PHARMAKON (Pablo Narval) poesía
“Nada es veneno,
todo es veneno.
Al veneno no lo hace la sustancia
sino la dosis”.
Paracelso (1493-1541)
Capítulo I
Farmacopea Común
Polvo de la sucesión
Si quieres adquirir algún día una herencia
destapa mis labios,
ama mi torrente natural
que toca la eternidad.
Si quieres ser libre de una mala compañía
yo puedo domar con simpleza los cuerpos,
decapitar silenciosamente el estribillo común
que le cuelga a la sombra de la madrugada.
Por muchos siglos he sido paria de muchas manos,
he poseído muchas almas,
he estabilizado las ideas de la libertad.
Si quieres llegar a puestos altos,
subir a la jerarquía de los nobles e insensatos,
puedes usar mis gotas como una luz para tu dicha.
Soy el que mata el amor para tu bien.
Sustituyo el homicidio por un ángel,
pero no la terrible voz de la conciencia.
El curare
No quiero ser eco
sino vos definida que atraviesa la pared.
O debo ser un muro
donde rebotan las flechas que he soñado.
Tengo un cuchillo para acabar con mi vida,
en su punta está el curare, el amor, que es la misma cosa
los dos paralizan esta ignominia de ser
lo que está terriblemente acabado.
Acónito
Más allá de la rutina hay una ausencia,
una eclosión de mundos,
un camino que confabula con un rito de majaderías.
Yo me postergo ante todo eso
porque soy un hilo que apenas pende de la miseria.
No quiero decir que soy un poco más que todo esto,
soy mucho menos,
una ciudad enlodada,
una ardilla fingiendo su muerte en su propia nuez.
Me río que estoy enfermo, tal vez demasiado,
me miro en el agua que se estanca en la tina de mi baño.
Soy como una humareda,
estoy lleno de vacíos y esquizofrenias.
Pronto partiré,
tú me ayudarás Acónito a partir
y adornar mi alma
con tu peciolada sabiduría.
El canto triunfal del antimonio
Me suspendo libremente,
me dejo ir con el viento si el viento me susurra.
En un candelabro resurjo a mis mejores noches,
me muerdo los labios,
retardo
la llama,
equilibro
el calor en mis fauces,
mantengo
el color en su momento fértil,
me
escondo en las líneas amarillas del camino
para
sostener mí libertad en tu mirada.
Sostengo
el aire, me libero,
resisto
a la corrosión de tu alma en el espejo.
La víbora áspid
Subí
por el tronco para hacerme más sabia,
miraba
toda la creación.
Pero
la verdad es que la creación estaba dentro de mí,
corría
por mis venas como la noche por tu sangre.
En
mis dos colmillos se destilaba el veneno de su firmamento.
Adán
y Eva conocieron en mí la verdad,
cayó
en esa verdad que era la belleza
y
pudieron contemplar la soterrada claridad del alma.
Puedes
mirar alto si me tientas
y
dejaré temblando dentro de ti
la escarcha
sedienta del placer.
La
Mandrágora
“…cantaron: el vacío es el
principio de todo.”
Ezra Pound
Fue ayer que nací tarde,
ayer puse mi condena en la
oscuridad,
mezclé todos los recuerdos
en la espina de las inefables
voces
que machacaban mis raíces
con el peso de su sonido
ciego.
Ayer nací tarde,
respiré para decir: Luego.
Hoy debo poner el delirio en
las alas de la noche,
en el bosque sombrío de la
luna que me mira.
Pueden ahora tomar un sorbo de
mis huesos.
Me daré cuenta que ayer nací
tarde
y la pócima era mi vida
y mi vida el principio del vacío.
La
cantarella
Tienes tan solo 24hrs
para decidir lo que pasará
mañana.
Sólo un día para alojar tu
epitafio bajo el sol.
¿Ya te arrepentiste?
Mira que el arrepentimiento
no acepta a los que llegan
tarde a sus brazos.
Tienes tan solo 24 hrs y aún
no lo sabes.
No sabes que tal vez mañana no
abrirás los ojos por mi culpa.
Pero yo te acecho detrás del
oro,
por eso no me miras.
Te fijas en la usura antes que
en tu alma vacía.
Te preocupa más el espejo que
su reflexión.
Tienes tan solo 24hrs.
Nunca sabes si mañana podrás
volver.
No lo sabes
y vives como si lo supieras.
La
sal divina
Al pájaro momificado
que lo cubrieron de incienso
para curar su vuelo,
al gato momificado
que murió porque se lo llevó
el misterio.
Al mono envuelto en las vendas
de la otra vida
para crecer más alto en la
verdad de Osiris.
Ninguno fue envenenado en esta
vida,
porque ellos son más fieles,
más silenciosos al amar la
muerte y el encuentro.
La
Belladona
Bendita cereza del diablo
me engañaste como a todo
mortal,
preservo tus incendios en mis
pupilas,
me abriste los ojos para que
te besara.
He caído,
veo tus batallas sangrientas y
te sigo amando.
Salto, bailo,
me entrego a tu desenfreno de
muerte,
tengo los movimientos
para despertar mis últimos respiros.
Te vigila el ángel solitario,
besas como el demonio
enamorado.
De tus labios he bebido
el infierno que no imaginaba.
Belladona,
he de cuidar del pozo
donde reposas sutilmente
esperando el amanecer ya sin
mí.
Sígueme besando, ¡Oh preciosa!
con todo el diablo al acecho.
Cpítulo II
Farmacopea
discordia aromatorium
La
Mediocridad
Exíliate del asno de Buridán.
puedes salvarte a puro
corazón.
La mediocridad emerge como la
levadura de las sombras.
Elige rápido,
aquí tengo el agua y la arena
pero sé que no tienes ojos
para una sola de ellas.
El
palidejo de la camisa azul
“Y el tiempo estranguló mi
estrella…”
Alejandra Pizarnik
Un ruiseñor vino y se posó
sobre mi párpado,
yo era tal vez un vegetal muerto,
una flor traspasada por el
polvo.
Sentí sus patitas que se
sujetaban
a mi ojo izquierdo.
Yo no lo quise espantar
porque sentía el aire de sus
alas en mi pupila,
pero yo estaba
arrinconado,
estéril.
Un parásito de sombra me
envenenó
la lucidez
y tomé su cruz para liberarme.
Vino este ruiseñor a sonreírme
miré en su pico la pequeña
nube de mi reflejo.
Soy el autor,
el palidejo de la camisa azul
que llora.
Escuela
del buen envenenador
Aparentar ser una lágrima,
desear ser un misterio,
guardar la humildad en la
gaveta,
llenarse los ojos con cierta
sinceridad.
Esperar en el silencio una
mirada fiera.
Tener en el tiempo todas las
paciencias.
Morder con cautela los talones
de la tarde
y crear la noche.
Abrazar como si fuera la
última vez,
tener en las palabras algo de verdad,
pero no toda.
Hacerse de unos sirvientes
leales a lo vegetativo.
Suprimir los ideales,
mentir para conmover el
pistilo de otra alma ingenua.
Hablar mal de los demás como
si yo fuera un ángel,
caer en la rueda de la Fortuna,
aligerar la lengua junto con
la del sapo.
Imitar lo imaginado,
ser dueño de otro mismo.
Repetir los rebaños que miden
las sombras.
Y cuando la víctima menos se
lo espere
arrebatarle su punto de
claridad.
La
envidia
“…la casa está de ella en unos
hondos valles apartada,
de sol privada, no transitable
para ningún viento..”
Ovidio
Si sientes que un reptil te
come las entrañas
y tu boca desea ser la casa de
luz de las víboras,
te estás convirtiendo en roca
sin saberlo.
(Aglaura sigue inmóvil
dejando que las serpientes se
escondan debajo de ella,
para siempre será piedra
nunca brillará en los
epicentros de una luciérnaga.)
La envidia no ve las
posiciones del sol,
ni la fortuna del astro
o cuando canta el árbol su altura
inagotable.
La lengua tiene llena de
veneno
absorbe cualquier hueso con
sus jugos,
y lo que toca con sus manos lo
lleva a tu corazón.
Poco a poco
esta séptima metamorfosis se
apodera de ti,
te va paralizando,
te sostienes a penas,
ella clava en ti el arpón de
la oscuridad
y llena tu tórax con la
sonrisa de las espinas.
Así se excita Envidia
cuando deseas
lo que nunca podrás ser.
La
Guerra
Ella se quita el sombrero,
me saluda,
dentro de su sombrero
hay miles de niños muertos,
seres humanos que se mueren de
hambre,
refugiados que no quieren
partir
a la diáspora de la pólvora
que siempre suena en sus
corazones.
Ella se pone el sombrero
me sonríe,
y se va.
Ella sabe que mis palabras no
son necesarias,
y la miro como me dice adiós
con su sombrero rojo,
sobre un paisaje rojo,
donde estoy en una cima,
esperándola,
astillando la misericordia de
alguna nube
que cante por un momento mis
palabras
y borrarla.
Mi
fantasma
Yo estaba solo y tú lo sabías
estaba necesitando atraer algún rayo,
alguna capa que cubriera mi estúpida soledad,
y tú lo sabías.
Pero no me lo dijiste a tiempo
todo comenzó a nacer dentro de mí
como un ice berg
surgió y no lo pude detener.
Y estaba solo,
y sigo solo,
porque con esto hay que lidiar siempre
con la soledad,
con la equivocación
y la consecuencia de tus venenos.
Yo intenté no huir,
pero escapé por un tiempo
al lado del filo de los cuchillos,
acampé en la noche sola del calibre.
Los fantasmas existen y yo soy uno
y traspaso las paredes de todas las alegrías,
no encuentro ninguna alegría que se quede,
no veo mi reflejo en los sufrimientos
porque yo soy un fantasma petitorio
en la mandíbula del hambre.
Esto es de silencio, tú lo sabes,
yo trato de pedir un milagro
y me dan venenos tan oscuros
para quitarme estás nauseas de morir.
Solo pocos saben mi silencio y tú también lo sabes,
sabes que me envenenas por tu unicornio de poeta y lo
apetezco.
El
amor
“Amada
en el amado transformada”
San Juan de la Cruz
Si llega a doler
hay que agregarle una mano
misericordiosa
para que todo lo demás sea
olvido.
Aunque es el único remedio
que aligera la sangre hasta el
cielo,
constriñe el corazón para
calentarlo en la luz
y dejar una sensación de ala
acelerada por todo lo vivido.
Es el único veneno que se bebe
a todas horas
hasta la locura,
y no hace efecto en la persona
amada
si no es para siempre.
Capítulo III
Farmacopea personae
El
Sr. Bloom en Hamilton Long cerca del cementerio.
“Venenos los únicos remedios.
El remedio donde uno menos lo
espera.”
James Joyce
Bloom aspira secamente el olor
de la farmacia
se vuelve meditativo ante las
drogas
que hacen la vejez rápidamente
e inspiran a la memoria a
tener sus propios fantasmas.
El farmacéutico vive sumido
bajo su propia droga
el sr Bloom lo mira. Piensa.
Debajo de su sobaco un bastón.
El farmacéutico pasa páginas
de su libro. Disciplina. Mira. Ríe.
Se va al fondo a preparar el
elixir
para limpiar la huida de Bloom
del cementerio.
Qué terrible, qué satisfacción
llegar a la farmacia
pedir el veneno. Morirse
pronto.
Tal vez Bloom respira el olor
de la muerte
Pero piensa: Yo soy la muerte
de la muerte.
Yo pienso igual que él.
Todas las drogas son la
sucesión de este terror de mi respiro,
todas ellas me dan el espíritu
y el tiempo soporífico de partir pronto.
Venenos crueles y delicados al
mismo tiempo
como los muertos cerca de la
farmacia Hamilton Long.
El Sr Bloom toma el veneno que
le han preparado
lo huele dulcemente. Sonríe.
Pero no aparta de su memoria
al ser humano
que se atrevió a probar la
primera pócima que lo llevaría a la gloria.
En medio de aquella farmacia
pensó por un instante: Bloom. La tragedia. Ofelia.
Mi vida. La vida. Su vida
Filtros del amor.
El Te Deum de Marie-Madeleine-Marguerite d’Aubray
(Marquesa de Brinvilliers)
La
campana atisba el vacío de mi cuerpo
sostengo
en mi mano el cirio de los penitentes
en
donde se extinguirá mi última plegaria.
En
la otra mano alzo un crucifijo
que
me recuerda que mi vida no es igual
a
ese amor crucificado.
Mis
ropas son sucias
y
cuelgan por toda mi piel,
me
han puesto la camisa de los condenados
como
si fuera un fantasma aferrándose
a la
locura de mi suplica.
Camino
descalza por el centro de la capilla
hasta
llegar al frente de las puertas de Notre Dame,
ahí
hay un silencio tan vacío
que
no lo llena
ni
el sonido de abismo de la campana.
Me
dan una antorcha ardiente
para
iluminar mi entendimiento.
Me
tiro de rodillas
y
grito ante el pueblo:
¡Yo
envenené a mi padre, a mis hermanos,
a mis amantes!
¡La
avaricia poseyó mi estremecido placer!
¡Soy
culpable por haberlos sucedido
para
mi única gloria!
Subo
al cadalso,
me
inclino ante la guillotina,
escucho
las palabras que me hicieron brotar una lágrima:
Ego te absolvo a peccatis tuis
Y yo
repetí las oraciones para mi única paz:
Te
Deum laudamus. Te Dominum confitemur.
Se
oyó un sonido sordo,
miré
al crepúsculo,
y
las brumas cayeron sobre la catedral de París.
La
copa de Sócrates o el mito de las últimas palabras de un sabio
He de beber de la copa que me
llenará de sabiduría,
he de cumplir la ley
para demostrar que soy un
hombre justo.
Los mercados llorarán por mí,
las calles se revolverán de
dolor
cuando beba de esta copa la
cicuta.
Me rodean varios amigos en
este momento.
La muerte es un portal que
palpita en mi corazón
hacia un lugar vacío de dioses
y lleno de una sola luz.
No le dejo nada a este mundo
sólo al mundo tuyo, que dentro
de ti sabe la verdad:
el conocimiento de la estría
del dolor
y la tarea de la felicidad
dentro de esa estría.
Tú eres el que puede abrir tu
propia página
y bebérsela sorbo a sorbo.
Creo en el discurso de lo
invisible,
no en lo que se pueda escribir
en el hueso hueco de las hojas,
en esas palabras dibujadas en
un ficticio firmamento blanco.
Le enseñé a la juventud que su
destino no está en esta vida
sino en la dialéctica de la
hoja con el ave.
-Sí, soy culpable- les dije a
mis detractores,
ahora estoy aquí
a punto de beber de este cáliz
el veneno
que me llevará al Amor
que no se tritura
como la rosa en los ojos.
Consolación
a Séneca
La conjura te llevó a cerrar
los ojos para siempre,
Paulina murió con su amor a tus pies,
los dos se fueron de la mano
para olvidar la caída cruel del mundo.
Te dieron el veneno griego
pero no sirvió para aligerar tu muerte,
te recostaron en una tina llena de vapor
como un último mausoleo de tus lágrimas.
El agua se convirtió en vino
por tu sangre abierta desde las manos a los pies,
te suicidaste lentamente entre las nubes
que te llevarían a la casa de Caelus.
Tú no moriste hermano mío,
estoico sigues siendo en el tiempo
que se engulle la materia
como su último placer.
El
canto de Calígula
“Pues de que le sirve al
hombre ganar el mundo,
si pierde su alma.”
Marcos 8:36
Yo muerdo la piel de la
existencia,
le saco la osadía al
petirrojo.
Yo soy la piel roja del
silencio.
Que comience la orgía de los
ángeles de Roma,
que me envuelva la flor
exquisita de las lunas.
Los racimos de la divina
gloria
que dejen su victoria postrera
sobre mi lengua divina.
Yo soy lo material y lo
eterno,
yo comulgo con la insistencia
de la carne,
bebo en el plato de la vida
el cuerpo de Drusila lleno de
locura.
Soy la existencia,
la loba romana que alimenta a
sus hijos,
amo a las ninfas y a los
sátiros.
No soy un hombre
pero soy todos los hombres
porque soy un dios
que late con la sangre del
toro y el rayo
en el patíbulo de tu creación.
Cleopatra
Yo soy la reina del cielo.
Yo soy la reina de la tierra.
Yo sola soy Egipto
no le pertenezco al amor ni al
Nilo,
ellos me obedecen por devoción
y miedo.
Isis ha entrado en mi cuerpo,
soy la manifestación de su
tierno deber.
¡Oh Marco Antonio!
Yo amo más mi vida que tus
batallas por mí,
por eso te dejé sólo en el mar
para que el mar te dijera lo
que yo no pude decirte,
soy más oscura desde que la
noche
profana mi temible silencio.
Perdiste todo por temor a mi
huida o a mi luz.
Debajo de mis lienzos se
detiene Roma,
yo pongo de pie las fiestas de
su paraíso.
Anubis se vuelve ciego por mí
y olvida su balanza
porque sabe que yo le pongo
equilibrio a la verdad.
El héroe latino se entregó a
mis deseos
porque de mi boca extensa salen las palabras del hipnotismo,
en mis ojos se recrean los espejos de los ríos.
El misterio me envuelve,
por eso mi cuerpo es la joya preciada de Egipto.
En mi brazo siempre estará la víbora que me libró
de la columnata de los que me querían amar demasiado.
Inevitablemente con mi amor
cada hombre pagó su óbolo al Destino.
Messalina post mortem
I
Soy la mujer que vaga por los ladrillos de tu noche,
la que alza su lienzo en los barrios de Suburra,
para que vean en mí la verdadera saciedad de las estrellas.
En esta ciudad me he casado con los ventanales
donde palpita cada corazón que quiere ser libre
como el caballo rojo que corre desesperado por el agua.
Como hierve dentro de mí
la ninfomanía de los fuegos fatuos,
en una vigilia venenosa pero bella.
II
¡Maldito sea! Cayo Apio que se negó a mi lengua
a que suspirara por su cuerpo,
a entregarle el dolor y el astro suave de mis batallas.
Asesiné a Mnéster por no entregarse a la posesión
de mi cuerpo húmedo y gimiente.
Inventé tantas historias para que estos dos hombres
se suicidaran con su vacío.
III
Eres un veneno Messalina.
Me dijo Claudio
la última noche que desnudé mi cuerpo
ante la muerte.
Mi cabeza rodó bajo la luna,
bajo el filo de luz que me odiaba.
Mi cuerpo quedó ahí extendido, desnudo,
con los hilos de sangre sobre mis senos,
erectos por el contacto de la oscuridad.
Locusta
Por muchos años he perfeccionado
este difícil tratado de morir,
soy la inventora de muchos elixires
que tienen el efecto inmediato
de la sombra de una serpiente,
o la suavidad de la paloma.
Por eso Agripina la Menor vino a mí,
le di unas setas poseídas de un líquido aromoso
que invitaban al destino a morir en ellas.
Se las llevó en una pequeña bolsa parda, descolorida,
como su corazón.
Así Roma se despidió de Claudio.
De mis venenos miles de almas
se han librado de la duda,
han encontrado la verdad de frente,
muchos imperios han sido mejores por mis encantos.
No hay como un buen envenenador
un genio de la muerte.
FIN