Antes y después

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Antes y después

Antes y después

El mundo giraba alocado, desenfrenado,

dando tumbos y tal vez,

fuese la causa de la insensatez

y desidia de quienes la habitaban.

En África el hambre

y los vientres hinchados.

En Medio Oriente,

desde sus conflictos religiosos

hasta el lujo del petróleo

y el oro, contrastando

con la miseria y muerte

de Siria, sumida en la guerra.

En Europa el poderío económico desigual,

en Asia, las potencias que surgían,

y la fatídica amenaza nuclear.

América Latina luchaba

entre la democracia para muchos

o los gobiernos militares

para unos pocos.

En el Norte, con sus ventajas económicas,

tecnológicas y militares,

siempre mirando de reojo al Este.

Los cambios climáticos afectaban;

el efecto invernadero aumentaba

el nivel de los océanos.

Olas de calor, sequías, glaciales

y animales que desaparecían.

Siglo XX y su “Cambalache”,

bienvenido siglo XXI

y “Que siga el baile”,

nada cambiaba.

Los abuelos, largas colas

para cobrar la mísera jubilación,

y la eterna cuestión

¿Comían o compraban remedios?

El alcohol y las drogas,

flagelo de jóvenes y adultos;

nada importaba,

solo el dinero sucio y manchado.

Las discusiones en el colectivo,

el subte o el tren,

la frenética pelea por un lugar,

si entraba yo vos “jodete”.

Entre vecinos pocos se conocían,

el saludo algo del pasado.

En las urbes chocaban

personas como hormigas,

al ritmo del parpadeo

desenfrenado de los semáforos.

Era como una gran selva,

sálvese quien pueda.

 

Un día, una mañana,

en vez del sol y su luz

se hizo de noche,

todo oscureció,

las tinieblas envolvieron

a La Tierra.

No era una plaga,

era como una sombra sin sombra,

arrebatando el tiempo,

encadenando sus agujas,

un laberinto lleno de incertidumbre,

un barco a la deriva,

un remolino sin rumbo fijo,

una tormenta amenazadora.

Y el mundo se detuvo,

ya no dio tumbos ni vueltas.

La tormenta ya no fue,

ni la furia del mar,

ni el viento,

y se vio el final del laberinto.

Despertamos, terrible pesadilla

hecha realidad

que nos hizo ver la luz

y el punto de partida.

El rayo de sol

nos pegó fuerte,

aunque a todos por igual.

No se podían dar la mano,

pero caminaban codo a codo

los jeques árabes con los jefes congoleños,

los ancianos con los jóvenes,

los judíos con los cristianos,

la niña de piel morena

con el niño rubio de piel pálida,

los del Norte con los el Sur,

los del Oriente con los de Occidente.

Al fin comprendieron

que todos éramos iguales,

que la muerte, nos podía sorprender

sin avisos ni condiciones.

Juntos extendieron sus brazos

al cielo y en un abrazo fraternal

estrecharon a nuestro hogar,

La Tierra.

 

Una lucha desigual,

una guerra sin par,

un enemigo invisible nos asechaba,

nos mataba sin distinción de clases,

ni condiciones, solo atacaba en silencio

y desfilaban en caravana

los féretros en un funeral imaginario,

sin ceremonia, sin cementerio,

solo hornos crematorios

transformados en el más cruel infierno,

y nos hacía temblar

presintiendo la próxima muerte.

Los médicos en primera línea

junto a los enfermeros,

una batalla sin cuartel,

aunque palmo a palmo

arriesgando su vida

para salvar la nuestra,

teniendo en sus manos

y dedicación el destino

del ser humano.

Y parecía no tener solución,

el enemigo se agazapaba

y volvía a tacar.

Teníamos pocas armas para contrarrestar

y la opción valedera

era quedarnos en nuestras trincheras.

Quedé confundido con esta pesadilla,

que aún no termina.

 

La vida y los caminos que transitamos

tienen momentos de oscuridad,

de piedras y tropiezos,

de espinas y llagas,

de tormentas y adversidades.

También de amaneceres y luz,

de senderos libres para llegar lejos,

de jardines y perfumes

que deleitan el alma,

de paz y calma para cambiar el temporal.

La fuerza de la palabra,

el amor y la fe son los impulsores

del milagro de la vida,

entonces apostemos a la vida.




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