Yo soy Linda
Se sentó sobre la maleta y contempló la habitación. Su nueva habitación. Las paredes eran sencillas, blancas, y el mobiliario se reducía a una cama, un par de baldas, un armario empotrado y un amplio escritorio de madera bajo la ventana. Por suerte, tenía baño individual. Suspiró, disfrutando del silencio, pero la tranquilidad no duró mucho; su madre entró inmediatamente sin dejar de parlotear, seguida de su padre, que cargaba con las bolsas más pesadas.
-Gracias papá -.dijo, sonriendo.
Su madre seguía hablando, ahora de la disposición de su armario y de los posibles muebles que podían comprar y dónde colocarlos.
-Mamá -.dijo.- Ya me las apañaré.
Ella la miró con los ojos entornados, pero no dijo nada.
-¿Vamos a dar una vuelta por la ciudad?
-.sugirió su padre.
Linda se encogió de hombros y se levantó como única respuesta. Aunque vivía en un pueblo, había visitado la ciudad las veces suficientes como para conocer las zonas más importantes. Sin embargo, no quería ser borde con su padre.
Salieron de la residencia de estudiantes donde Belén viviría durante los siguientes cuatro años, no sin antes dejar la llave de la habitación en recepción. Según su madre, era tan desastre que podía perderla en cualquier momento. Bueno, en eso tenía razón.
Era un día de principios de septiembre. El sol brillaba, pero la llegada del otoño comenzaba a notarse en la brisa helada que azotaba el aire de vez en cuando.
Linda metió las manos dentro de las mangas de su sudadera amplia, la que se había puesto para fastidiar a su madre, que siempre insistía en que debía arreglarse más.
Después de dar una vuelta y tomar algo en un bar de inspiración francesa, volvieron a la residencia. Sus padres alegaron que tenían que irse; habían dejado a Jaime, su hermano pequeño, en casa. Y eso quería decir que el pueblo entero corría el riesgo de incendiarse. Ella les abrazó con fuerza, intentando no llorar. Al fin y al cabo, estaban a poco menos de una hora de distancia, podría verlos con frecuencia.
Cuando se fueron ella se tumbó en la cama. Había hecho mucho para llegar allí: matarse a estudiar para conseguir matrícula de honor en todo el Bachillerato al mismo tiempo que competía en atletismo, despedirse de sus amigas y de su familia.
Pero, a pesar de todo, estaba ansiosa por empezar una nueva vida.
Bajó a la primera planta cuando su estómago comenzó a hacer ruido. Ni siquiera sabía a qué hora tenía la cena. Escuchó voces en el vestíbulo principal y se asomó; como aún faltaban un par de semanas para que empezase el curso, había muy pocos estudiantes.
Un par de chicas hablaban entre risas mientras arrastraban sus maletas. Una era alta y rubia. La otra era algo más bajita, con el pelo de un rubio más oscuro atado en una coleta. Ambas tenían el típico aspecto de animadoras sacadas de una película americana.
-Hola -.saludó.
Las dos la miraron, examinándola.
-Hola. Soy Amber -.dijo la más alta.
-Y yo Tisha -.se presentó la otra con voz gangosa.- ¿Eres nueva? Nosotras también, pero tenemos reservada la plaza aquí desde que empezamos Bachillerato.
¿Eso se podía hacer? Linda no estaba segura de que sus padres quisieran pagar más años de los necesarios.
-Yo soy Linda. Encantada.
Pronto, las dos rubias dejaron de hacerla caso. Linda suspiró y se sentó, sola, en uno de los sillones del vestíbulo mientras esperaba a ver si abrían el comedor. Desde luego, más le valía no acercarse a aquellas dos chicas con pinta de pécora.