Fruta caduca y flores marchitas
Hoy han llegado las urgencias serpenteando por entre los cristales rotos de la estación. Ventanal resquebrajado por los rayos del sol de las mañanas, las miles de mañanas pasadas, que tamiza la luz incipiente del día. Cristalera en profunda descomposición que tiñe de un tono dorado la aspereza del suelo sucio y las paredes sobadas de tanto soportar hombros y espaldas cansadas.
Hoy el tiempo camina y silba por entre los andenes, con el paso de un trastornado con una locura urgente por acometer. Hoy los trenes están mudos, hoy la muchedumbre no revolotea ocupando los rincones. Esta mañana el frío lo inunda todo, lo silencia todo, desparrama nebuloso vaho en los vestíbulos y en cada una de las esquinas vacías.
La costumbre suele ser pegajosa y repetitiva en esta parte del mundo. El tiempo acostumbra a mostrarse infinito. Los anhelos torpes, borrosos y oxidados. No germinan noticias en estos rincones, no florecen ilusiones y caminar, en perfecta fila india, es lo más audaz que nos solemos permitir. Generalmente transita la vida como lo hace el agua sobre un árido suelo arcilloso; buscando la siguiente cicatriz a la que saltar para deslizarse sin empapar la tierra. Así, de ese mismo modo, se desvanecen los días ante nuestros ojos y no hay llantos ni risas que los detengan.
Sin embargo, esta mañana los andenes bullen en urgencias.
El peso del tiempo acumulado en tratar de dominar lo que jamás puede ser aprendido: la soledad, el olvido del que pasa desapercibido o la densa y total apatía; ha vencido todo resto de esperanza. Esta mañana el frío acelera los segundos, la mente siente la imperiosa necesidad de buscar silencio y el cuerpo ni siquiera consigue toser cuando la peste a angustia comienza a bloquear la respiración. Hoy las imágenes de las vidas ajenas, de las conversaciones y confidencias, los sonidos de los zapatos que cruzan ilusionados los andenes, la vorágine de despedidas y reencuentros… hoy todos ellos se han convertido en zarpazos insoportables, en disparos dirigidos con maléfica precisión para avivar los más dolorosos de los recuerdos.
Esta mañana se ha hecho imposible vivir.
Hoy he decidido nunca más volver a dormir envuelto en hedor a fruta caduca y flores marchitas.
Hoy he tallado mi nombre en la pared más cercana. Mañana me despedirán breves columnas en los periódicos locales.
Estoy conforme, nunca he perseguido la gloria. Me conformo con el silencio que dejan los focos cuando se apagan.
Foto de portada: “Homeless and forgotten old man in Argentina”, por Rodrigo Butta
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