El Montañero

El Montañero

                                                                                
Jorge como cada principio de mes, madrugó más que ningún otro día. Se afeitó, aparcando  por unas semanas, su negra y cerrada barba. Impoluto, perfumado y con su saquito de monedas colgado del cuello, partió hacia Veneidan. Con paso firme inició su marcha en busca de los víveres que debían colmar la despensa familiar. Vivía en medio de la nada, arropado por cielo y tierra,  y a veinte kilómetros de  algo más que el susurro del viento. 
Cuando llegó al cruce de los dos caminos que se dirigían a Veneidan, se topó con el viejo Nero.
-¿A la aldea?-
-Es lo que toca, ya que de aire no llenamos nuestras panzas- el anciano sonrió, se dio la vuelta, y empezó a escalar la montaña que convertía en dos, la carretera que alcanzaba el pueblo.
Tenía casi 70 años, y porteaba consigo un par de cuerdas, un piolet, una gran saca y el espíritu de un joven montañero.
Jorge se quedó plantado viendo como el abuelo Nero se encaramaba por los filos, y las grietas que entrañaban la montaña. Si el tiempo lo terciaba, la subía de un tirón, pero si el frío se le unía como compañero de escalada, entonces el longevo Nero se escudaba tras una pausa, una honda respiración, y un pequeño sorbo de café del termo que llevaba consigo.
Cuando Nero alcanzó la cima, el joven  prosiguió con su ruta. Durante el trayecto, decenas de bares, casinos y burdeles, mareaban y aturdían el sentido común de cualquier viajero. Así que como cualquier hijo de vecino, y de un Dios de carne débil, Jorge cayó a merced de los cantos de sirena que compuso el Diablo. Pasaron cuatro vasos de vino y cinco manos de póquer, antes de que el joven cabeza de familia pusiera los pies en Veneidan. Una vez allí, llenó la mochila con las pocas provisiones que pudo obtener del mermado saquito de monedas. De camino de vuelta, volvió a encontrarse con el anciano que cargaba a hombros su saca  a rebosar.
-¿Te puedo hacer una pregunta?- le dijo Jorge.
-Naturalmente-
-¿Por qué nunca coges uno de los dos caminos, en lugar de subir por la pared de la montaña?-
-¡Ayyy joven inocente! Verás, ambos están señalados y fabricados por el hombre, y éste nunca hace nada por hacer. Te encauzan por sendas llenas de tentaciones, y amigo mío, el hombre es débil, y yo… el que más. Conquistar la cumbre me recuerda el esfuerzo que he tenido que realizar día tras día, para ganar esas monedas.
-Viejo…¿me enseñaras a escalar?- le preguntó Jorge cabizbajo.
-Claro.
Pasaron los meses, y el muchacho abandonó las dos vías para seguir los pasos de Nero. Los años fueron cargando la mochila del viejo haciéndole cada vez más pesado el ascenso. Hasta que un día de invierno de fuertes nieves, el subir por las rocas se le hizo mortal, tardó más de lo habitual en coronar el pico, y cuando lo hizo, se sentó jadeando y tembloroso, a tomarse un pequeño respiro. Sus cansados ojos dieron un ultimo vistazo al valle nevado, mientras   Diciembre le tejía un gran abrigo blanco, que lo arropó por completo, en su eterno descanso. 
En la actualidad, la montaña de Veneidan es presidida por una gran cruz blanca con un saco colgando de ella, que Jorge  clavó en honor al viejo. La cima se ha convertido en un lugar de peregrinación para cientos escaladores y aficionados, que durante el año van a trepar por la rocosa pared. Es costumbre, que el que alcanza la cima, deposite una moneda en la bolsa que cuelga de la cruz de Nero. Y en el mes de Diciembre, el dinero acumulado en la saca, se reparte entre  las familias más necesitadas del lugar.
Por las calles de Veneidan se cuenta, que en los días del más duro frío, han visto a un anciano en la montaña, que se arrima a los escaladores que peor lo están pasando, para ofrecerles una taza del café de su termo. Las personas que aceptaron su ayuda, dicen, que tras el primer trago, y al querer darle las gracias, no pudieron, porque el anciano ya había desaparecido. 
Narra la leyenda, que se trata del espíritu del viejo Nero, que acude a rescatar a sus compañeros de escalada. 




  • 0 Comentarios

    Dejar una respuesta

    Contacto

    info@scriboeditorial.com
    666 47 92 74

    Envío
    o de las

    Inicia Sesión

    o    

    ¿Ha olvidado sus datos?