Página en blanco

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Página en blanco

Lucía ya no está, me dejó, así de la nada, de un día para otro. Sin más preámbulos, y con la misma frialdad de un sicario me dijo: “Estoy enamorada de otro”. Después, desapareció como un fantasma, dejando solo el aroma de su piel delgada y suave como la seda.Desde que se fue no he salido casa. Llevo días, semanas, meses sin cruzar la puerta.

Miro a través de la ventana de mi estudio. Afuera, la noche se aferra a las sombras como un cruel manto negro. No hay estrellas brillando en la impenetrable negrura, solo espesos nubarrones cargados de oscuros presagios se aglutinan como una enorme manada de elefantes furiosos; parecen luchar contra el furibundo viento que ahora se ensaña con un grupo de hojas muertas, levantándolas como marionetas sin control.

Un trueno llama desde la inmensidad sin tiempo y su aterrador sonido me enloquece, es como un emisario de cosas siniestras, tragedias, desgracias, dolor, muerte, olvido, todo eso parece encerrar aquel bramido del infierno.

No creo que Lucia se haya ido, estoy seguro que fue víctima de algo más oscuro y siniestro Intento escribirlo, dejarlo registrado, pero no puedo, estoy, desnudo de ideas, frente a mi computador, sin poder escribir tan solo una línea, desmembrándome, retorciéndome entre palabras y frases inconexas y sin sentido esperando que baje una lagrima de inspiración. Afuera, la tormenta ya es un hecho y la lluvia, espesa y negra como el petróleo termina con los pocos vestigios de vida, lavando la culpas de los pecadores y llevándose los sueños de los artistas.

Intento escribir algo, pero no puedo, no encuentro nada adentro mío, estoy tan vacío como la inmensidad que me rodea, siento que mis manos apenas pueden presionar una letra en el teclado, todo parece un mal sueño, una horrorosa pesadilla de la que no puedo despertar. La tormenta es cada vez más violenta, ahora destroza la esperanza y arrasa la pasión creadora. Es como un organismo monstruoso que piensa y actúa por sí solo y que no dudó en llevarse lo que más quise.

Ahora la noche se ha cerrado como la boca de un muerto, es tan densa que si estiro mi mano fuera de la ventana puedo tocarla. No me atrevo. Creo que hay algo allí en la oscuridad esperando que lo haga, algo que pretende terminar conmigo, borrar por completo mi memoria y alimentarse de mis ideas.

El reloj ha detenido su marcha, las horas son una eternidad que me persiguen, tiempo y espacio se han confabulado en mi contra, no quieren que escriba, son agentes encubiertos y su misión es no dejarme crear. Por momentos pienso si no me estaré volviéndome loco, pero cuando oigo los aullidos que trae la tempestad entre su manto de horror, más me convenzo que no estoy desequilibrado.

Vuelvo a la página en blanco, ver un poco de blancura en medio de tanta negrura es un alivio. Me aferro a ella, como un naufrago lo hace a un bote salvavidas en medio de un tifón. Sé que puedo vencer mis miedos y escribir tan solo una palabra. Mi dedo por fin escribe algo. Un símbolo negro en medio de un mar de sal. Lo miro, trato de entender que significa, pero no entiendo.

Algo está mal, lo sé, ese no fui yo. Creo que me están dominando para que escriba algún mensaje cifrado, secreto, por eso no puedo redactar una frase coherente, porque estoy siendo víctima de una fuerza externa. Seguramente debo tener un microchip dentro de mi cabeza, por eso las terribles migrañas que tengo durante la noche. A través de ese minúsculo aparato manejan mis emociones, mis ideas.

Mi mano actúa de manera involuntaria nuevamente y vuelve a escribir otro extraño símbolo, el mensaje oculto parece empezar a cobrar forma. Luego viene otro y otro y otro, el monitor se llena de ellos, son como un ejército de hormigas caminando en medio de la nieve. Trato de interpretar el mensaje, pero no puedo, es obvio que no estoy capacitado para hacerlo.

Afuera la tormenta parece haber terminado con su castigo divino, ya no llueve, solo quedan algunas ráfagas de viento intentando colarse por mi ventana. El sol pretende  abrirse paso entre las gruesas nubes. Esta amaneciendo.

Seguramente alguien tocará a mi puerta en algunos minutos y me pedirá que le entregue el mensaje en código. Pero todavía puedo hacer algo, eliminar lo que ellos quieren, destruirlo, con solo apretar una tecla todo el contenido se habrá esfumado como una burbuja de jabón en el aire.

Otra vez el dolor de cabeza me atraviesa como un hierro candente, me inclino hacia delante por la fuerte puntada que sacude a mi cerebro. Tomo la botella y bebo un trago para mitigar el horrible padecimiento, el alcohol parece calmarme un poco, pero es solo una ilusión, porque el terrible dolor regresa y mi cabeza parece estallar. Quiero gritar pero no puedo, ellos me lo impiden, me han bloqueado los músculos de mi garganta, las cuerdas vocales, estoy literalmente mudo. Otro trago y esta vez el ardiente líquido me quema por dentro, va abriendo surcos de fuego camino a mi estómago.

El sol apenas parece tener fuerza para quebrar el manto plomizo de las nubes. No he dormido en horas, quizá en días. No sé cuanto llevo encerrado aquí en mi estudio, he perdido toda noción del tiempo. Miro la pantalla y allí está la indescifrable frase, esperando que su dueño se la lleve. ¿Será alguna clave para asesinar a un presidente?

¿O un mensaje de los extraterrestres? Debo borrarlo inmediatamente, antes que vengan por él, así estaré seguro. ¡Santo Dios! Ya están aquí, hay personas frente a mi puerta, están tratando de entrar, vienen por lo que les pertenece y por mí, como hicieron con Lucia. No se los puedo dar. Intento apretar la tecla para eliminarlo, pero una fuerza invisible me domina. Busco el arma que tengo en el cajón, es una pistola calibre 22. El rostro de Lucia aparece frente a mí. Intento tocarla pero es etérea como un holograma. Me doy cuenta de que ya están adentro, no tengo más tiempo. Levanto  el arma y llevo el caño a mi sien, el frío del metal aplaca el dolor de cabeza, ya es hora de terminar con este calvario.




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