EL ESPECTRO DE LA NIÑA MUERTA
Fue en el invierno de
1940, en una aldea que no conoció la guerra ni la hambruna feroz posterior de la
posguerra pero si la escasez y la miseria que corrieron paralelas desde que se
asentaron en ella sus escasos pobladores. Había una casa en la aldea apartada
del resto en un promontorio yermo: “la casa grande del páramo seco”.
La habitaba un matrimonio cercano a la ancianidad yermo como el páramo:
Ezequiel y Catalina se llamaban.
Se llevaron un susto y una sorpresa una mañana cuando al abrir la puerta
encontraron una banasta hundida en la nieve, tapada casi entera por una tela de
arpillera a modo de manta… dentro había un recién nacido. La pequeña criatura
no se movía ni lloraba, creyeron que había muerto por el frio de la noche, sin
embargo un cuerpo pequeño empezó a moverse y a emitir unos sonidos que no eran
llanto de niño sino unos gritos agudos y siniestros, que parecían alaridos de
una alimaña herida.
Alguien que no la quiso, la metió en aquella improvisada cuna y se deshizo de
ella abandonándola a las puertas de la casa de este matrimonio sin descendencia
y presuntamente receptivo. Fue el alumbramiento de aquella vida una vergonzosa
carga consecuencia de un incesto y esa consecuencia portaba taras endogámicas.
Era una niña y con el tiempo se hicieron perceptibles esas taras: deficiencia
mental, la boca algo torcida y tras sus párpados había dos ojos pequeños; uno
era precioso del color de la azurita (1) pero no el otro, que era blanco y
“güero”, sin iris ni pupila, como el ojo de un pez muerto.
El matrimonio casi anciano la acogió con cariño y el viejo Ezequiel le fabricó
una muñeca con una cuchara grande de madera, a la que puso unos trozos de soga
gruesa a modo de brazos y piernas y Catalina le confeccionó un vestido con
trapos viejos de enagua, además el viejo le pintó unos ojos, una boca y una
nariz a la cuchara, para que pareciese una cara.
La niña tuerta de la casa del páramo seco, siempre llevaba la
“muñeca” en su mano izquierda porque era zurda, y esto era cosa mal
vista en cuanto a modales ortodoxos a la hora de comer, pues se decía que se
ofendía al Altísimo cogiendo el pan que Dios te había dado, aunque este fuera
escaso, con la mano siniestra y en general motrizmente deficiente que no servía
para el trabajo, requisito previo e ineludible que era este para ganarlo. Le
llamaban “la mano tonta”.
Hubo en 1918 una epidemia de gripe que dejó en el mundo entre 50 y 70 millones
de muertos y fue en España esta epidemia especialmente virulenta, de hecho se
le conoció en el país por las autoridades sanitarias, como la “gripe aviaria” y
en el resto de Europa como la “gripe española”.
La niña siempre iba con la muñeca en su mano hábil desde que empezó a andar con
tres años y medio, mientras que la otra mano la escondía en el bolsillo,
también el ojo que no era bonito a menudo lo cerraba para que no lo viese la
gente con la que se cruzaba.
La niña murió a los once años, por un rebrote de aquella gripe pero nunca se
fue de la aldea.
Cuando el traje de la muñeca desapareció por la pertinaz acción de la polilla,
la cuchara volvió a ser un útil de cocina y la niña nunca abandonó este. Pasaba
los días enteros recorriendo la aldea y llamando a las casas, golpeando la
puerta de estas con la cuchara grande de madera que fue su muñeca.
Después de su
entierro la cuchara siguió golpeando las puertas de las casas a cualquier hora
del día o de la noche. También desaparecían cosas de las casas tras haber
estado la niña en ellas. La pequeña tuerta además de que solo veía por un ojo,
tener un retraso mental severo y perceptible y ser zurda, tenía tendencia a la
cleptomanía (siendo en este arte, “ambidiestra”).
Después de haberla
enterrado tras su presentida muerte, en el precario cementerio que había a tres
kilómetros y que albergaba muertos de varias aldeas cercanas, contaban que era
vista entre los fuegos fatuos, porque los enterramientos se hacían sepultando
los míseros ataúdes cubriéndolos solo con tierra y cal. También la veían
asomándose a las ventanas sin cristales de las casas que quedaban abandonadas.
Incluso la cámara que portaba en su casco un cicloturista que recorrió con su
bicicleta de montaña aquel lugar sin habitantes, captó 60 años después el
espectro del pequeño fantasma que se asomó a la ventana de una de esas casas,
(llegó a poner el video en su perfil de facebook, indicando el minuto en que la
cámara captó el espectro de la niña muerta).
Dicen que murió supuestamente víctima de aquel rebrote de la gripe Española.
Fue amortajada con su vestido de comunión y velada en “la casa grande del
páramo seco”. Asistieron al velatorio todos los vecinos de la aldea y muchos de
las cercanas, hizo mucho frío aquella noche luctuosa y los asistentes
tiritaban, sobre todo hacia las dos de la mañana cuando el pequeño cadáver que
yacía en un sencillo féretro, abrió un ojo; precisamente ese ojo. Un escalofrío
inundó la estancia y recorrió la piel de los que se hallaban en ella, pero
nadie se acercó al cadáver de la pequeña difunta para cerrarle ese ojo blanco
que abrió, o se le abrió quedando iluminado casi por capricho por uno de los
candiles de aquella sala fría. Aunque el hecho del ojo abierto creó cierto
desasosiego entre los velantes, alguien tranquilizó a los asistentes comentando
que aquello ocurría algunas veces, incluso llegó a relatar algún caso, que
simplemente se debía al efecto del “rigor mortis”.
En aquella época apenas se conocían casos del fenómeno de la
“catalepsia”.
A la mañana siguiente la enterraron y los pobladores de la aldea sintieron
cierto alivio cuando vieron desaparecer el pequeño féretro bajo las paladas de
tierra que taparon la fosa. Pero aquella misma noche volvieron a escucharse los
golpes de cuchara de madera en las puertas de sus casas, y días después se
volvió a ver a la niña de “la casa grande del páramo seco” asomada a las
ventanas sin cristales de las viviendas abandonadas. Gente de otras aldeas
contaba que al regresar a sus casas de noche, habían visto entre los fuegos
fatuos el espectro de la niña muerta de “la casa grande del páramo seco”, al
pasar cerca del cementerio.
Seis años después hubo una tormenta fuerte que generó torrentes que anegaron
bancales, derribó balates y tapias y removió tierras. También el cementerio se
vio afectado quedando destrozado por los torrentes que provocó la tormenta que
removieron y arrastraron la tierra que cubría las tumbas y algunos cadáveres
quedaron al descubierto. Las fosas quedaron inundadas y algunos cuerpos estaban
momificados ya que las condiciones climáticas del lugar favorecían este
fenómeno. Los cuerpos de los muertos quedaron expuestos flotando en sus fosas
inundadas, como si estuviesen en una bañera. También se inundó la tumba de “la
niña de la casa grande del páramo seco” y quedó a la vista su cadáver
momificado. Todos estaban panza arriba, todos menos el de la niña de “la casa
grande del páramo seco”, que estaba boca abajo y se había comido tres dedos de
su mano tonta.