Gehasst
Las sombras son la parte de un espacio que carece de luz proyectada por un cuerpo denso que intercepta la luz, una definición incorrecta, porque ellos no tienen sombra son ese pequeño puñado de individuos que debe contratar una; pero como todo contrato hay que dar algo a cambio.
—Estas tomando demasiado.
—Quien se la pasa postrado a tus pies sin despegarse de ti soy yo, me obligaste a mantener una forma que no te corresponde, el precio es alto.
—Hay un contrato.
—Que rompiste ahora quien pone las reglas soy yo, ya no tienes derecho siquiera de anularlo, tomare lo que me plazca de ti Damián soy tu consecuencia.
Desobedecer las reglas de tu contrato con la sombra es deshonroso, sucio e indigno para el contratista, es tu deber aceptar lo que te pide para restaurar el daño, tomar algo de ti sanara su ser.
—Quería sobrevivir.
—y pagaras el precio por hacerlo.
Para ellos las sombras son más que un espacio sin luz, son el compañero que los seguirá a donde sea, las únicas que no se irán en la oscuridad a las que le deben el vivir normalmente entre los humanos.
Pero la salvación puede convertirse en una tortura.
— ¿Hay otra manera?— y la pregunta que termino de joderlo todo fue lanzada al aire acariciando delicadamente los oídos del ente sonriente frente a él.
—Claro que la hay— su voz ya se parecía a la suya, trago saliva, terminaría de faltar al contrato.
Los contratos existen para protegerlos de no volverse una carga para su sombra, son ellas las que pierden su libertad para dársela a ellos y lo menos que pueden hacer es no ser un estorbo.
— ¿Quieres ser una carga Damián?
— ¿y que si quiero serlo?
—ese es el problema, no se trata de si quieres serlo ¿no comprendes? Tome tu sentido del gusto y arranque tus dedos para saciar mi hambre.
¿Qué si lo entendía? Joder que no lo hacía ¡no lo hacía! la comida carecía de sabor y sus manos quedaron inútiles para su profesión ¡su maldita razón de vivir! Jamás volvería a sentir la euforia de un escenario ahora con suerte y podía… ¿podía hacer algo? ¡Claro que no!, siempre fue dependiente de sus extremidades. No se creía capaz de hacer algo más sin ellas.
Siente como el frio humo le acaricia el rostro, estaba llorando y a la sombra no le gustan las lágrimas pero es que tocar el piano era lo que le llenaba ¡su vida entera! Y ahora, ahora se sentía inútil, tanto que la basura en el contenedor del callejón de alado le parecía más… viva.
Vida, la había perdido, mordió su lengua con fuerza cuando lo pensó pues su vida era tocar y la sombra se lo había quitado. Le arrebato lo único que le hacía feliz y saboreo cada momento, cada instante de aquel sentimiento amargo cuando el doctor García le dio la noticia.
“—no puedo salvar sus manos”
— ¡no lo entiendo! ¡Era mi vida entera, lo que amaba! ¡Y tu…! ¡Tú!— su voz se quebró y cayendo de rodillas grito hasta sentir como desgarraba su garganta pero aun haciéndolo le seguía frustrando —por favor, por favor… ¡conviérteme en tu carga!
Pero no lo haría, él no lo soportaría y la sombra era consciente pero… ¿Qué era lo que no entendía?, le era suficiente con robar un sentimiento sin embargo prefirió mal alimentarse quitándole el gusto y los dedos para dejar a salvo su humanidad, su esencia pues no quería arrebatarle aquello que lo hacía ser él y aun así quería convertirse en una carga; condenarse a sí mismo. De cualquier forma siendo una carga o no Damián no aguantaría vivir.
Pero definitivamente sufriría menos sin sus dedos.
Definitivamente no haber cobrado el precio correcto a su contratista era lo mejor y se quedaría hambrienta si con eso Damián seguía siendo humano.
—Una carga— murmuro en voz baja —cuando un contratista se convierte en ello…
No continúo y es que ni siquiera se atrevía a describirlo su antiguo contratista término arrancando su piel y comiendo su propia lengua esperando que acabara.
La carga no eran ellos, eran las sombras y el castigo de las sombras era saberlo, saber que el cáncer eran ellas.
Damián Tropieza, el viento entorpece su visión y encontrarse a sí mismo en el piso le abre paso a la desesperación.
— ¡Ahí!— un sollozo escapa por su garganta, le están siguiendo, querían matarle.
Clavo las uñas al pavimento intentando arrastrarse para escapar, su respiración era agitada, las lágrimas comenzaron a salir y mordiendo su lengua para impedir que algún otro ruido se le escapara salió corriendo. Sus piernas dolían y sus pulmones no jalaban el aire que necesitaba pero ellos estaban cerca, sus perseguidores, los malditos perros del régimen que no querían su música.
—Ayúdame— suplico en voz baja, rota, frágil como lo era él; no quería morir y su sombra era la única salida —¡ayúdeme! ¡Por favor ayud…!— al frente sus verdugos lo estaban esperando, trago saliva —por favor, por favor, por favor— le sonreían y no le gustaba su corazón estaba acelerado, sus manos no dejaban de sudar y su mente no dejaba de repetirle que moriría.
Sería otra víctima del régimen, un número más. Le apuntaron con sus armas provocando que su respiración se volviera irregular y la orina manchara sus pantalones, le dispararon.
Abre los ojos, los recuerdos se van y el escenario vuelve a ser el mismo: un músico patético tirado en el piso.
—Fue un sueño— murmuro mientras se reincorporara del frio suelo, miro sus manos y comenzó a llorar —al final si soy un número.
La sombra desvió la vista, ella lo convirtió en un número.
—Ellos me condenaron
—Lo hicieron con todos.
—Nunca tuve problema con ello ¿sabes?— su voz era ronca y baja, la sombra centro su atención en el dispuesta a ser complaciente y escucharle —descendiente de una familia maldita— dejo salir una risa burlona recordando la sensación de terror que le invadió al conocer la historia, más bien cuando su madre termino de contársela.
Los Blanco están malditos, traicionaron al rey y el los castigo robándoles sus sombras, causando que sus pulmones duelan cada que aspiren aire, condenándolos a no poder apreciar los colores y Damián es su descendiente. Su madre se lo dijo grabándoselo a fuego en su memoria ¿Cómo olvidar aquello?, hasta ahora desconocía la respuesta.
—Creí que podría vivir con ello, con el contrato, con su muerte— suspiro un poco —mientras siguiera tocando, mientras dejara una marca en el mundo no me importaba, ahora me recordaran, pero no de la forma que quería— enfoco los titulares de los periódicos a su lado “Músico opositor al régimen pierde sus manos” “el precio de la oposición” “¿prosperar significa ser cobarde?”.
Guarda silencio observando la negrura de su compañera, la odia, quiere quitársela de encima. Se dirige a la ventana y admira la vista lúgubre que le ofrece la ciudad, su ciudad.
—También creí sobrellevar la represión del régimen, el maldito dictador que hace infelices a todos, estaba satisfecho con regalar algo de libertad a las personas con mi música— lleva su mirada a sus manos carentes de dedos y llenas de rasguños —Me equivoque, creí sobrevivir a tu existencia, al rencor de que mi madre muriera por tu culpa. Ella me dijo que no te pusiera un nombre, que hacerlo era castigar a nuestra salvadora, ojala me hubiera dicho lo que conllevaba firmar un contrato contigo.
La sombra lo recuerda, recuerda como después de despellejarse a sí misma y comer su lengua frente a él, ella salto por la ventana. Para poder contratar una sombra tu antecesor debe morir y dejar libre a la sombra, el deber de su primogénito es volver a esclavizarla pues no puede permitir que su sacrificio sea en vano porque dio su vida para que el predecesor tenga una.
Pero su madre no podía esperar a su muerte, Damián debía salir de casa y ella no tenía el valor de quitarse la vida así que le pidió ayuda a la sombra y se convirtió en su “carga”. Tal como pensó, suicidarse fue más fácil.
—Gehasst.
Se petrifico, Damián le había dado un nombre.
Nombrar a tu sombra es cruel, no le das oportunidad de olvidar y estará condenada a vivir con tu recuerdo, ellas saben que al salvarte también te lastiman, te condenan y encarcelan. Nombrarlas no les permite dejar de lado la culpa de salvarte.
Lo mira, él está de espaldas, relajado y viendo la ciudad como una ves lo hiso su madre.
—no lo hagas Damián.
No le responde, no puede hacerlo, Damián salto por la ventana susurrando las palabras que le hicieron desear no existir.
“Gehasst significa odiado”