DE MUERTE O DE MUERTO

sa_1633722715El hombre de la calle 1

DE MUERTE O DE MUERTO

El cielo está todo oscuro, el aire está
nublado y tú estás absolutamente solo; viejo de la perdida infancia. En este
pesado momento tuyo, tienes un hambre acosadora y tienes una sed insoportable.
Precisamente, hace cuatro días que no tomas nada de sopa. Es obvio, no tienes
monedas, ni tienes ninguna cosa de valor para pagar un simple plato de comida.
Así que sin ir ilustre, vas acercándote a un abismo oculto, donde ansías
acostarte con la muerte. De más, nada que encuentras la tranquilidad. Y
lentamente vas llorando, como pobre como triste, vas cargando con tu desdicha
interna. A lo justo, te caen gotas limpias del alma con suavidad mientras te
acaricias la barba gris con la mano diestra, ida en desgana. En verdad, estás
más arruinado que todo este mundo confuso, bajo esta noche, pero es claro y es
cierto, también has tenido suficientes experiencias humanas.

Al conjunto destiempo, andas sucio con
la única ropa tuya de vestir; una camisa roja descolorida con el pantalón
descosido. Hueles además al olor de las calles desconsoladoras; hueles a
impureza de drogas errabundas. Así igual de mal, decaído y apagado, transitas
ahora por un puente peatonal. Vas con la cara gacha como trasiegas contra el
azar de esta lobreguez tenebrosa. Pues estás perdido en un destino siniestro.
Sólo miras al precipicio profundo. El desespero con temor te acoge ya más que
nunca. No tienes ninguna pieza donde dormir. El abandono te abruma. Entretanto
por allí, por los lados del angosto puente, te detienes a escarbar las dos
canecas de basura, que hay debajo de los faroles relucientes. Ahora encuentras
allí muchas cáscaras de banano con unas latas de cerveza y hartos papeles
rasgados. En este mismo sentido, agudizas la vista un poco más al fondo del
recipiente y adviertes ya entre los cartones mojados, varias botellas de agua
destapadas. Por apreciable gusto, sacas los timbos desechables con una
exagerada avidez. Más sin siquiera dudarlo, comienzas a tomarte los cunchos. De
a poco te sientes menos cansado, te vas resucitando. Pronto, acabas de beberte
esa agua picha que quedaba y de repente rehaces tu rumbo despaciosamente. A lo
raro, descubres a la ciudad sonámbula apagada mientras ya suspiras hondamente.
Las avenidas, las reconoces sin el tráfico de los carros y las comprendes sin
el pasar de los camiones grandes. Escasamente vos, adviertes a uno que otro
limosnero, ebrio de media noche. Ellos parecen ser los espíritus pesarosos del
otro umbral. Así que tú de seguido, pasas a bajar las escaleras metálicas del
puente, eliges parchar con ellos. De hecho, cuando estuviste deambulando por
aquellas alturas, quisiste suicidarte tirándote con miedo, desde la barra de hierro.
Quisiste, estrellarte contra el pavimento. Pero claro, el haber pillado las
canecas y menos mal, el haberte recordado como otro de esos otros vagabundos,
fue la cosa que salvó lo poco que te queda de dura miseria.

Así que bien; pese a tener algunas dudas
supremas, tú aún das la lucha esencialista y aún sigues vivo; experimentado los
sucesivos segundos de esta abrupta realidad, que no se detiene para nada. Nomás
ahora; sales más pensativo del puente fúnebre, prosigues con otra convicción
evidente. Seguidamente, te alejas del abismo y ya sin prisa te vas en busca de
cualquier resguardo maloliente donde acabar de soportara la depresiva noche.

RUSVELT NIVIA CASTELLANOS
ARTISTA DE COLOMBIA



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