VENTANAS

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VENTANAS

VENTANAS

Rosario Martínez

Llegaron una mañana de mayo. Llevaban pocos muebles en una destartalada camioneta. Yo estaba asomada a la ventana que da a la calle, sentía curiosidad por conocer a nuestros nuevos vecinos. Atestigüé el esfuerzo tozudo que hizo la camionetita para subir la loma en que estaban construidas las flamantes casas, repetidas como feos clones uniformados a lo largo de la calle. Eran réplicas exactas donde lo distinto llegaría con la presencia de sus dueños.

Después de atronadores pujidos del vehículo lanzando entrecortados y ruidosos petardos olorosos a humo pudo descansar junto a la banqueta de la casa que quedaba al lado. Del asiento del copiloto bajó un hombre joven, delgado y alto. Entre él y el sujeto que conducía la camioneta metieron los muebles. En medio de los hombres iba una muchacha, intenté calcular su edad y sin más deduje que tendría veinticinco años. Me fijé bien desde mi inmejorable puesto de observación que era muy bella, tenía la piel blanca, el cabello café y los ojos verdes. Pensé que serían recién casados.

También descendió una señora como de cincuenta años, con un aspecto de desamparo, abandono y tristeza en su mirada. El joven se acercó a ella y le pasó el brazo por los hombros.

En ese momento mamá me llamó para que fuera a la tortillería. Antes de abandonar mi puesto de vigía, vi como el joven se inclinó en varias ocasiones a decir algo al oído de la que después supe era su madre.

Dany y Maty los nuevos vecinos me parecieron tan guapos, que imaginé llevarían en su nueva casa una vida como la que leía en mis novelitas rosas, y que me parecían grandes historias de amor, en ese entonces yo tenía quince años.

Una vez solos se tomaron de la mano y se quedaron viendo con emoción la fachada de su nuevo hogar. Al salir me encontré con una escena llena de romanticismo: Dany cargaba a Maty en brazos para cruzar el umbral de la puerta, ambos sonreían con complicidad y alegría. Fue un momento muy lindo que me alegró el resto de la tarde. Bajé casi corriendo la loma con ligera complacencia por lo que había visto. Un sentimiento de desagrado me asaltó cuando vi la camionetita a la vuelta de la loma con el capó levantado. El hombre grueso que la conducía se dirigía a gritos a la señora, pidiéndole que le pasara la herramienta para arreglar el vehículo, ella obedecía sin chistar como si estuviera entrenada para ello. Apresuré la marcha y no quise volver a verlos.

Pero…, no era una bella historia de amor la que se vivía en la casa contigua a la mía.
Los toquidos desesperados de Maty en la ventana de la cocina que daba al patio trasero empezaron a sonar con odiosa regularidad. Llamaba a mi madre para que le diera auxilio porque Dany… la golpeaba. Lloraba desconsolada mientras mi mamá la ayudaba a brincarse la barda que dividía los dos patios. Permanecía un buen rato en mi casa mientras se calmaba la ira de su marido. Después aparecía con lentes oscuros cubriendo las huellas moradas alrededor de sus ojos verdes.
Dany parecía arrepentirse, salía con aire contrito y avergonzado durante algunos días… hasta que todo empezaba de nuevo.

Una tarde los toquidos se escucharon con más fuerza en la ventana de la cocina.
Maty sangraba abundantemente por la nariz y estaba aterrada, momentos antes Dany la había acorralado en el baño con unas tijeras en la mano. Pudo huir, pero él había alcanzado a propinarle un golpe en la cara. Vi como empezaba a inflamársele la nariz y su rostro antes bonito aparecía deforme. Tenía la blusa blanca manchada de sangre al igual que las manos con las que trataba de detener la hemorragia. Mi madre se dio cuenta de que la nariz estaba rota porque la sangre brotaba de un pequeño orificio justo en mitad de ésta, por lo que hubo que llamar a la ambulancia. Sentí lástima por ella cuando los paramédicos se la llevaron.

La casa de enseguida permaneció vacía durante varios días, luego ambos volvieron.
Nunca supe porque ella no nos lo contó, si lo había denunciado y luego le había otorgado el perdón y era por eso que Dany estaba libre. Regresó con una gasa en la nariz y desde ese día le quedó un tanto desviado el tabique, por lo que su cara perdió cierto encanto y su voz adquirió un desagradable tono nasal. Al principio Maty evitaba todo contacto con nosotros, creo que sentía vergüenza por lo ocurrido. Los padres de Dany los visitaban a menudo, tal vez para asegurarse de que no volviera a golpearla. Noté como la primera vez que la viera, que los que interactuaban con la señora le hablaban muy cerca del oído o en un volumen de voz muy alto.

Cuando pasó algún tiempo de la golpiza, Maty visitó a mi madre para agradecerle su ayuda. Así fue como nos enteramos que su suegra había quedado casi sorda a causa de los golpes que le propinara su marido, el padre de Dany. Solo la miré con incredulidad, sin comprender como podía seguir con él. Desde entonces cada vez que veía la ventana del patio me parecía que, en lugar de entrar la luz por ella, llegaba la oscuridad transformada en un gesto de dolor y pánico en el rostro de nuestra vecina.




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