La magia de volar
Cuentan que hace mucho tiempo existían los kiwis-y claro, hasta ahora siguen existiendo, pero digamos que en ese entonces eran un “poco” diferentes-, estos tenían un vistoso plumaje y alas hermosas, no había animal en el bosque que no quedara fascinado al verlos volar, pues ese, sin duda, era un espectáculo mágico que nadie quería perderse.
Sin embargo, había un ave que moría de celos cada vez que alguna de estas fascinantes aves alzaba el vuelo, se trataba de la guacamaya. Esta tenía que conformarse con unas grotescas plumas grises y unas alas que ni siquiera le servían para volar, parecía que la naturaleza la había condenado a pasar inadvertida.
Pero había un animal que sí la había notado, y que cada vez que volaba lo hacía solo para apreciarla, tal vez no tenía un plumaje exótico ni un vuelo espectacular, pero había algo en la guacamaya que le había llamado la atención, este animal era el kiwi.
Poco a poco, los rumores comenzaron a hacerse más fuertes, todo el bosque hablaba únicamente de lo enamorado que se encontraba el kiwi, y algunas aves se acicalaban más de la cuenta o cantaban con dulzura, pues pensaban que podían ser ellas las dueñas del corazón de aquella majestuosa ave, sin embargo, su emoción se apagó al enterarse de que el kiwi se había fijado en la ave más vulgar de la zona, en aquella que, en contraste con las demás, no destacaba ni por sus plumas, ni por su canto, ni mucho menos por su vuelo.
Indignadas, decidieron que era momento de actuar, así que fueron donde la guacamaya y se dispusieron a ponerla al tanto de aquellos rumores.
-¿Qué se siente ser la dueña del corazón del ave más bella del bosque, siendo tú una ave torpe y sin gracia?-Le dijo una.
La guacamaya no contestó, pues creía que todo se trataba de una broma de mal gusto, pero las palabras de las demás aves comenzaron a hacerse cada vez más y más hirientes, y en aquel momento maldijo su mala suerte por no tener alas para salir volando de aquel lugar.
Un día, el enamorado kiwi tuvo la oportunidad de hablar con la guacamaya, quien un tanto avergonzada, le confesó lo mucho que le gustaría volar y lucir unas plumas tan bellas como las de él. El kiwi, al escuchar esto, se quedó sorprendido y sintió lástima por la pobre guacamaya.
-No necesitas plumas ni alas para ser hermosa…-Le dijo en un intento de consolarla.
-¡Lo dices porque a ti nunca te han faltado!-Le contestó furiosa-¿Qué sabes tú de ser molestada por las demás aves solo porque no puedes volar o lucir como ellas?
Al escuchar estas palabras, el kiwi no pudo evitar sentirse mal por la guacamaya y decidido a ayudarla le dijo:
-Te daré mis plumas.
-¿Qué?
-Y mis alas.
La guacamaya se quedó mirándolo confundida, ¿Acaso estaba hablando en serio?
Sin dudarlo, el kiwi se fue arrancando sus plumas una a una, al principio le fue doloroso, pues apreciaba mucho su plumaje, pero sabía que todo lo que estaba haciendo era para ver feliz a aquella ave a la que amaba con todo el corazón.
En un inicio, la guacamaya creyó que estaba bromeando, pero al ver media ala del kiwi desnuda, supo que él estaba hablando en serio.
-¡No tienes que hacerlo!-Le gritó estupefacta en un intento de detenerlo.
-Quiero hacerlo-Le contestó con una sonrisa triste.
Después de algunos minutos, el kiwi se encontraba completamente desnudo y sus plumas se hallaban regadas por el suelo.
-Ahora es tu turno-Le dijo-Debes quitarte todas tus plumas para poder ponerte las mías.
La guacamaya obedeció y mientras esta se quitaba las plumas, el kiwi se arrancaba las alas.
Al cabo de un tiempo, la guacamaya se hallaba completamente desnuda al igual que el kiwi, este le colocó las grandes alas con su pico y le dijo con tranquilidad.
-No te preocupes por tus alas pequeñas, estas se caerán en un par de días y podrás volar como cualquier otra ave.
-¿Y qué pasará contigo?-Le preguntó preocupada.
-Me crecerán otras alas, sin duda serán más pequeñas, pero lo que sea con tal de verte feliz.
Luego, ambas aves pasaron a colocarse una a una las plumas que la otra se había arrancado, este proceso duró varias horas, pero cuando terminaron, eran aves totalmente diferentes.
La guacamaya se hallaba rebosante de alegría, no podía creer que ahora tenía un bello plumaje y lo mejor de todo, ¡Que ahora podía volar!
Con un poco de dificultad, esta se abría paso entre las ramas de los árboles, se sentía más feliz que nunca; de repente, se dio cuenta de lo pequeño que se veía el kiwi a esa altura.
-¿Cómo es que podías verme desde allá?-Le preguntó al kiwi una vez en tierra firme.
-Sencillo, yo no veía tus plumas ni tus alas, yo veía tu corazón…
En ese momento la guacamaya cayó en cuenta del gran sacrificio que había hecho el kiwi por ella y de que su amor era tan grande que llegaba hasta el punto de deshacerse de aquello que tanto apreciaba con tal de hacerla feliz.
Es por eso que ahora, los kiwis caminan despacio por los bosques y ya no lucen aquellas hermosas plumas que una vez tuvieron, y las guacamayas vuelan majestuosas haciendo gala de sus vistosas plumas, pero siempre que tienen oportunidad, bajan a tierra firme con la esperanza de toparse con el solidario corazón de un kiwi y agradecerles eternamente, pues si no hubiese sido por ellos, ellas nunca hubieran conocido la magia de volar.