LUNES ANTES DE ALMORZAR
“LUNES antes de almorzar, una niña fue a jugar pero no pudo jugar porque tenía que planchar. Así planchaba así, así,… Domingo antes de almorzar una niña fue a jugar pero no pudo jugar porque tenía que pasear. Así paseaba, así, así. Así paseaba, así, así. Así paseaba, así, así. Así paseaba que yo la vi”.
– Pon la canción otra vez, por favor –, le pedía Lucía a su padre cada vez que la cantinela llegaba a su fin.
“Los días de la semana” fue la banda sonora de la pequeña desde que cumplió los tres años hasta que con diez, hizo la Primera Comunión. Quizás fuera por eso que con ocho primaveras, y como bien rezaba la letra, la niña ya sabía planchar, y coser, y barrer, y lavar, y tender. Y cuando cumplió los once años su madre la enseñó a cocinar y su padre, a jugar al ajedrez.
– Y dices que el juego termina cuando el rey no puede liberarse del jaque -, confirmaba la niña.
– Así es -, decía su padre mientras le mostraba los movimientos del rey en el tablero. – Y se llama jaque mate.
Aquella tarde Lucía aprendió que en el tablero de ajedrez el rey era una pieza imprescindible. Mucho más que la propia reina.
– Pues yo quiero que la reina sea la que decida la partida -, decía la niña con un tono desafiante e inconformista.
– Pero hija, las reglas son esas. Siempre han sido así y siempre serán así -, trataba de convencerla su padre.
Con dieciséis años Lucía descubrió la injusticia de los horarios. La norma paterna dictaba que a las diez de la noche había que estar en casa. Sin embargo su hermano Pedro, un año menor que ella, no tenía hora de llegada pues para el segundón las reglas eran otras muy distintas. Cuando la adolescente alcanzó la mayoría de edad las palabras le revelaron el secreto de su machismo. Fue entonces cuando supo que a un hombre muy astuto se le llamaba zorro, y zorra a una prostituta. Que un héroe era un varón famoso por sus hazañas; sin embargo, la heroína era una droga adictiva, amarga, de color blanco y con propiedades narcóticas. Y mientras Don Juan era un apuesto seductor, osado y valiente, doña Juana, su madre, era la encargada de limpiar los restos de orina en los servicios del centro social del pueblo.