El bosque de la pluma blanca.
Hacía dos días que la nieve había cubierto la finca de la abuela Geneviève, para la alegría de Jules y Mallory que habían encontrado una ladera fantástica junto a las viñas donde deslizarse con el trineo. La abuela les echaba un ojo desde la ventana, junto a la chimenea: hacía demasiado frío para ella, pero no suponía nada para los niños y su cachorro mestizo Nube.
Al pie de la ladera, la finca de la familia llegaba a su fin para encontrarse con las viñas del vecino, que llevaban abandonadas desde que la abuela era pequeña. Jules que tenía el gran mérito de haber nacido doce minutos antes que su hermana, estaba discutiendo de nuevo con ella sobre a cuál de los dos le tocaba ahora, disputa que, como cualquier pelea de este tipo, no iba a ningún lado.
Nube que tenía el pelaje claro y era muy inquieto correteaba reclamando la atención de los hermanos que proseguían con su discusión. De pronto, el perro paró en seco y alzó las orejas. Tras un par de ladridos echó a correr hacia el límite de la finca en el lugar en el que tanto el terreno de la abuela como las viñas del vecino se encontraban con el bosque. Mallory, que vestía de un modo extraño, con un vestido y botas demasiado grandes para sus pies reparó en el cachorro y decidió perseguirlo causando el desconcierto de su hermano.
Jules se quedó recto como una tabla mientras gritaba a su melliza para que volviera, pero al ver que esto no funcionaba, le dio alcance, no sin antes echar una mirada temerosa a la casa.
—Mallory, tenemos que volver —repetía sin cesar.
—Nube es demasiado pequeño para andar sólo por el bosque, se perdería. ¿No es curioso?
—¿El qué? —replicó el muchacho procurando parecer más malhumorado que preocupado.
—No hay nieve aquí, los árboles aún tienen hojas…
—Como sí aún fuese otoño en la arboleda. —Concluyó Jules asintiendo con los ojos muy abiertos.
Efectivamente era otoño en el bosque. Las hojas estaban secas, pero no todas habían caído, la luz era diferente y no hacía tanto frío como fuera. Pero ninguno de los dos observó esto en voz alta, pues aunque fuese lo más lógico, también era imposible.
Nube, que había encontrado un nuevo pasatiempo, volvía de vez en cuando para cerciorarse de que lo seguían para volver a escabullirse entre los árboles.
Así ocurrió que bajo la luz cálida, se toparon con que el perro se colaba en un hórreo, a primera vista abandonado. En esta ocasión fue Jules el primero en aventurarse dentro, seguido muy de cerca por Mallory.
Nube lo miró con una enorme pluma blanca asomando en la boca y movió la cola en gesto juguetón: estaba sobre una enorme pila de mazorcas de maíz. El chico llamó al perro y trató de acercarse para agarrarlo pero no podía subirse dónde estaba o aquel montón se desmoronaría en una avalancha de granos amarillos. El cachorro, viendo su oportunidad para proseguir con su juego, se escabulló por un pequeño hueco causado por la humedad en la parte de atrás del hórreo.
Mallory, siempre más observadora que su hermano, reparó en unas marcas en la pared. Revisó su pequeña libreta en la que hacía anotaciones sobre cosas que había leído:
—Creo que esto no es un hórreo corriente, Jules —observó con voz pausada.
El chico se esforzaba por ver más allá del maíz, tratando de ver a Nube:
—¿Y eso?
—En efecto, no lo es. —Una voz gangosa y áspera se sumó a la conversación desde la puerta- Es un nido de Harpía de Pluma Blanca.
Los niños se giraron con precaución, muy despacio. Un enorme pájaro de plumaje negro y con cabeza de mujer los miraba con indiferencia, casi con desprecio.
—Lo sentimos mucho, —se apresuraron a decir los niños alzando la voz uno sobre el otro. Mallory prosiguió, pero antes tragó saliva—. Pensamos que esto estaba abandonado y nuestro perro se metió dentro.
—Sí, se llama Nube. –Añadió Jules, con cortesía—. Es que verá, todavía es un cachorro…
-No me interesa.- gruñó la harpía. Ahora farfullaba, hablando para sí.- Parece mentira… Se cuelan en casa de una y encima pretenden contar su vida.
Con cara de aburrimiento la criatura ojeó su nido, sin embargo pronto dio un graznido de alarma.
—¡Mi pluma! ¿Habéis cogido mi pluma blanca?
—¿Pluma blanca? ¡Nube la tenía! —contestó el muchacho buscando al cachorro con la mirada de nuevo.
—Oh, no. —Suspiró Mallory señalando—. Parece que ha huido por ese agujero.
La harpía pareció hincharse: todas sus plumas se erizaron y los ojos casi se le salían de las órbitas:
—¡Recuperadla! ¡Id al bosque y conseguid mi pluma antes de que sea tarde!
Ninguno se movió. Acercarse a las lindes de la arboleda era una cosa, adentrarse en lo más profundo de ella, por encargo de una criatura mágica, era otra muy diferente.
Furiosa, la harpía se elevó en el aire y empezó a batir sus alas provocando una ráfaga de viento cálido. Los niños notaron, incluso a través de sus botas de invierno, que el suelo se calentaba hasta quemar y el maíz comenzó a saltar convertido en palomitas. Para evitar que sus pies salieran ardiendo, los chicos echaron a correr fuera del granero, hacia el corazón del bosque.
Cuando por fin se relajaron y empezaron a aminorar la marcha, jadeantes, Mal saco su libreta del bolsillo:
—“La Harpía de Pluma Blanca más conocida como Cuervo de Otoño habita en hórreos, silos y cabañas abandonadas donde guarda su maíz. En todo su cuerpo solo hay una pluma blanca, que emplea para anotar cuantas mazorcas tiene. En caso de perder su pluma estos seres quedan indefensos y mueren en pocos días”
—Ha estado feo que le hiciéramos perder su pluma —admitió Jules
Emprendieron una marcha pesada por el bosque: no estaban acostumbrados a caminar entre la maleza y se tropezaban a menudo. Al cabo de un rato empezaron a notar cada vez más calor y se percataron de cómo el aspecto otoñal de las plantas disminuía a medida que avanzaban.
En poco tiempo las hojas eran verdes de nuevo y la luz se colaba entre las ramas con más facilidad.
Oyeron unos ladridos y echaron a correr hacia el claro del que provenían, pero al llegar se pararon en seco muy asustados.
Ante ellos rima una tarima presidida por un trono que ocupaba un mosquito de unos dos metros de alto.
En un lateral una oruga, una mariquita y un par de escarabajos, todos ellos del tamaño de una persona, amenizaban el ambiente tocando como una banda de música. Había polillas que a los niños les llegarían más o menos por la cadera. Algunos moscardones rondaban a mariposas que plegaban las alas con timidez.
Jules hizo que su hermana se agachara para hacer un barrido rápido del lugar con la vista sin que los descubrieran, sólo para comprobar con horror que a los pies del trono, Nube jugaba despreocupadamente con la pluma.
Mallory le dedicó un gesto de gravedad, luego ambos se adelantaron y se acercaron al centro de la pista.
El mosquito hizo un gesto con las patas para que parara la música:
—¿Qué clase de bichos sois y que hacéis en mi corte?
Un grupo de polillas se acercó a ellos y los examinó muy de cerca. Jules se estremeció y la chica chasqueó la lengua con fastidio: su gemelo las detestaba:
—Nosotros no somos bichos sino otro tipo de criaturas, veníamos buscando a ese perro que ahora se sienta junto a vos.
Una exclamación indignada recorrió a los cortesanos que emitieron zumbidos y aleteos con enfado por la impertinencia de la niña.
El mosquito, sin embargo, habló en tono conciliador:
—Mi buen amigo, Sir Zacarías no es un perro, es un bicho como él mismo ha dejado muy claro al unirse a los
festejos.
—No se llama Zacarías, se llama Nube. —Puntualizó el chico apartando bruscamente el brazo de una polilla que mordisqueaba la manga de su jersey.
—Verá, resulta que nos envía una harpía, su pluma… —fue interrumpida por gritos ahogados de los bichos
—¡Una harpía! Nos buscareis la ruina, ¡ese monstruo nos devorara!- exclamó el mosquito furioso. La muchedumbre parecía a punto de abalanzarse sobre ellos:
—No, nosotros… —comenzó Mallory, pero su hermano la interrumpió:
—¡Quita! —bramó dando un empujón a la polilla y tirándola al suelo.
El mosquito estaba rabioso:
—¡Que suelten a los milpiés!
La tierra tembló bajo ellos, se miraron alarmados y Mallory chilló:
—¡Nube!
El cachorro reaccionó de repente y echó a correr hacia Jules que estaba en cuclillas preparado para cogerlo en brazos. Tan pronto como tuvieron al perro, echaron a correr, huyendo de los insectos del tamaño de un autobús que acababan de salir de la tierra.
Corrieron por el bosque, oyendo a sus espaldas el atronador sonido que hacían los milpiés al desplazarse. No sabría decir cuánto tiempo estuvieron huyendo, pero al llegar al límite de los árboles, en una colina verde que desembocaba en una pradera cubierta de dientes de león, tropezaron con una raíz y cayeron rodando hasta el llano. Como si aquello formara parte del juego, Nube se alejó de nuevo perdiéndose en la blancura del prado. Los niños se levantaron con fastidio: no se habían hecho daño, pero estaban muy cansados.
Caminaron pesadamente en pos del perro cuando un grupo de gatos los rodeó:
—¿Qué hacen estos humanos en nuestras praderas?
—Se habrán perdido.
—No, buscan a su chucho, el que tiene una pluma blanca y gimotea si te acercas a él.
—¿Sabéis donde está? —preguntó Jules—. Decídnoslo.
—Uy, da órdenes, el humano.
—Qué poco respetuoso.
Los gatos los rodearon meneando sus colas y haciendo que el polen se desprendiera de las flores. Los niños estornudaron y sintieron que sus ojos se irritaban, se movieron a tientas.
De pronto un león apareció ante ellos. Su pelaje parecía hecho de hierba seca y su melena estaba formada por espigas de trigo sus garras eran de corteza de tronco. Rugió amenazadoramente y dio un par de pasos hacia los niños que se agarraron de las manos y retrocedieron asustados.
El animal trató de lanzarles un zarpazo y al esquivarlo se tropezaron con algo… con Nube: el perro lloriqueó un instante, pero Jules lo ignoró y sin soltar la mano de su hermana agarró la pluma.
Una luz muy intensa empezó a salir del suelo y ambos chicos se elevaron en el aire, acompañados del cachorro. El aire llegaba desde abajo y los impulsaba manteniéndolos en el aire. Pronto la luz los cegó y cuando se dieron cuenta…
…estaban de vuelta.
La finca de la abuela los recibió cubierta de nieve, exactamente de la misma forma en que la habían dejado, incluso el trineo seguía donde lo habían visto por última vez.
Sin decir una palabra se miraron incrédulos y echaron a correr hacia la casa.
—¡Abuela! ¡Abuela! —gritaban los dos
La abuela salió a la puerta y los miró con curiosidad.
—Hemos estado en el bosque y hemos visto una harpía, huido de milpiés gigantes y escapado de un león. —explicó Mal acelerada
—¿En el bosque? ¿Y sólo os ha pasado eso? —concluyó muy seria la abuela—. Ahí dentro hay algunas criaturas muy malvadas, tenéis suerte de seguir vivos.
Una ráfaga de viento sacudió las copas, haciéndolas moverse como una ola verde.