“El Abuelo”/No todo es lo que parece.
Los aviones de combate también cuentan cuentos. Y estas son historias de guerra, cuentos de hangar narrados desde un punto de vista totalmente diferente: el del avión.
Inspirado en hechos reales…
Corría el año de 1989 y me encontraba, junto a otros F-15 de mi unidad, desplegado en Tailandia en el curso de unas maniobras militares conjuntas con varios de los países aliados en la región.
Recientemente, me habían ascendido a oficial de Operaciones del 67th Escuadrón Táctico de Caza adscrito a la 18th Ala Táctica de Caza con sede en la Base Aérea de Kadena en Okinawa, por lo que mi función principal era la planificación y ejecución de las misiones de entrenamiento; el empleo del poder aéreo en tiempos de crisis y, de ser necesario, coordinar el apoyo a y desde otras unidades en el área de responsabilidad de la Fuerza Aérea en el Pacifico. Eso requería mucho tiempo y dedicación…
Y ese ejercicio de combate era, justamente, lo que estaba poniendo a prueba mis habilidades.
Después del respectivo de-briefing de la última misión del día, rodaba con mi interprete por la rampa, sin rumbo aparente, buscando que hacer… ustedes saben, era viernes por la noche y quería pasarla bien…
De pronto, mi intérprete, un viejo y afable T-33 de entrenamiento, se detiene y me dice:
—Señor, acompáñeme, esto va a ser interesante…
Pues bien, si no había otra cosa más que hacer…
Le hice caso y me llevó hacia donde se encontraba parqueado un grupo de aviones, al parecer, escuchando una historia contada por otro avión al cual, de momento, no lograba ver.
Aunque parezca mentira, al entrar en medio de aquel grupo, todo sonido procedente de la rampa dejo de escucharse… Ni siquiera el viento soplaba… Solo la luna, con sus rayos de plata, se atrevía a profanar el oscuro velo azul profundo, casi negro, de un cielo totalmente despejado, otorgándole a la rampa un ambiente de penumbra ideal para la ocasión que se estaba presentando.
Con disimulo eché un vistazo a mi alrededor solo para darme cuenta que, al contrario de lo que pensaba, una importante cantidad de aviones, personal de tierra y equipos auxiliares se encontraba en el lugar.
Los viernes son días de mucho movimiento, sobre todo a partir de las 1500 horas que es cuando finalizan las operaciones aéreas programadas.
Se podían observar los aviones en su ir y venir por la rampa de vuelo… algunos entraban, provenientes de Hawái, Guam o las Filipinas… otros salían, buscando diversión en otras bases del área, quizás Japón… ¡Aahhh!… Y ni se te ocurra ir al “O” Club en noche de viernes sin haber efectuado una reservación 3 o 4 días antes…
Pero, y por más increíble que esto pueda parecer, la base entera estaba volcada en la rampa, paralizada por… ¡un avión! Uno que contaba, de manera emocionante, su pequeña gran historia…
Todos estaban enfocados en lo que decía el viejo avión en cuestión.
—“El Abuelo” —me aclaró mi interprete con voz apenas perceptible.
Asentí con mi morro y me dispuse entonces a escuchar con atención las palabras que habían generado tanto silencio en la base…
—“Fenix” 2… contacte con “Tinh Long” 7 en el canal 1… —fueron las primeras palabras que escuche al llegar…
Al principio, y debo confesarlo, la historia parecía ser más de lo mismo: honor, valor, lealtad y sacrificio… Pero la pasión con la que “El Abuelo” la contaba logró cautivar de tal manera a su improvisada audiencia que el tiempo parecía estar detenido alrededor del lugar.
Más impresionante aún, cuando “El Abuelo” hacia una pausa, solo se escuchaba el silencio. Si, un silencio cómplice; un silencio expectante, lleno de suspenso…
Vietnam, Laos, Camboya, Tailandia… Estaban tan cerca, pero a la vez tan lejos… No obstante, el pequeño avión con su magia parecía estar llevándonos de la mano en un viaje hacia el pasado, hipnotizando con sus palabras a todos los presentes.
Y permítanme decirles que yo no fui la excepción.
Después de que aquel viejo avión terminó de contar su historia, los aviones que se encontraban a su alrededor empezaron a despejar el área y a dirigirse a sus respectivos puestos de estacionamiento en la rampa de vuelo, eso sí, comentando a viva voz lo que acababan de escuchar.
La base parecía ir saliendo del letargo en el cual se había sumergido los últimos minutos para ir retomando, poco a poco, su actividad habitual.
Mi intérprete y yo nos quedamos unos breves instantes a la espera de poder acercarnos al veterano avión.
—¿Cómo es que sabe usted tanto sobre los acontecimientos sucedidos ese último día? —pregunté.
“El Abuelo”, como cariñosamente lo llamaban en la base, me miró a los ojos; las pupilas iluminadas por el destello de los recuerdos que inundaban su memoria…
Pero no dijo nada. Se limitó a sonreír, a darse media vuelta y, comenzando a rodar rampa abajo…
—Hasta mañana… —se despidió—. Estoy muy cansado —dijo con una sonrisa de satisfacción, quizás por el simple hecho de que un avión de combate como yo, modestia aparte muchachos, se haya detenido a escuchar su apasionante historia.
“Vaya”, pensé. Y de inmediato le hice una seña a mi intérprete para que me siguiera.
Rodando hacia el lado contrario de la rampa, le pregunte a mi intérprete que sabía el al respecto de tan enigmático avión.
—No mucho —me respondió—. Desde que estoy aquí el sale del hangar de vez en cuando y solo en ocasiones especiales es que se pone a contar sus historias… Uhmm… a decir verdad, tiene tanto tiempo aquí que nadie recuerda cuando fue que llegó…
—¿Lo has visto volar? —pregunté con cierta duda.
—Dos o tres veces… —se quedó pensativo—. Lo extraño es que la Fuerza Aérea Tailandesa nunca tuvo ese tipo de aeronaves en operación…
—¿Están hablando de “El Abuelo”? —interrumpió un desgarbado C-123 que se hallaba, solitario, en ese sector de la rampa y que parecía haber salido de entre las sombras de un viejo y decrepito hangar en desuso.
—Eehhh… Si… —respondí, extrañado por la pregunta.
—¿Ven aquel hangar al final de la pista? —hizo otra pregunta, esta vez señalando una enorme edificación que estaba a lo lejos.
—Sí, si lo veo.
—¿No ven algo distinto en él? —dijo misteriosamente.
Ciertamente, no había caído en cuenta que aquel hangar lucía muy diferente al resto de las edificaciones de la base; era más alto, más ancho y más largo que el resto de los hangares y, estaba tan iluminado, que parecía emanar de su interior una potente luz blanca. Además, su ubicación especial con respecto a la pista le otorgaba…
—¿Y…? —pregunto otra vez, con una sonrisa enigmática dibujada en su morro.
Lo mire arqueando la ceja izquierda y con un gesto de no entender a donde quería llegar con su interrogatorio. Mi intérprete… bueno, sólo se limitó a encogerse de alas.
—¿No lo ven todavía?…
—Definitivamente no… —le respondí, haciéndole ver con una mueca de mi cara que, si no nos decía nada, nosotros seguiríamos nuestro camino por la rampa.
Con la mirada perdida en la distancia y haciendo un gesto con su ala derecha, abarcando el horizonte dijo:
—“…Los más optimistas cuentan que logró llegar a Tailandia y que, desde aquellos días, descansa plácidamente en un hangar reservado sólo a los más valientes, a los héroes de la historia…”
Entonces, se dio media vuelta y se fue silbando.