El Destino De Moses Y Los Piononos
-¡Casualidades de la vida querido Moses!- expuso el Dr.Anselmo hace dos días en su gabinete de psicología.
¿Acaso podríamos llamar coincidencia al hecho de que el 14 de febrero de 1986 un varón de 112 kg. se precipitase al vacío en acto suicida desde la ventana de un 8º piso cayendo justo sobre la persona de Moses, fracturándole la clavícula y partiéndole la cadera por dos sitios diferentes, mejor aún ¿culparían ustedes al azar de un segundo suicidio acontecido el 14 de febrero de 1987 llevado a cabo por un sacamantecas de 112 kg. que aterrizó, adivinan sobre quién y cuyas consecuencias fueron luxación de hombro y fractura de cuello.
Hoy 14 de febrero de 1988 , Moses se hallaba atrincherado a cal y canto en su piso séptimo, letra S de la C/filigrana numero 112 . Temiéndose pues que este año ni san Valentín ni flores, pensaba- la que quiera cenita con velas que venga a verme casa-.
Al mismo tiempo que Moses divagaba sobre el porque de tan extraño destino, el nuevo inquilino del octavo S, el Sr. Pompilio Florida se atiborraba de piononos mientras se maldecía cruelmente por esa desagradable flaccidez consecuencia directa de la obesidad que padecía. Según marcaba la báscula aquella mañana su peso había alcanzado la mágica cifra de 111 Kilogramos. Decidido a acabar con aquel sucedáneo de vida Pompi, comúnmente conocido entre los más cercanos, concretó un plan de acción que debía comenzar por no engullir el décimo pionono de una caja de diez y, seguidamente llamaría a su primo Mauricio, aquel cachitas hormonado que siempre le zurraba de pequeño y que actualmente trabajaba como relaciones públicas de un gimnasio, para que le impusiese un severo régimen de adelgazamiento y quién sabe si quizás también le suministrase alguna de aquellas hormonas milagrosas. Ansioso por agilizar su nueva vida de ironman descolgó el teléfono y marcó los dos primeros dígitos del móvil de Mauri, pero en ese preciso instante tuvo que declinar, ya que los piononos emitieron una serie de sistemáticas amenazas para con sus instestinos; – no hay problema- concluyó-, aliviemos primero. Sentado en la taza del inodoro pensó la mar de a gusto que se encontraba allí reunido con tres de sus mejores amigos: Zipi, Zape y Mr.Roca.
Mientras tanto en el piso inferior Moses preparaba el plato estrella de la que debía por fin presentarse, tras dos años fatídicos, como una noche de ensueño junto a Jimena. Terminando de mezclar en un bol las alcaparras, con la mayonesa, las tiras de zanahoria y el salmón observó detenidamente el recipiente y se preguntó si ciertamente aquel engrudo pastoso no se asemejaba más bien a un charco de vómito con tropezones de colocón etílico 7.AM que al referido plato «Moses esta noche mojas» , no lo pudó evitar, corrió hacia el baño tragando bilis, se encorvó sobre el water y descargó el potaje con acelgas del mediodía. Finalizando el desalojo un polvillo blanco planeo sobre su cabeza, alzando la mirada con cara de bobalicón, descolgando la mandíbula sobre la articulación descubrió una tremenda mancha de humedad en el techo y observó como unas pequeñas grietas más que sospechosas comenzaban a abrirse camino.
Paralelamente Pompi notó cómo la base de su WC se desestabilizaba bajo su enorme trasero. En ese preciso instante comenzó a sonar una sirena de alarma anti incendios y voces de ¡¡FUEGO FUEGO, AUXILIO!! retumbaron por todo el edificio.
Moses se incorporó de un salto y huyó sin pensárselo dos veces en el preciso instante en que Pompi se incorporaba y su water se precipitaba en caída libre hacia el séptimo S. Una densa humareda dio la bienvenida a Moses cuando abrió la puerta de su casa, desesperado, como alma que lleva el diablo corrió escaleras abajo. El incendio se había originado en el ático por lo que el fuego aún no afectaba a las primeras plantas. Entre toses y con los ojos acuosos Moses logró salir del edificio. Fuera reconoció a la mayoría de vecinos, también los primeros curiosos comenzaban a aglutinarse entre empujones, mientras los bomberos y el 061 se afanaban con carreras de aquí para allá tratando de solucionar el desastre. Comprobó entonces cómo un nutrido grupo de personas gritaban al cielo.
– ¡Tírese ya hombre de Dios!- chillaban unos.
– ¡¡Que no pasaaa naaaaa!!- opinaban otros.
– No ve usted que hay una lona gigante- aleccionaban los más expertos del redil, cómo si aquel pobre desgraciado desde la soledad de su octavo piso pudiese oírlos a todos.
Una señora mayor cerca de él y a la que Moses creyó reconocer como la dueña de la mercería, ilustraba a Puri la panadera:
– No se yo si el «enredón» aguantará al gordo ese.
A lo que Puri toda compungida añadía.
– Fíjese que mismito esta tarde recogió el pobre siete cajas de piononos. Y ¿por qué no llevará pantalones?.
Mientras, el bueno de Pompiliete se devanaba los sesos afrontando la decisión más complicada, incluida la del décimo pionono, de su maltrecha vida. Por alguna extraña razón su mente evocó los juegos olímpicos de Pekín 2008 y recordó con admiración aquellos acróbatas chinos que tan elegántemente ejecutaban la maniobra desde el trampolín. Se decantó por un salto del ángel con tirabuzón y rogándole a Dios por que aquella lona, microscópica desde la distancia, lograse amortiguar el batacazo de su inmensidad, se lanzó al vacío cuál atleta mandarín.
Para cuando Moses logró descifrar el galimatías que sucedía a su alrededor y percatarse de que se encontraba junto a una inmensa lona rosa hinchable un cuerpo gigante bajaba a la velocidad de la luz e impactaba de lleno contra el colchón, sin embargo, por efecto de un extraño rebote Pompilio Florida sobrevoló nuevamente la cabeza de Moses a un metro del suelo que únicamente acertó a cubrirse la cara con ambos brazos en forma de cruz. De repente unos de los bomberos que se encontraban tratando de apagar el fuego giro la manguera en dirección a Moses que debido a la violenta presión del chorro salió despedido contra el cristal de la fachada de la panadería de Puri al tiempo que Pompilio aterrizaba sobre sus posaderas amoratándose ambos cachetes.
Desde la cama de la habitación 112 del hospital San Valentín Moses oyó recitar, merced a la escasa audición que las vendas del rostro le permitían, el diagnóstico de un doctor con cara de insecto. Laceraciones profundas y magulladuras por todo el cuerpo, tratamiento a base de calmantes y en una semana le darían el alta. A través del único ojo que aún conservaba reconoció a Jimena sentada junto a un gordo de proporciones estratosféricas, pensando que todo aquello debía ser fruto de la morfina, noto con cierto alivio como su mente comenzaba a silenciarse.