Una eternidad fugaz
Suena Sabina, voy caminando con un té en la mano, y como cada quince de abril, vuelvo a pensar en ti.
Me muerdo las uñas mientras mi mirada continúa perdida en las gotas de agua que caen sobre la acera, ya mojada. Los charcos se están formando a la velocidad de la luz. Puedo verme reflejada en ellos.
Hace mucho tiempo que no llueve como está lloviendo ahora. Quizá las nubes sean empáticas, y estén compartiendo todo el dolor que siento en este momento. Los relámpagos están iluminando las vidas que parecen estar ya apagadas, y yo no puedo sentirme más ausente porque aunque te tengo en mi corazón, en mi vida hace ya cuarenta y siete años que no estás.
Cierro los ojos, y puedo escucharte susurrar: “gracias por hacerme tan feliz, cariño, te quiero”. Te siento aquí, conmigo, y parece que fue ayer cuando nuestras almas, juguetonas, se enredaron para siempre. Quién me iba a decir que ibas a estar en mi vida solo unos meses más.
Fue tan breve, pero tan intenso… que renunciaría a lo que me quede de vida por verte solo un instante más. Total, en nuestro universo, un segundo puede ser toda una eternidad. Eso es lo que aprendí de ti. No importa la fugacidad de la vida, sino la intensidad con la que vivamos.
Maldita primavera, que con las flores hace brotar todos mis sentimientos. Bendita tormenta, pues gracias a ella puedo disimular las lágrimas que comienzan a competir por ver cuál es la que primero llega a mi barbilla.
No puedo olvidarte. Cada momento contigo fue especial, y aunque después de ti alguien trató de hacerme feliz, en la soledad siempre estás tú.
“Prométeme que vivirás, aunque yo ya no vaya a estar ahí, te quiero”, fue lo último que me dijiste, y no pude fallarte, no me fui contigo, aunque era lo único que deseaba. Mi hijo lleva tu nombre, y en sus ojos todavía puedo verte. Ojalá te hubiera conocido, él sabe que lleva tu sangre. No pude ocultárselo demasiado tiempo. Nada tiene que ver con el hombre que me ha acompañado todo este tiempo.
Este té se está enfriando, como mi sangre se enfrió aquel último mes. El tiempo se detuvo para mí y todavía me cuesta mucho entender porqué sigo aquí. Quiero ir a buscarte, besarte, y volver a acariciarte.
Mis hijas deben estar preocupadas, salí hace tres horas, y ya está anocheciendo. Ha parado de llover, y ya no tengo excusa para seguir llorando. Decido secarme las lágrimas, y acelerar el paso. Me tambaleo, tengo setenta años y una larga historia escrita en mis huesos. Sin embargo, no puedo evitar detenerme. Un tulipán violeta está surgiendo entre el asfalto.
Claro, aquí es donde hicimos el amor por primera vez, ¿te acuerdas?. Justo en este punto estaba tu pequeña morada. Cuánta resistencia pusieron mis padres a nuestra unión. Si supieran que fue justo aquella noche… si hubieran llegado a entender cuán importante eras para mí… quizá todavía seguirías vivo. Pero bueno, no es ahora el momento de sacar a relucir viejas heridas. No puedo dejar de mirar este tulipán. Tú los amabas, y por eso tu jardín estaba lleno de ellos. Decías que te recordaban a mí. Simples, pero con una gran resistencia a que los conozcan por dentro.
Cariño, tú te quedaste a vivir dentro de mí. Ojalá marcharas con esa certeza en tu corazón. Confieso que me hubiera gustado aprender a vivir sin ti, pero no pude. Todo lo que hay en mi vida, lleva tu nombre. Intenté borrarte en un suspiro, guardarte en mis recuerdos, pero tampoco pude.
Al fin llego a mi destino, ahí están.
– ¡Mamá! -gritan desde la ventana-. Estábamos preocupadas.
Después de muchos meses, por fin nos reunimos. Todos viven muy lejos de aquí; Ellas se fueron con sus maridos a ver el mundo. Juan murió así que soy viuda, por segunda vez. Marcos, tu adorado reflejo, es el único que viene a visitarme una vez al mes.
Me siento muy sola, y me gustaría irme a vivir contigo.
-Tranquilas, me he entretenido… será la edad.
-¡Estamos más mayores nosotras! -entre risas intentan contentarme.
Si ellas supieran… si pudieran ponerse en mi lugar, entenderían que aunque mi salud física parece intacta, la emocional se está cayendo a pedazos, se derrumba y no puedo hacer nada por evitar los efectos colaterales que tendrá si me dejo caer con el dolor.
-En eso tenéis razón, pequeñas, soy toda una jovencita -esta vez soy yo la que río-. ¿Ha llegado Marcos? -trago saliva al pronunciar tu nombre en voz alta.
-Sí, pero ha salido a ver si te encontraba.
-Siempre tan atento…
-Como su padre, ¿no?
No sé cómo reaccionar. Pensaba que ellas no sabían nada. Nunca se lo dijimos, fue un pacto con Juan. No quería competir contra un fantasma, y Marcos juró guardar el secreto.
-Sí… ¿Cómo lo sabéis?
-Hace unas semanas fuimos a tu casa aprovechando que habías salido. Queríamos saber qué te había dicho el médico, ya que tú no querías decirlo -dice Marta.
-Así que buscamos por todos los rincones, y no vimos nada alarmante, solo te recetaron unas pastillas para que pudieras dormir mejor… -añade Ana.
-Pero entonces lo vi -coge el relevo Marta, de nuevo, mientras Marcos entra por la puerta, mojado porque ha vuelto a llover-. Vi todas las cartas que tenías con un tal “Marcos”, así que no nos costó mucho tiempo atar cabos… Nuestro hermanito es muy diferente a papá, y tú apenas lloraste cuando murió.
-Vuestro padre me importaba -intervengo-, él sabía que no le amaba.
-Sea como sea, tienes una historia de amor, y por lo visto no has podido olvidarla -Ana me mira a los ojos, traviesa, como siempre-, ¡queremos que nos la cuentes!
-¿En serio?
-Sí -dicen los tres a la vez.
–Hoy hace cuarenta y siete años que perdí al gran amor de mi vida… un quince de abril, también llovía entonces -no puedo evitar sollozar-. Pero empezaré por el principio… Papá tenía un mozo de cuadra para que le arreglara los caballos, y yo me enamoré perdidamente de él. En mi tiempo libre, observaba cómo leía poesía, y él siempre estaba cerca cuando yo jugaba con el piano y me inventaba alguna melodía. Solo hablábamos a través de las miradas, pues si padre se enteraba, lo mandaría lejos de mí. Tanto él como mamá, siempre estaban con eso de las clases sociales… ya sabéis, mi familia era poderosa, y él solo poseía una pequeña choza. Su hogar no está muy lejos de aquí… -me levanto y les pido que me acompañen.
-¿Veis ese tulipán?
-Sí
-Su jardín estaba repleto de ellos, estaba justo aquí, así que no puedo evitar pensar que está muy cerca de nosotros -vuelvo a sollozar, esta vez en mitad de la tormenta. Mis hijos deben pensar que estoy loca, y que quiero que cojan una pulmonía, pero lo único que quiero es que te conozcan a ti-. Tenía tantas ganas de que supiérais cómo era él… tan valiente, tan noble, tan trabajador… -me seco las lágrimas, y continúo-. El caso es que comenzamos a frecuentarnos por las noches, me llevó a cenar con sus padres y me di cuenta de que nuestras familias no eran tan diferentes. Ellos tampoco querían que estuviera conmigo, me costó mucho tiempo entenderlos, pero durante mucho tiempo creí que tenían razón, pues me sentí la causante de su muerte.
Necesito respirar, así que paseo cerca del tulipán, no hay ningún coche, lo huelo; y también te huelo a ti. Ahora no hay dudas, estás aquí. Me muerdo el labio, y recuerdo a Sabina, la poesía, y las melodías. Sigo con el té en la mano, está helado, pero no importa. El olor que desprende me recuerda a ti. En realidad, nunca me ha gustado su sabor.
-Mis padres se enteraron de nuestra historia de amor. No dijeron nada, pero una mañana desperté y fui corriendo a verle a las cuadras. Ya no estaba, lo habían echado sin pagarle nada en absoluto. Tuvo que marcharse y llegó una noche cabalgando. Me pidió matrimonio, había conseguido un nuevo trabajo y tenía algo de dinero. Le dije que sí, y corrí a sus brazos, tenía algo que decirle; pero vi que en su costado había una herida de bala -me muerdo los labios-. Se dejó caer en mis brazos tras decirme que me amaba, y cuando le dije que estaba embarazada, ya era demasiado tarde. Había muerto, y yo jamás pude olvidarle…
-¿Y qué pasó después? -todos están llorando.
-Que mis padres me obligaron a casarme con el hijo de un amigo de la familia, de mi clase social, claro.
-¿Papá?
-Sí, Juan. Nos hicimos muy amigos, él sabía toda mi historia, y no quería ocupar el lugar de Marcos. Aunque nunca le amé, pude aprender a quererle. Se hizo cargo del niño que llevaba en mi vientre, y tres años después lleguásteis vosotras, nuestras dos guerreras. Aunque no tenéis la sangre de Marcos, tenéis un carácter muy parecido a él…
No puedo evitar emocionarme. Al contar nuestra historia, siento que puedo dejarte ir. Mereces ser libre; y yo merezco vivir. No sé cuántos años me quedarán, pero sé que cuando mi corazón deje de latir, volveré a verte, quizá en una estrella, quizá en el Cielo, el infierno, o quizá en otro rostro; en otra vida. No importa cómo, ni cuándo, lo único que importa es que volveremos a encontrarnos, pero ahora… cariño, te dejo ir.
-Jo, mamá -dice Ana-, es increíble como, a veces, la eternidad puede durar solo unos segundos…
Abrazo a las tres personas más importantes de mi vida, y siento que mi corazón está latiendo otra vez.
-Os quiero mucho
-Y nosotros te queremos a ti.