El pájaro
Como desgarrando los adoquines camina el hombre por aquellas calles antiguas, por aquella zona de la ciudad, apartada, alejada de todo, detenida en el tiempo. Parece una especie de sueño, solo a unas cuadras de allí, la moderna capital se levanta imponente, ignorante de su propio pasado que la escolta apenas a unas cuadras. Al hombre estas apreciaciones le son indiferentes.
La angosta calle solo admite el paso de breves hombres, si más de dos cuerpos se encuentran en sentido contrario, uno debe darle la espalda a la pared y dejar pasar al otro. La espalda en ese momento dará seguro a una pared de piedra, piedra traída de las canteras en carretas, elevadas sobre los cimientos. Muros de edificios que han soportado sismos y religiones.
El hombre camina por esas calles, ausente de aquel escenario, llega a una especie de esquina donde empieza la construcción de un colegio Salesiano. Toda la manzana está ocupada por el colegio. Enfrente unos galpones abandonados que ya no tienen ventanas, apenas si le quedan en lo alto unos ventiluz con los vidrios rotos, que no se divisan en la noche, la callejuela es muy oscura. Solo está iluminada por un tímido farol anacrónico, que funciona a medias.
El hombre camina por inercia, es invierno, serán las 20:00 hs o las 22:00, lo cierto es que está muy oscuro, y muy pocos autos circulan por las calles paralelas y alrededores.
Por la mano derecha camina el hombre. No es viejo, no debe superar los cincuenta años, pero su andar y su aspecto le suman al menos una década.
Tiene la piel muy arrugada, tanto como la ropa, el hombre recién sale de su oficina, del típico trabajo rutinario, monótono, sin demasiado sentido.
Solo quiere llegar a su departamento, solo piensa en el sándwich que lo espera en la heladera. Ya no frecuenta amigos, hace tiempo no visita a la poca familia que le quedó. Su rutina lo ha vuelto osco y caprichoso.
El hombre camina y fuma sin parar, uno atrás de otro. Pronto saca el último cigarrillo del último paquete, no sabe cómo ocurrió eso. No se percató de lo que había fumado. Toda su vida ha fumado, de su piel arrugada parece salir ceniza y humo.
Justo cuando pasa bajo la única la luz, el foco se quema. Antes o después escucha un aleteo que lo hace mirar hacia atrás y luego hacia arriba, allí ve una silueta de un pájaro. Siente un fuerte dolor en el brazo y el pecho. Es enorme, en el reflejo de la luna menguante le parece que el pájaro lo mira, pero no se asusta. Luego el pájaro baja y se posa en la calle, interponiéndose en el camino, de espaldas al hombre. En ese momento descubre sus grandes proporciones, por eso duda si es un pájaro. A cierta distancia y en la penumbra, bien podría confundirse con una persona.
El hombre acaba de entender, que ese ser está allí solo por él. Algo le oprime el pecho.
De pronto el ave gira su cabeza y al hombre le parece ver la cara de una anciana. No está seguro, no logra explicarse lo que ve, no cree que sea necesario comprender lo que ve, porque lo que siente es claro. Hasta logra oír su corazón. Oye como pierde fuerzas, oye como se rinde. También oye el último torrente de sangre fluir por las arterias, ve cómo el corazón disminuye paulatinamente su espasmódico movimiento y va dejando sin combustible al cuerpo
El pájaro vuelve a tomar vuelo y en un silencio absurdo baja hasta el hombre y lo toma por los hombros, las garras se clavan en la carne, pero el hombre se toma el pecho que se desgarra. El ave levanta al hombre por el aire, ya es un ser leve como sombra. Pájaro y hombre desaparecen en la noche.
Al cierre de esta edición se constató que, en la mañana del 2 de junio a las 7:00 am, fue hallado por un diariero, en las inmediaciones del colegio salesiano, el cuerpo sin vida de un hombre de entre 50 y 60 años. Hasta el momento no se pudo corroborar su identidad. El cuerpo daba señas de haber sufrido un infarto. No tenía ningún signo que indicara violencia o traumatismo alguno.