El Mar

El Mar

Esta es mi historia.

Me llamó Zen, tengo veintiún años y siempre había vivido a
orillas del mar, uno cuyo nombre fue perdido hace tiempo pero que aún conserva
su gran faro iluminando el horizonte.

Yo solía jugar en ese lugar cuando no había visto ni diez
inviernos, hasta que aquello ocurrió. Estoy escribiendo esta carta desde el
hospital, encerrado en una habitación con rejas en las ventanas y paredes
acolchadas.

Como añoro el sonido del mar por la mañana, el olor a
humedad en el aire y los hermosos paisajes al atardecer. Aquí solo tengo
aburrimiento, monotonía y cuatro paredes blancas con una ventana vallada.

Mi vida había sido feliz hasta el incidente. No se cómo
relatarlo, por lo que dejaré que el lápiz fluya mientras doy rienda suelta a
mis recuerdos.

Recuerdo aquella mañana otoñal, el mar se salpicaba con las
gotas de la lluvia mañanera mientras las nubes cubrían el horizonte y un viento
venido del este soplaba sobre las olas. Aun así, me decidí a dar mi paseo
marítimo diario por la costa, hasta llegar al faro. Nada raro ocurrió por el
camino hasta que me topé con un objeto brillante semi enterrado en la arena.
Ahora maldigo aquel momento, no sé si fue el destino o una maldición, pero si
pudiera desearía volver atrás y quedarme en casa tomando mi té caliente
observando el vaivén de las olas.

Desenterré aquel objeto con las manos, brillaba con un fulgor
metálico propio. Era una llave antigua, cubierta de algas marinas. La limpie y
me la guardé en el bolsillo para enseñársela a mis padres. El resto del camino
se sucedió con normalidad hasta la llegada al faro. Aquel era un edificio
antiguo, de unos cincuenta metros, color blanco con tres bandas rojas. Tenía
prohibido acercarme a él, aunque no podía entrar, ya que la puerta estaba
cerrada con un gran candado.

De pronto una idea se me ocurrió, ¿Y si introduzco la llave?
Ni por asomo pensé que aquello iba a funcionar. Pero, para mí sorpresa, escuché
un click y la puerta se abrió. Mi pulso se aceleraba, un olor a muebles húmedos
me impregnó. No sabía qué hacer. Hasta que movido por mi curiosidad infantil,
decidí entrar y explorar aquel edificio. Como siempre había sido, las luces
estaban prendidas, aunque en realidad nadie vivía en el faro, pues el ultimo
guarda faros murió musitando algo sobre una maldición marina y la leyenda se
extendió por el pequeño pueblo, nadie quería trabajar en él, por eso solo recibía
revisiones periódicas. En aquel momento y a mi edad, nada de aquello me
preocupaba.

Entre, observé aquel salón. Estaba cubierto de cuadros
pintorescos. Había una mesilla rodeada de sillas y un vaso vacío lleno de polvo
encima. Lo que más me llamó la atención de aquel lugar era su lúgubre pasillo
cubierto de una alfombra roja que conducía a unas escaleras para llegar a los
pisos superiores. Aquello me inspiró temor. No sabía si adentrarme más en el
faro, pero de pronto las luces parpadearon y en ese instante pude divisar una
sombra subiendo al piso superior. Los pelos se me erizaron, me frote los ojos y
volví a mirar. Allí no había nadie. Grite saludando esperando una respuesta
pero lo único que se escuchaba era el sonido de las olas golpeando contra el acantilado.
Decidí subir al piso superior. Allí había una puerta gris de gran tamaño
entreabierta. Me adentré en el cuarto. Al abrir la puerta pude divisar una cama
sin hacer en medio de la habitación, con una pequeña mesilla donde había un
cuadro de fotos. Me acerqué a verlo. En las fotos salía un hombre joven grande
y corpulento, deduje que se trataba del guarda faros. Mientras observaba la
imagen, una sombra se reflejó en el cristal del marco. Lo solté y grite, el
marco se rompió, me di la vuelta con los ojos cerrados y cuando me dispuse a
abrirlos, no había nadie más en la habitación. Estaba claro que allí había
alguien más, pero no sé si fue mi corta edad o mi espíritu aventurero, sentía
gran curiosidad por hablar con aquella sombra pese al miedo. Por lo que la
volví a llamar, sin respuesta alguna. Me decidí a subir arriba del todo, en el
piso superior donde se encontraba la cabina de control del faro. Mientras subía
las escaleras escuché un lejano susurro advirtiéndome pero lo achaque a mis
imaginaciones juveniles movidas por aquella gran aventura. Al llegar arriba del
todo vi los mandos de control, el gran ventanal, y la escalera que conducía al
faro. No fue hasta que una sombra fugaz vista por mi rabillo ocular se movió a
la izquierda y guío mí vista hasta el suelo detrás de los mandos. Algo asomaba
allí. Sin darle más importancia a aquella sombra me acerque a mirar movido por
mi infantil curiosidad. Era un mapa y en él había unas  inscripciones en un idioma que no entendía.
Intenté leerlas.

En ese momento se produjo, un gran estallido, el cielo se
volvió carmesí y los relámpagos iluminaban el mar teñido de un fulgor verdoso.
Me acerqué a mirar más a fondo por el ventanal. No podía dar crédito de
aquello. En medio del fondo marino se abrió una especie de portal circular que
brillaba con un intenso verde, de él salían olas llenas de crustáceos, peces y
algas cubiertos de tubos metálicos insertados en las branquias. Lo peor era su
aspecto, estaban medio descompuestos y se movían con las olas acercándose cada
vez más a la costa. Me quedé paralizado observando aquello hasta que una mano
que ocupaba todo el fondo marino comenzó a emerger de aquel círculo infernal.
Por instinto me aleje del cristal y salí corriendo escaleras abajo hasta que me
caí y todo se apagó.

Recuerdo despertar en el hospital. Mi cabeza estaba vendada
y mis padres se encontraban a mí lado, preocupados. Un doctor vino a hablar
conmigo y le conté mi historia. Tras ello vinieron a verme más doctores durante
los tres días que estuve en la cama. Al final no me dejaron salir y me subieron
a esta planta. Por mucho que contase mi historia, nadie me creía. Con el
tiempo, yo mismo empecé a dudar de mis recuerdos, hasta hoy.

Mi madre me saludo desde la puerta y me comentó entre
sollozos que mi padre había muerto pescando. 
Lo último que se escuchó de su grabadora en el barco fueron unos gritos
inaudibles sobre una ola con grandes peces muertos flotando a través de ella.
Se le achacó a la locura de pasar tanto tiempo a solas en el mar, mientras que
su muerte se dedujo por una rotura del barco debido al temporal. Pero yo sabía
lo que realmente había pasado, y lo que está por suceder. Entonces me acordé,
el guarda faros murió con veintiún años tratando de advertir al pueblo sobre
viejas maldiciones marinas que supondrían el fin del mundo. No sé si es una
maldición, o una casualidad pero entonces comprendí que aquella sombra que vi
de pequeño trataba de advertirme sobre aquel mapa con las inscripciones, y yo
no le hice caso alguno. Como un estúpido fui a leerlas. Me di cuenta que era el
nexo de unión entre el portal de otro mundo y este, que ahora se alimentaba de
mis seres queridos preparándose para salir. No entendía el porqué, ni el cómo,
pero sabía cómo actuar.

Cuando mi madre se fue, me quedé asolas con este papel y
este lápiz. Nunca me habían dejado uno, pero hoy, dado mi historial de
comportamiento decidieron dármelo para escribirle una carta a mi mamá, vigilado
por un guardia eso sí. Cuando leáis esto yo estaré muerto, me clavarle el lápiz
en el cuello y esperaré morir pronto para romper la maldición y evitar el fin
del mundo.

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