierra disparejos, busco con mis ojos tremendamente abiertos la cuerda de plata, no la veo por parte alguna y empiezo a sentir dolor por mi visitante, si no lo logro tal vez no sobreviva. En ese momento algo me roza la cara, manoteo espantada, tal vez sea un murciélago. Entonces la siento, parece de seda, brilla sutilmente, la sujeto con firmeza, con la mano que me queda libre acerco al hombrecito a su liana plateada, parece un tarzán intergaláctico y sonrío. Acaricio con ternura su casco y lo acercó hasta mi rostro, de pie en la palma de mi mano lo observo por última vez.
Él dispara su arma y lo miro con incredulidad, ¿es que va a atacarme? «ingrato», pienso, pero no puedo odiarlo, siento un calor intenso cerca de mi pie, ha errado el disparo.
Cuando miro hacia abajo noto que su arma dispara estrellas diminutas, una ha caído cerca de mi dedo gordo, ¡es tan bella y brilla tanto!, sonrío y digo simplemente “gracias”. Su luz despide chispas violetas y sé que me ha comprendido, finalmente lo libero. Veo como asciende por su cuerda de plata. A lo lejos los perros ladran, yo sigo con la vista fija en el cielo, desaparece, pero antes hace un último truco de mago, dispara y de su arma sale gran cantidad de estrellas, brillan como fuegos pirotécnicos sólo para mí, no caen a tierra, salen disparadas hacia el infinito y se hacen un hueco en él.