La senda

La senda

Había una vez una pequeña casita de madera situada en medio de una gran llanura dorada por el sol y las hojas de un vecino árbol otoñal. En ella vivía una joven, quien recorría todos los días la misma senda en dirección al pueblo más cercano, en busca de víveres y todo lo necesario para su supervivencia. Supervivencia. A diario. Estaba tan acostumbrada a su rutina que cuando volvía a casa, apenas percibía un desvío en el camino que conducía a una rocosa colina. 
Un día en el que estaba menos absorta en sus pensamientos que de costumbre, se detuvo en la encrucijada y dirigió su mirada hacia aquella colina. Y en ese instante, multitud de recuerdos acudieron a su mente: recordó que de pequeña solía jugar cerca de aquel montecito, y que en su adolescencia incluso había intentado escalarlo, guiada por la curiosidad de qué nuevas y excitantes maravillas podría encontrar al otro lado. Pero también recordó que se caía al intentarlo. Una y otra vez. Y dolía. Y cuando más alto lograba subir, más dura era la caída. En su cabeza resonaron palabras de los vecinos del pueblo, palabras que le decían que era inútil, que la colina era demasiado alta para una chica tan endeble y que lo único que conseguiría sería acabar herida. Así que dejó de intentarlo y decidió resignarse a caminar una y otra vez por la misma senda, al fin y al cabo, tampoco estaba tan mal.
Esa noche soñó con la colina. Soñó que sus manos y pies eran más grandes y fuertes, y que podía agarrarse a esa piedra y escalar como nunca antes. Soñó con todas las veces que cayó, pero también con todas las que se había levantado.
La mañana siguiente madrugó, salió a la puerta de su modesta casita y puso rumbo a la otra senda. Cuando llegó a su fin, no miró a la cima de la colina, miró sus manos, la fuerza de su interior…y comenzó a escalar. Al alcanzar cierta altura, oyó voces de vecinos que se habían empezado a acumular a los pies del montecito, aquellas voces que le volvían a decir “no podrás”…pero esta vez sólo decidió escuchar a sus ansias de libertad…sudó, resbaló y casi desfalleció…pero cuando llegó arriba, olvidó todo ese dolor, y antes de sumergirse en las maravillas que ahora podía vislumbrar, miró hacia atrás con un gesto de despedida en su mano y proclamó: “Me equivoqué en buscar fuera lo que realmente estaba dentro de mí. Ahora puedo disfrutar de todo aquello que siempre quise”.
No veas errores, ve aprendizaje; no te quedes con la tormenta, quédate en cómo resististe bajo la lluvia. 




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