LAS GRIETAS DEL LABERINTO
Terminó de escuchar sus razones, ahora dudaba mucho más en hacerlo, es decir; sabía que amaba a Ariadna lo suficiente como para realizar cualquier acción heroica en su nombre y sobrepasar las adversidades que presentara la cotidianidad, pero el discurso que escuchó trastocó por completo los ideales que lo llevaron a iniciar su aventura.
Poco a poco trataba de dimensionar las palabras que le fueron dichas…
Le contó que jamás quiso ser lo que era, no es como que un día alguien en su condición diga:
“Me convertiré en la pesadilla de un pueblo y voy a tragarme a cuanta persona pueda.”
No, no era tan simple, después de todo nació de un capricho, un capricho de seres que a veces podían ser sumamente crueles y a los que no se les ocurrió algo mejor que convertirlo en el resultado de lo aberrante, el confinamiento y una degenerada dieta a base de carne humana, el lazo con sus padres era inexistente y ni hablar de la posibilidad de tener amigos, el hecho de que su visitante que inicialmente llegó con intenciones belicosas, ya llevara media hora sin haber sido agredido era una victoria tanto para la supervivencia de uno como para el control de los instintos salvajes en el otro.
Por eso el secuestro de lo más amado para el héroe, más que un planificado acto de malignidad, era el único modo de pedir auxilio y liberarse definitivamente del peso de ser quien era reuniendo el valor necesario de que alguien finiquitara lo que simplemente él no podía.
La criatura calló, indicó al invasor de su morada la zona exacta dónde debería ejecutar un corte certero y casi indoloro con su espada, pero las dudas lo tenían paralizado.
El arduo entrenamiento que tuvo nunca contempló un escenario así: ayudar a alguien a culminar la más atormentada nota de suicidio de la que se tuviera conocimiento hasta ese tiempo no era ni remotamente comparado con sostener una conflagración y todas las posibilidades que se desprendían de ella.
¿Sería una muestra de cierta bondad o un asesinato con la más vil alevosía y ventaja que puede dar el encontrarse con un oponente quebrado emocionalmente? Prefirió no pensar en eso, pero ahora era claro que también había sido herido y no habría médico que sanara algo como lo que se quedó arraigado en su alma.
Su espada concretó lo inevitable, nunca dejó de mirarlo a los ojos, Teseo creyó que acompañarlo en ese lapso de su camino hacia los dominios de Hades, era el mínimo toque de cortesía que podía tener con el Minotauro.