El espejo

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El espejo

Hace tres años conocí a José.

En realidad le di un nombre, porque jamás tuve claro quién era, sin embargo, él se encargó de decirme innumerables veces que era Pedro, pero siempre me gusto llamarlo José, además sonaba musical y, claro, me recordaba más a mi amigo José que a mi enemigo Pedro, es por eso que José se convirtió en mi nuevo mejor amigo y a Pedro trato de olvidarlo todos los días.

José o Pedro como quieran llamarlo, era un hippie sin vergüenza. Aderezaba sus días haciendo pulseras y zarcillos que vendía a turistas en el bulevar. Digo turistas porque en la gran ciudad todos somos turistas y prueba de ello, siempre está reflejada en el desconocimiento sobre las direcciones. Nadie en la ciudad es de la ciudad, todos somos turistas en el valle lleno de monóxido de carbono y de música estridente en cada esquina.

Los días-de hace tres años- eran diferentes a los de ahora-tres años después- pues la gente caminaba con más prisa y José en su afán de comer los atropellaba con su mercancía y mientras les ofrecía una pulsera malhecha aprovechaba para robarles la cartera o tocar alguna que otra teta que se atravesaba entre su mano y su producto, decía que siempre era ganancia, pues el alma no solo se alimenta de comida sino de sensaciones.

La tarde que lo conocí vestía con un saco marrón, pantalones azules y zapatos deportivos, curiosamente eso llamó mi atención -hace tres años todo me llamaba la atención hasta las cosas insignificantes -yo también tenía en mi precario ajuar una de esas combinaciones de chaqueta, pantalón y zapatos deportivos lo que me producía una sensación de escalofrío.

Lo escuche como gritaba frente a un afiche de propaganda política que abundan en la ciudad. Le reclamaba algo a esa imagen inerte que con una sonrisa displicente no respondía un coño. Me le acerque y mientras sacaba un cigarrillo de mi saco marrón le comenté que no contestaría, pues las fotos no hablan.

Me miró a los ojos y se fue acercando poco a poco.

No hablaba, solo me respiraba y su olor añejo me recordó un aroma que no disfrutaba hace tres años atrás. Siguió auscultándome con parsimonia hasta que sus labios se entreabrieron para susurrarme ¡Vete Pedro!




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