El hogar de mi vida
La casa era perfecta en todos los aspectos. La ubicación céntrica, los alrededores, la infraestructura, el jardín con toda la variedad de flores posibles, su camino de pequeñas piedras, las grandes rejas negras con figuras de hadas danzando hechas del metal oscuro y ese aire antiguo y elegante reinante en el lugar. ¡Hasta la condena puerta de entrada era magnánima! Debía de ser suya.
Ya había escrito veinte veces a las oficinas gubernamentales para que lo dejaran entrar y ver el interior de la casa. Se preguntaba cómo serían sus escaleras, tenía tres pisos y sospechaba que un sótano. Ojala fuese así. Le fascinaban los sótanos desde niño por criarse viendo esas películas, series y caricaturas estadounidenses. Nunca entendió por qué razón no eran comunes en Venezuela. ¿Los suelos? ¿Falta de maquinarias? ¿La falta de imaginación de los arquitectos? ¿¡A que se debía Dios mío!?
Cuando la tuviese en su poder por fin podría quitarse la obsesión con ella. A veces el sueño le huía en la noche sopesando en todas los beneficios que le traería y sopesaba en el potencial invisible para sus ojos.
Se imaginaba sentando en su propio estudio rodeado de estanterías llenas de sus libros. Pondría sus libros especializados en su carrera todos juntos y ordenaría sus lecturas de acuerdo al género, fantasía (su gran amor), no-ficción, suspenso (del cual solo contaba con unos tres si la memoria no le seguía fallando), romance (no era muy fan pero reconocía su aprecio a grandes obras como María, Madame Bobary e incluso las historias de moda de los jóvenes), miedo (Stephen King resaltaba y había algunas tonteras sin miedo infantiles ¿Qué podría hacer? ¡Si le dieran el libro escrito por Hitler lo leería!) y los demás que la trama estaba tan entremezclada en los diversos géneros literarios que le era muy difícil escoger solamente uno. No sentía una atracción a los ensayos, ni a los poemas ni a las crónicas. Para él y con el perdón de los devotos, no era necesario matar un árbol hoy en día para publicar algo así. Aunque existía alguna poesía de Neruda bastante interesante y había soltado una lagrimita en una ocasión.
—Los sueños son difíciles de alcanzar— comenta sardónica La Sirena soltando una exhalada de humo. A diferencia de él, tenía la mirada desviada de la casa.
Siempre que hacía acto de presencia le daban ciertas arcadas, pues si la contemplabas por unos cuantos segundos te darías cuenta al instante de su horrible aspecto. Una persona del revés, salpicando de sangre a su alrededor y las venas latiéndole levemente. Los ojos y los dientes con las encías era lo peor.
—No seas pájaro de mal agüero— replica sin desilusionarse ni un pelo—. Algún día el mundo va a conocer mis historias de otros mundos, magia y de dragones.
—Tu libro es raro, ninguna editorial lo va a querer— sorbe su cigarrillo y se queda en silencio bajando la cabeza
Él ignora el comentario y vuelve a centrar su atención en la casa, preguntándose el número de habitaciones, los tapices, las alfombras y si colgarían arañas en cada ambiente.
Piensa en su dormitorio, pondría cortinas color crema en esos enormes ventanales. Se aseguraría de conseguir las alfombras victorianas de sus sueños o también podría conformarse con unas de estilo indio. No le importaba remodelar cualquier desperfecto. Incluso pensaba en tirar, si existía, las escaleras de mármol y reemplazarlas por unas hermosas y lustrosas de madera.
Un repentino sentimiento de excitación lo envolvió, parecido al de un niño impaciente la noche antes de Navidad. ¡Necesitaba ver el interior de la casa! Le importaba muy poco no tener el visto bueno de las entidades y tampoco no tener ni una maldita palanca. Echaría un inofensivo vistazo por las ventanas bajas, eso sería todo.
Comenzó a zarandear la reja con frenesí dándose cuenta de lo infructífero de su acción. Había un grueso candado separándolo de su casa y él. Soltó una palabrota a todo pulmón y golpeó los barrotes con toda su fuerza causándole un gran dolor. El efecto le produjo una vibración por el cuerpo.
—¿Necesitas una mano?— le pregunta La Sirena del otro lado de la reja con su cigarrillo en la mano. Sus maltrechos pies tocaban el camino de piedra que él ansiaba pisar.
—¡Sí! ¡Apúrate!— Urge casi al nivel de los gritos.
—Deberás de cambiar la primera parte de tu historia, los editores al darse cuenta de los cambios de tono llegarán a la conclusión de que las escribiste con años de diferencia y experiencia.
—No sabes nada— afirma en tono amenazador. Los ojos los tenía inyectados en sangre, el cabello estaba alborotado y hacía una mueca de rabia, parecía un depredador a punto de saltarle encima a su presa.
La Sirena le abre el portón y él la aparta de su camino de un manotazo. Corre dando pequeños saltos de alegría posando su mirada de vez en cuando en cada árbol, flor y figuras de cerámica. Le resultaba difícil aguantar tanta dicha en sí mismo. Por fin había entrado en los terrenos de la hermosa casa. Giró varias veces al correr y pegó su cara contra la ventana ornamentada. Acarició la superficie de cristal y su alrededor. Casi suelta un grito de admiración al sentir por sus yemas la piedritas de la fachada. Su contacto era perfecto, su color y como la luz del sol rebotaba en ellas. ¡Incluso el aire era diferente! Limpio y puro como muy pocos en el mundo. Dejaba una satisfactoria satisfacción, ¡bendita sea la redundancia! ¿O eso no era?, en sus pulmones y un sentimiento de añoranza al salir.
Devoró con la mirada lo que le mostraba la limitada visión de la ventana.
El lugar estaba amueblado a su gusto. Había estantes con figuritas de cerámica y algunos libros en tapa dura ¡Tapa dura! Ya podía verse en ese lugar sentando en el sofá imaginándose ver una chimenea de ladrillos rojos, ¿Quién en su sano juicio tendría una chimenea en el país?
—Un loco mirando el vacío de la muerte— comenta La Sirena fríamente dejando libre una nubecita de humo gris.
Él se extraña por el comentario pero no decide replicarle. Su atención estaba en desnudar cada rincón posible de la casa. Entonces captó por el rabillo del ojo un movimiento. ¡Un maldito movimiento que lo desmoronó todo! Lo arruinó, lo arruinó, ¡LO ARRUINÓ!
¿Acaso era la razón por la que no le respondías sus cartas? ¿¡Eso era!? ¡No era justo, él la había visto primero! ¡Había estado en esa reja todas las tarde en todos los días del año! ¡ÉL LO HABÍA HECHO! ¿Qué habían realizado ellos para ganársela? ¡Nada! ¿Cómo no pudo darse cuenta? ¿Nunca salían a esa hora? ¿¡Cómo no pudo ver los malditos camiones de mudanza!? ¡Era un tonto y un imbécil! ¡Le robaron en sus propias narices! Pero no se quedaría con los brazos cruzados, no, no… los haría pagar.
—Necesitarás esto— La Sirena le tiende una pistola, no sabía de qué clase y poco le importaba en ese momento.
La tomó, hizo ese movimiento de las películas de policías.
Los ojos de La Sirena se volvieron por completo negros y un destello rojo apareció en ellos.
Iba a sacar a los ladrones de su hogar…