La Cueva

La Cueva

Desperté.  No sabía
dónde me encontraba,  tan solo recuerdo
haber leído aquellas extrañas runas.

Mi corazón palpitaba rápidamente, mi visión se iba
acostumbrando a la negrura más absoluta y mi mente trazaba extrañas formas en
la oscuridad.

Me sentía diferente, algo en mi había cambiado. Notaba cada
partícula en el aire, podía discernir entre la negrura hasta la más pequeña
roca una vez mi visión se acostumbró y mis extremidades se sentían más pesadas.
Intente verme pero no fui capaz, ¿Cómo podía ver a través de la oscuridad más
absoluta pero no ser capaz de observarme a mí mismo? Comencé a palparme, mi
rostro estaba cambiado, grandes colmillos salían de mi boca, mi nariz se había
transformado en una única protuberancia, todo mi cuerpo estaba cubierto de
pelo, mi musculatura había crecido en forma y masa y mis brazos eran tan largos
que podía  caminar de forma cuadrúpeda.
Intente hablar para pedir ayuda pero lo único que broto de mi boca fueron
rugidos inhumanos. Sabía que nadie podía entenderme ahora.

De pronto un hambre voraz empezó a invadirme. Busque peces
en el arroyo subterráneo y me los comí crudos, sin hacerles ascos por lo
que  no llegaba a comprender, ¿Qué era yo
ahora? ¿Dónde estaba Eric Wilson, aquel joven granjero que descubrió aquellas
malditas runas en la cueva?

Por alguna extraña razón notaba que no podía salir, un lazo
ancestral me ataba al lugar, además el más mínimo contacto con la luz era
mortífero para mis ojos.

De pronto me sobrevino un olor a carne humana. Intente
acercarme lentamente siguiendo el rastro, pues todavía no estaba acostumbrado a
mi cuerpo y mis movimientos eran torpes. Algo me decía que no podía simplemente
dejarme ver, dado mi nuevo aspecto, pero ¿Qué podía hacer? Necesitaba ayuda,
tenía que salir de esta cárcel de carne y hueso para volver a ser Eric Wilson, el
granjero.

Cada vez más cerca del origen del rastro mi corazón se
aceleraba, grandes cantidades de babas salían de mi boca y un hambre voraz me
invadió de nuevo, pero esta vez sabía que no me iba a saciar con animales
pequeños, necesitaba algo más.  Por fin
me había acercado lo máximo posible. Divise cuatro antorchas cada una llevada
por un hombre, su luz me hacía llorar instintivamente, me ardían los ojos. Aun
sin poder hablar, decidí intentar comunicarme con ellos. Estaba desesperado, no
entendía que es lo que me estaba sucediendo. Lo único que salió de mi boca
fueron balbuceos monstruosos mezclados con mis propias babas y lágrimas.

Note como el ritmo cardiaco de aquellas personas iba en
aumento, enfocaron sus antorchas hacia mi dirección e instintivamente me
escondí detrás de una roca. Podía oír como hablaban entre ellos, asustados
preguntándose qué clase de criatura podía emitir mis sonidos. Decidieron dar
media vuelta y correr camino a la salida. Pero algo en mi interior no podía
dejarles marchar. Comencé a caminar rápido sobre mis extremidades y al
alcanzarles les lance una pequeña roca a los pies para enseñarles que no era
una amenaza, aunque las antorchas me hacían demasiado daño. Les indique si
podían apagarlas señalándolas pero lo único que obtuve por respuesta fueron
unos gritos de auxilio. No pudiendo soportar más el fulgor, salte y apague
todas las antorchas de varios golpes, sorprendido a la vez por la rapidez de
mis movimientos. En aquel instante uno de ellos sacó un revólver y comenzó a
disparar. Una bala me alcanzó en el pecho. Un frenesí inimaginable se apoderó
de mí. Arranque la cabeza al viajero y me relamí los dedos, mi hambre se
saciaba por momentos, entonces comprendí que dada mi naturaleza nadie podía
ayudarme. Arranque miembros, esparcí sesos y vacié tripas hasta haberme
saciado. Los había matado a todos. Cuando terminé solo quedaban bultos
carmesíes en el suelo. Me lleve un  brazo
a la boca, lo relamí con gusto, dándome cuenta que cada vez baboseaba más y
después le arranque los dedos para ir comiéndolos de uno en uno, cuando hube
terminado algo en mi interior se relajó. De pronto fui consciente de todo lo
que había sucedido. Un dolor insoportable oprimía mi pecho mientras un líquido
cuyo color seguía sin poder ver emanaba de él y unas ganas terribles de
devolver me inundaron. Comencé a vomitar mientras me alejaba del lugar, aunque
saciado, no podía concebir aquella situación, asustado corrí lo más fuerte que
pude hasta llegar a la salida de la cueva, allí donde se encontraban las malditas
runas. La luz lunar reflejada en la roca me permitía verlas, pero no acercarme
más dado el dolor que me producía su resplandor. Caí sumido en la oscuridad,
agazapado detrás de un montículo cubierto de mi propia sangre, babas y vómitos.

Mi fuerza vital se iba agotando, mis ojos se entrecerraban,
mi corazón dejaba de latir. Entonces pude ver a alguien acercarse a la entrada
de la cueva. Se acercó haya donde las runas y trato de leerlas. Intente
avisarle de que no lo hiciera pero no tenía fuerzas para emitir ningún sonido,
de pronto, vi cómo se transformaba en una horripilante criatura mientras
exhalaba mi último aliento y cerraba mis ojos.

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