LA MUJER DEL PASILLO
La noche era particularmente oscura. La habitación parecía no tener
ventanas ni puerta con lo difícil que era ver algo. Ramón daba
vueltas en la cama con una sensación de incomoda resequedad en los
labios. La sed era especialmente molesta cuando pegaba a las 3 de la
mañana. Intentó levantarse un par de veces pero cada intento era
infructuoso pues el cansancio dominaba su cuerpo con una pesadez que
lo ataba a la cama. Finalmente, y después de varios intentos donde
uso la cabecera de la cama como apoyo, logró sentarse en la orilla
de la cama masajeando sus ojos con la intención de acostumbrar la
vista a la oscuridad, se desperezó estirando los brazos y se
incorporó totalmente para salir de la habitación con rumbo a la
cocina, no sin antes golpearse el dedo meñique del pie con la pata
de una silla, pocos metros antes de llegar a la puerta.
Luego de lanzar varias groserías y recordar a su madre con cariño,
mientras brincaba en un pie esperando que eso apaciguara su dolor,
abrió la puerta con cautela, observando el pasillo de un lado a otro
como si esperara que alguien estuviese allí. Era extraño pero el
joven no se sentía cómodo al caminar por ese pasillo durante las
noches. Su cuerpo se descompensa cuando está en ese lugar y sentir
que le observan es desesperante. Penetraba en su piel de manera que
su primer impulso era correr. Una vez salía del pasillo su cuerpo
volvía a la normalidad como si nada pasara. Salió al pasillo
finalmente, apenas puso un pie fuera esas sensaciones volvían y, sin
pensar mucho en ello, avanzó rápido hasta que llegó a una
habitación que conecta el pasillo con la cocina y una habitación de
servicio, y la sensación incomoda desapareció enseguida. Antes lo
tomaba como vainas suyas o cosas de muchacho, ese miedo que tenemos a
la oscuridad que para efectos prácticos de los adultos es normal
para los niños, pero no había nada de normal en ello. Su
respiración siempre se agitaba después de cruzar el pasillo y las
manos le temblaban como si lo persiguiera una criatura infernal,
aunque jamás haya visto algo. Cada vez, su estado de paranoia iba en
aumento causándole un estrés tremendo. No podía esperar que
terminaran las vacaciones para ir a la universidad y alejarse de esa
casa. Llegó a la cocina y después de beber agua pensó, como
siempre lo hacía, debo recordar llevar un vaso a mi habitación.
Aunque era inútil tomar nota de eso porque jamás lo recordaba, era
como si el universo le empujara a pasar por el pasillo todas las
noches. Regresó sobre sus pasos y cuando entró al pasillo, notó
que algo no estaba bien, podía sentir que alguien estaba de pie
cerca de la puerta de su habitación. Por lo general su temor era
pasable pero en ese momento su temor fue mucho mayor, por alguna
razón el miedo que despertó en él, era el mismo que cuando estas
frente a un león.
Miró hacia el pasillo buscando a alguien, pero en semejante
oscuridad no distinguía nada ni nadie aunque era evidente que no
había nadie pues la poca luz que llegaba al pasillo desde las
ventanas era suficiente para determinar la presencia de alguien. No
se dejó llevar por sus pensamientos extraños, decidió ignorar
aquello y, regreso a la nevera, desenvolvió un empaque y apuró una
rebanada de jamón a su boca. Ni bien había terminado de comerla
cuando sintió, justo detrás de él, esa clase de presencia, como si
alguien pasara rápidamente sin dejar de mirarte. La piel se le puso
de gallina con un escalofrío que recorrió su espalda como si un
cubo de hielo se deslizara hasta su coxis. Naturalmente, cuando dio
media vuelta se cercioró de lo que ya sabía, estaba completamente
solo en esa cocina. Su paranoia estaba al máximo, por lo que no pudo
evitar preguntarse, si todo aquello no era más que un simple
producto de su imaginación activa o del agotamiento extremo por días
de trabajo sin parar. Sin embargo, la idea de no encontrarse solo no
abandonaba su cabeza. Desde muy joven, siempre tuvo esa sensación
extraña pero la dejó como si fuera producto de su imaginación,
pero ahora no estaba tan seguro de esa afirmación. El ambiente no
era cómodo así que después de cerrar la nevera se decidió
abandonar la cocina y volver a su letargo nocturno. Apenas puso un
pie en el pasillo todo a su alrededor se oscureció tan rápidamente
que parecía irreal, como una película. Presionó un par de veces el
encendido de la pared pero las luces no reaccionaron, como si la
electricidad hubiese fallado. Caminó cuidadoso por el pasillo,
tanteando la pared para no tropezarse y perder el equilibrio. Unos
cuantos pasos y se topó con la primera puerta. Era la entrada a la
habitación de sus padres. Más adelante estaba la puerta del baño,
que se abrió apenas apoyó la mano sobre ella. Apenas vio de refilón
el espejo, supo que faltaba poco para llegar a la seguridad de su
habitación. Extendió el brazo hasta el encendido, pero por más que
intentó, la luz no encendió. La electricidad aún no llegaba.
Continuó avanzando por el pasillo tratando de no dar importancia a
la sensación incomoda que le producía permanecer fuera de su
habitación. Cruzó frente a la puerta que da a la habitación de su
hermano cuando la temperatura del pasillo descendió de tal manera
que por un momento se imaginó dentro de una nevera. Se detuvo un
segundo mientras frotaba sus manos y brazos rápidamente para luego
dirigirse a la última puerta, su habitación. Normalmente el miraba
al suelo cuando cruzaba el pasillo con la esperanza de jamás tener
que saber quién o qué le asechaba desde la oscuridad, pero no pudo
evitar esa noche dirigir su mirada al frente, junto a la ventana que
daba al patio trasero. Sus ojos se estaban acostumbrando a la poca
luz del lugar y apenas distinguía la forma de la ventana. La
sensación de ser observado fue peor de lo que ha sido en otras
ocasiones, luego, le pareció ver como la cortina se balanceaba de un
lado a otro, bajó la mirada y giró la perilla de la puerta. Fue en
ese momento que la expresión del joven pasó de un nervio simple a
un espasmo de terror incalculable. Recordó que su madre había
quitado las cortinas de la ventana para lavarlas y si hubiese
cortinas no había brisa que la moviera. El pasillo estaba frío,
pero sin ninguna corriente de aire. Dio media vuelta lentamente y
distinguió una masa oscura que no solo parecía devolverle la
mirada, sino que además, parecía acercase lentamente hasta donde se
encontraba el joven. Se llenó de temor a tal punto que su mano no
podía separarse de la perilla, no podía moverse en ninguna
dirección, solo pudo bajar la mirada al suelo, con la estúpida
esperanza de que aquello desapareciera por arte de magia. Pudo ver
que aquella masa se detuvo frente a él a poco centímetros y no pudo
evitar extender el brazo, lentamente, por un momento dudó, el miedo
le jugó una mala pasada, haciéndolo sudar. No levantó la mirada
hasta que atravesó lo que creyó, erróneamente, era una figura
sólida. La masa oscura se disipó suavemente. Ramón se relajó
dejando caer el brazo que se balanceo, acompañándolo con un largo
suspiro, llenándolo de valor para abrir la puerta y olvidarse de sus
paranoias con una buena dosis de sueño, pero antes de entrar echo un
último vistazo al pasillo lo que se convirtió en el peor error de
su vida. Una mujer, alta, de piel tan blanca como la leche y cabello
tan largo que llegaba más abajo de la cadera, se encontraba de pie
en medio del pasillo observando con dirección a la cocina. El joven
quedó de piedra, cuando advirtió que la mujer no tocaba el suelo y
su vestido largo se movía suavemente como si estuviese bajo el agua.
Con un pie dentro de la habitación y sudando a chorros, a la vez que
el pasillo se enfriaba cada vez más, su corazón latía con mucha
fuerza y su cabeza parecía que iba a estallar en cualquier momento.
El joven quiso decir algo cuando entre abrió su boca, pero no logró
emitir sonido alguno aunque si escuchó una voz femenina tan clara
que penetraba en su cabeza erizándole la piel.
—¡No me gusta que me toquen! —La mujer se notaba enfadada.
El joven no tardó en darse cuenta que la mujer giraba lentamente la
cabeza en dirección a él, no podía ver cómo eran exactamente sus
ojos, pero un morbo interior no le permitía dejar de mirar, aunque
el terror le invadía cada centímetro del cuerpo solo de imaginar el
vacío de la mirada que esa mujer tendría, pero antes de poder
averiguar cómo eran sus ojos, la electricidad volvió, las luces del
patio y el baño se encendieron iluminando gran parte del pasillo, y
la aparición desapareció al instante. Julio, hermano de Ramón,
salió de su habitación, mirando a Ramón que se hallaba aún
inmóvil.
—Ramón, ¿qué pasó? ¿estás bien?
Ramón estaba en shock, temblando como gelatina alcanzando a decir
solo una frase: “Nuestra hermana nunca se fue”.