La muerte de Abreaun
Una cálida y estrellada noche de primavera, por una zona iluminada con la tenue luz de la luna menguante, paseaba Abreaun por el entonces solitario parque del centro. El camino discurría a través de un frondoso pasaje recubierto por enredaderas. Al final del empedrado de amarillo albero, donde venía a morir el murmullo de la decrépita fuente de la plaza, esperaba reunirse con varios amigos.
Al atravesar el arco que guardaba el acceso a su lugar de destino, se sintió atraído por una especie de musiquilla proveniente de una abertura con forma de puerta situada a su izquierda. Allí, donde tantas veces había visto un ajado muro de desgastados bloques de piedra, una pegadiza cancioncilla apagaba el sempiterno fluir de la fuente. Una melodía cautivadora lo llamaba atrayéndolo con su calidez; aquella música tiraba de él. No se percató que había abandonado la senda y, sin saber muy bien el porqué, se adentró en ese oscuro pasaje.
Justo en frente de él apareció una casetilla multicolor. El típico tinglado de la pitonisa de feria ambulante coronado por un techo de carpa circense, con escasa iluminación exterior y cortinas rojas en su entrada que se apartaron invitándolo a entrar.
Hipnotizado, agachó la cabeza y entró en aquel misterioso recinto. A sus pies, una niebla comenzó a fluir de la propia tierra. La música cesó. Otras cortinas, que también se abrieron a su paso, precedían a una estancia con una mesa redonda cubierta con un paño azul en su interior. Dio un paso y dos sillas, una a cada lado de la mesa, se materializaron al instante. Pudo observar una esfera de cristal. Estaba confuso, no sabía muy bien qué pasaba. Avanzó y dos candelabros de siete velas cada uno, se teletransportaron a ambos lados de la estancia ¿Incertidumbre? ¿Pánico? Otro paso más ¿Osadía? ¿Temor? Una figura salida de la nada habló entonces desde el asiento situado en frente suyo.
—Pasa…, pasa y siéntate joven —habló con voz dulce—. ¿Porqué has venido a mi, joven Abreaun?
—No se muy bien porqué, escuche una música y, de repente, me encuentro aquí —comentó confuso.
—Todos decís lo mismo, pero la realidad es que todos llegáis por algún motivo, no es la esfera quién os busca sino que en vuestros sueños llamáis a la esfera y ella se os aparece —aclaró con misterio.
—¿Pero qué sueños? ¿Qué dice usted? —inquirió molesto—. No me explico lo que está pasando —expuso totalmente azorado—. ¡Quiero marcharme ya!
—Y lo harás, pero no antes de que la esfera te comunique lo que ha venido a decirte —aquella persona, sin inmutarse lo más mínimo, prosiguió enfatizando—. Nunca antes de contestar a lo que has preguntado.
—¡Y dale con lo mismo! ¡Yo no pregunté nada a ninguna esfera! —protestó.
—En tus sueños Abreaun, en tus sueños. Deja que te cuente lo que ha venido a decirte, y marcha en paz, pero no podrás salir hasta que hayas visto lo que tanto anhela saber tu corazón.
Vencido ante la imposibilidad de deshacer sus pasos, se acercó aún más a la mesa y tomó asiento. Una vez en frente de la supuesta pitonisa, se quedó esperando petrificado, admirando la esfera de cristal. En su interior parecía que comenzaban a formarse algunas figuras; pero no podía verlas con claridad.,Frunció el ceño en un intento de proyectar su mente hacia el interior del orbe. Procuró acercarse más para ver mejor el interior pero…, sin previo aviso algo le agarró por la cabeza y una lluvia de imágenes inundó su mente, estaba a punto de volverse loco, cuando sus fuerzas flaquearon y cayó desmayado.
Apareció en el pasillo de un hospital. Su amigo Melza se dirigía hacia una habitación. Al abrir la puerta allí estaba él, tumbado sobre una cama. Una enfermera retiraba unos tubos de su cuerpo y, acto seguido, cubrió su rostro con una sábana. Podía ver por los ojos de su amigo cómo sacaban su cuerpo de aquella lúgubre habitación, era capaz de sentir la angustia por su perdida, el pesar de no haber podido hacer nada, estaba sintiendo su propia muerte, se la estaban mostrando, pero… ¿cuándo pasaría? Y lo más importante ¿por qué? Levantó los ojos y pudo ver un reloj de pared “00:25 – 23/11/2004”. Un sin fin de imágenes comenzaron a cegarlo hasta…
—¡Abreaun! Despierta ¿Qué haces aquí? —El mismo amigo del sueño lo despertaba.
¿Qué acababa de ocurrir? ¿Qué le querían decir con esa aterradora experiencia? Comenzaron a caminar hacia donde los esperaba el resto del grupo cuando notó cómo algo los vigilaba ocultándose tras las sombras.
Ante la atónita mirada de su compañero salió corriendo; quedando petrificado al ver en una sombra el reflejo de la pitonisa. ¿Qué significaba? ¿Qué quería de él? ¿Realmente iba a morir? No salía de su asombro pero regresó para continuar su camino.
Una vez reunidos con el resto se sentaron a ver el partido. Pidieron algo para picar cuando, en un lance del partido, en vez de ver cómo el futbolista remataba a puerta, apareció la imagen que anteriormente había visto. Era el momento en el que lo tapaban con la sábana, la triste mirada de la persona que estaba a su lado y la imagen del reloj de la pared “00:25 – 23/11/2004”.
Miró su muñeca solo para comprobar que eran las 21:00 del 21/05/2004. ¿Qué significaría esa visión? ¿Vaticinaba su muerte o sería fruto de los cubatas? Ninguna explicación lógica encontraba a esos “sueños”.
Al despedirse de sus amigos, la oscuridad de la noche, matada por la gran iluminación de la ciudad, lo perseguía: pero no encontraba lugar alguno por donde conectar con él. Aunque se estiraba para rozar su sombra no lograba su objetivo
Cerca de su casa, en un tramo escasamente iluminado, la oscuridad consiguió su objetivo y las visiones volvieron a tomar el control. Estaba encerrado en casa, sin contestar el teléfono, con la puerta atrancada, intentando eliminar cualquier cosa que pudiese ocasionarle daño alguno, los electrodomésticos desenchufados por temor a un cortocircuito, ningún objeto con aristas o puntas, sumido en un profundo miedo a la muerte que estaba a punto de llevarlo a la locura. Otra vez se vio en la cama del hospital, con Melza a su lado, y de nuevo, aquel reloj que marcaba la hora del fatídico desenlace.
Unos vecinos le encontraron sentado bajo el árbol donde, momentos antes, había quedado paralizado y salió corriendo calle abajo dejando boquiabiertos a los que a su alrededor se encontraban.
¿Iba a morir? ¿Es cierto que sus días estaban contados? Atormentado por esos pensamientos deambulaba por las calles hasta que encontró cobijo en un apartado bar refugio de los últimos amantes del jazz. Copa tras copa, trago tras trago, con cada tema que sonaba, las visiones desfilaban por su mente.
Se fijo entonces en una figura que, desde el fondo de la barra, no paraba de observarlo. ¿Sería ella de nuevo? El rostro de la desconocida se mostró dejando entrever una preciosa sonrisa. ¡No era la pitonisa! En cualquier circunstancia se alegraría de que una bella mujer estuviese observándolo, pero la decepción por no haber encontrado de nuevo a aquella adivina, hizo reaccionar a la mujer.
—¿Tan fea soy? —preguntó decepcionada.
—¿Perdona? —respondió Abreaun.
—Pues eso, ¿que si soy muy fea? —volvió a preguntar.
—No sé porqué me dices eso —dijo contrariado.
—Es que como al verme has puesto esa cara, pensé que te has llevado una decepción porque debo ser fea o algo parecido —explicó divertida.
—Perdóname, creía que eras otra persona —contestó.
—¡Ah! Ya comprendo, esperabas a tu novia.
—¡No! —Se apresuró a decir—. No tengo novia, solo que creía que eras otra persona, nada más —agregó a modo de torpe disculpa.
—En ese caso podrías acompañarme, beber sola es muy triste, deja que te invite.
—Por supuesto, te acompañaré —afirmó.
Comenzaron a charlar y a disfrutar de lo que, para Abreaun, sería la mejor noche en muchos años. Su vida, tras la estrepitosa ruptura con su exnovia había dado saltos de un bar a otro. Los continuos estragos que estaba haciendo con su cuerpo iban desde el alcohol a la droga, pasando por multitud de excesos con la comida, trasnochar, prostitutas y peleas. Ahora intentaba recuperarse de toda esa etapa, había conocido a nuevas personas que lo apoyaban, pero de nuevo la sensación etílica estaba haciendo que recordase todos esos años que creía ya olvidados. Solo esa experiencia que estaba percibiendo con una simple conversación, hacía que rehusase seguir bebiendo. Horas pasaron hasta que el dueño del garito cerró sus puertas y con un dulce beso, la joven se marchó.
Era de día, la mañana del 22/11/2004. Cuando se dio cuenta de la fecha regresaron las visiones de la noche anterior. Le entró pánico, salió de nuevo corriendo hacia su casa y allí se encerró, tal y como se le mostraba en una de las imágenes que había tenido. Cerró todas las puertas, apartó todo utensilio punzante, cerró las válvulas del gas, desconectó todos los aparatos eléctricos y se quedó en una habitación con un simple colchón intentando dormir.
El tiempo pasaba lentamente, la visión que tuvo se había hecho realidad, ahora estaba totalmente asustado, solo pensaba en su propia desesperación, en que apenas quedaba un día para que el sueño de su muerte se hiciese realidad, pero… tras esos pensamientos de rabia e impotencia por el inminente futuro que le esperaba, una leve luz le iluminaba desde algún lado. Esa conversación de la noche anterior con la mujer del bar, sus palabras le reconfortaban, aquella forma de expresarse, sus pensamientos de una mejor vida. Tanto tiempo hablando con ella y ni se molestó en saber su nombre. ¿Cómo había sido capaz de pasar todo ese tiempo hablando con ella y no preguntarle cómo se llamaba? Los sueños de su muerte le atormentaban.
La soledad de la habitación pudo con su fuerza de voluntad. Se dirigió a una licorería, comenzó a beber sin temor a nada. Borracho, entro en un Buffet libre, comenzó a comer compulsivamente y se atiborró hasta la saciedad. Cuando finalmente lo echaron del lugar por el lamentable espectáculo que estaba dando, regresó a la licorería y siguió bebiendo hasta que se desmayó.
No estaba consciente aunque podía escuchar cómo hablaban a su alrededor. La voz de su amigo retumbaba preguntándole porqué no le había llamado ante esa crisis como en anteriores ocasiones. Una enfermera lo apartó de su lado, ahora podía verlo todo, estaba en un hospital y el flotaba por los aires.
Confuso, sin saber qué pasaba, vio a su amigo y quiso acercarse a él, pero algo sucedió cuando intentó tocarlo, sus manos lo atravesaron. No podía tocar nada, advirtió que no tenía cuerpo ni siquiera para estremecerse, y entonces una sensación de déjà vu le paso por la mente. ¿Sería ese su sueño? Temía girarse pero se armó de valor. Vio la espalda de su amigo mirando por una puerta entreabierta.
Pudo ver, a través de los ojos de Melza, cómo una enfermera estaba retirando los tubos de su cuerpo y lo cubría con una sábana. Sentía la rabia que recorría el cuerpo en el que estaba dentro. Vio unas lágrimas caer por su rostro, pero no era el suyo, él ya no estaba, solo su espíritu presente, refugiado dentro del cuerpo de otra persona que lloraba por él, y mirando el viejo reloj de hospital que marcaba “00:25 – 23/11/2004” comenzó a volverse todo oscuro.
La boca seca, un tremendo dolor de cabeza le martilleaba constantemente, una herida le sangraba por la cara. Moratones por todo el cuerpo. Por fin pudo levantarse. Un fuerte olor a alcohol que desprendían las numerosas botellas de ron desperdigadas por el cuartucho de un hostal. La típica resaca de después de una noche de juerga para él.
Había soñado algo terrible, recordando todo lo vivido en aquella fatal premonición comenzó a sudar, y tuvo miedo. ¿Qué significaría? ¿Pasaría realmente? De repente una alarma sonó. Un despertador volcado. Las 13:40 del 02/04/2001…