Las Voces del Sur
En
un cálido mes de diciembre Alejandro
Ferrer llegó a la casa de sus padres en la ciudad de Barranquilla luego de haber
estado fuera del país por un tiempo. Alejando era un joven educado, modesto,
entusiasta, y con una humildad impresionante que lo caracterizaba. Aunque
procedía de una familia económicamente modesta, decidió estudiar una carrera
profesional para nada acorde con los ideales de su familia.
En
un principio su padre Ignacio Ferrer, le había inculcado que estudiara Derecho,
solo con la intención de que Alejandro, cuando llegase el momento, lo reemplazara
en el Bufet Ferrer & Asociados que él había fundado junto a unos primos en
la ciudad. A Alejandro nunca le había interesado el derecho, siempre vio aquellas
extensas jornadas de trabajo de su padre como agotadoras y perturbadoras.
Muchas veces vio a su padre y a su tío Rodrigo trabajar hasta tarde de la
noche, experiencia que le llevaron a rechazar ese estilo de vida.
Alex,
como usualmente se le conocía, siempre obtuvo el apoyo de su madre. Ángela
Santiago siempre vio en él a un joven entusiasta y de muy buenos sentimientos.
Ella, acérrimamente, lo apoyó a que estudiara y se desempeñara en lo que a él
le llamara la atención, tal vez por eso en varias ocasiones tuvo ciertas
discusiones y desacuerdos con su marido.
En
el fondo Ignacio le daba la razón a su mujer. Aunque nunca se lo decía, el
notaba que ella influía mucho en él. No exageraba cuando hablaba con sus amigos
y les decía que Ángela era una mujer muy poderosa, y que peligrosamente siempre
terminaba teniendo razón en la mayoría de las discusiones que ellos afrontaban.
Después
de culminar sus estudios de bachillerato Alex optó por estudiar Ciencias
Sociales. Su amor hacia las humanidades la heredó de su maestra de Ciencias
Humanas y por su puesto a su tía Ana, hermana de su madre, quien solía ser
maestra en una escuela del distrito y quien por un tiempo fue su tutora
particular en algunas asignaturas.
Alex
había crecido en una casa espaciosa, con algunas comodidades materiales pero no
lleno de lujos ni de opulencia. Sus padres fueron personas centradas y sobre
todo, consideras; constantemente le enseñaron a su hijo que aunque tenían ciertas
facilidades económicas eso no daba lugar para creerse mejor que los demás, sino
todo lo contrario, había que ser agradecidos con Dios, con la vida y sobretodo
muy generoso.
Ignacio
y Ángela fueron personas con valores. Ellos y sus hijos se caracterizaron en el
ambiente social en el que se movían por ser personas honradas, trabajadoras,
humildes, educadas y cultas. Nunca hubo alguien en la ciudad que dijera lo
contrario de ellos.
Después
de discusiones, quejas y reclamos, Ignacio terminó aceptando la idea de que su
hijo no fue abogado como él. Algo que su esposa le hizo entender es que Alex
era un joven completamente independiente y que nadie podía intervenir o moldear
a las personas contra sus voluntades. Alex desde muy temprano fue independiente
y por su puesto diligente en sus cosas. Siempre respetó a su padre, lo amó
imaginablemente, pero nunca le permitió que interviniera en sus asuntos
personales. En el fondo Alex le agradecía a su padre las preocupaciones e
intromisiones, pues entendía que deseaba lo mejor para él, pero Alex siempre
soñó en volar con sus propias alas.
Una
noche, mientras se preparaban para dormir, Ángela le convencía a su esposo que
confiara en las capacidades de su hijo, y sobre todo que tuviera confianza en
los proyectos de el. Ignacio y su mujer se durmieron un poco tarde aquella
noche. Se quedaron hablando entre las sabanas hasta muy entrada la media noche,
siendo el centro de la discusión fue su hijo. Ángela le hacia entender a su
marido la situación que estaba viviendo su hijo. Le explicó una y otra vez que
su hijo necesitaba salir adelante por sus propios medios y esfuerzo y que en
lugar de anularlo la mejor decisión que podían tomar ellos como padres era
ayudarle de la mejor manera, brindándole la confianza que el necesitaba.
En
la mañana siguiente Ignacio se levantó un poco más tranquilo. Al parecer la conversación
que tuvo con su esposa en la cama le hizo entender muchas cosas. Como era de
costumbre, toda la familia se reunió en la mesa de la cocina para desayunar.
Por dos años Alex no estuvo presente en aquella mesa, sus estudios en el
exterior no le permitieron estar presente en aquella mesa en la que se
compartía desde que los esposos Ferrer habían comprado aquella casa antes de
que nacieran sus dos hijos.
En aquella ocasión, mientras
desayunaban, Ignacio le hizo algunas preguntas a su
hijo con respecto a sus planes. Alex, un poco desconcertado, se quedó en
silencio por unos segundos. Al parecer no asimilaba que su padre, quien le
había estado inculcando hasta el cansancio que estudiara derecho y se
convirtiese en uno de sus abogados, se mostrase interesados en sus proyectos
fuera de la orbita del derecho. Aquella actitud de Ignacio le pareció un poco
extraña a su hijo. No era común ver a su padre siendo tan flexible. Pues
siempre mostró un carácter fuerte y dominante, pero en aquella ocasión, fue muy
dócil.
Aquella
mañana, después de culminar su desayuno, Ignacio salió de la casa.
Despidiéndose de su mujer y de sus hijos se marchó a su trabajo. Una horas
después Alex, al igual que su padre, salió de casa, yéndose rumbo a reunir con
algunos amigos, ex compañeros del posgrado que hizo en el exterior con los
cuales estaba trabajando en un proyecto.
Al
llegar a la universidad a las diez de la mañana se reunió con tres de sus amigos
de estudios; Sergio De la Rosa, Jorge De Andreis Leiva y Siad Jattin, una joven
de ascendencia libanesa que residía en Barranquilla con sus padres y sus
abuelos, quien también había estudiado junto a el la maestría en Desarrollo
Social. El proyecto en el que los jóvenes trabajaron fue en la materialización
de la propuesta que presentaron como trabajo de grado de la maestría. Aquella
idea se materializaría con la creación de una fundación sin ánimo de lucro con
la cual se pudiera llevar a cabo el fortalecimiento de actividades sociales en zonas
rurales y apartadas del departamento, y por ende del país.
Alex
y sus compañeros trabajaron muy duro en aquella propuesta. Tardaron meses
creándolo todo. Hicieron una fundación con la cual implementarían estrategias
para el fortalecimiento de asociaciones comunitarias en las zonas rurales del
Departamento. Con la ayuda de su padre, a regaña dientes, y aceptando éste las
ideas de su hijo, los tramites legales para la legalización de la fundación se
dieron muy rápido, tanto así que en cuestión de meses la Fundación Tejido
Social, como la habían denominado, empezó a participar en licitaciones y
propuesta ofertadas por organismos estatales.
No solo la suerte acompañó a
Alejandro Ferrer y a sus amigos en su proyecto, la disciplina con la que
trabajaron fue tan estricta que su proyecto se dio en un noventa y ocho por
ciento. Al principio fue duro para ellos, pero con la constancia y sobre todo
la fe con la que trabajaron lograron algunos objetivos.
Con
tantas entrevistas que presentaron en alcaldías municipales y en ONG,
estuvieron convencidos que de algún lado les iban a llamar y así fue. Al cabo de
tres semanas le llamaron de la alcaldía de uno de esos municipios del sur del
Departamento. Al presentarse ante el mandatario de aquel municipio lograron ponerse
de acuerdo en algunas conjeturas después de varios encuentros, pues el
municipio quería contratar los servicios de su fundación para reorganizar
algunas asociaciones comunitarias entre otros asuntos concernientes.
Con
la legalización del contrato, la Fundación Tejido Social empezó a realizar el trabajo
de campo. Dentro del objeto del contrato estaba organizar la asociación de
madres comunitarias y la de los campesinos de un corregimiento llamado San Juan
de Dios, un pueblito que a duras penas contaba con una escuelita, un centro de
salud, una iglesia, un cementerio y unas calles destapadas sin asfalto, unas
cuantas calles llenas de polvorín y un centro de integración comunitaria que
era el espacio que se utilizaba en el pueblo para las reuniones de la población.
El
pueblo de San Juan de Dios estaba en el sur del Departamento, a dos horas y
media de la ciudad de Barranquilla. Alex y sus compañeros, para evitar viajar a
diario y ahorrarse el estrés y el traumatismo que causaba esa situación
decidieron quedarse en aquel pueblito. Se instalaron en el salón del centro de
integración, ese mismo que acondicionaron para convertirlo en su centro de
operaciones mientras realizaban el trabajo que iban a adelantar en la zona. Mientras
estuvieron en ese lugar permanecieron incomunicados, la señal telefónica allí
presentaba serias dificultades debido al relieve montañoso del lugar. Para
poder comunicarse con sus familias lo hacían accediendo a la red de internet de
la escuelita, una red regular del gobierno que se le suministraba a la escuela
por vía satelital.
Después
de haberse instalado en aquel edificio, un poco deteriorado por los años, por el
clima y por el abandono humano, Sergio, Jorge, Siad y Alejandro, empezaron a
realizar su trabajo. Aquella actividad estuvo dividida en dos fases, la primera
consistió en recolectar una serie de datos con los cuales se registraban a las
personas focalizadas por la alcaldía y la fundación para inmiscuirlo en una
base de datos y la segunda fase constó en documentar toda una serie de
testimonios de los habitantes del pueblo en una serie de entrevistas
registradas en grabaciones de voz y de videos con los cuales las entidades
involucradas en aquel proyecto buscaba sostener la veracidad de los datos y entrevistas
suministradas por las personas encuestadas.
Aquella
actividad se estuvo realizando por tres semanas consecutivas. Los muchachos
tuvieron el tiempo necesario para conocer la vida de cerca de los habitantes de
aquel lugar tan aparatado y olvidado por el Estado y por el resto de la
sociedad.
Tanto
Alejandro como sus compañeros vivieron de cerca las necesidades, las
precariedades, las injusticias sociales, y sobre todo, los sueños de toda esa
gente; desde los más pequeños a los más viejos. Los niños soñaban con un parque
bonito en el cual pudieran jugar, los jóvenes soñaban con una escuela adecuada
para estudiar, algunos, con poder irse a la ciudad a trabajar y a estudiar, los
adultos, con mejores condiciones de empleos, y los señores mayores, con tierras
propias para sembrar y criar animales de corral que les permitiera mejorar su
calidad de vida.
En
cada audio, en cada video, quedaba registrada silaba tras silaba de aquellos
testimonios que más que salir de la boca de los sanjuaneros les salía era del
alma. Aquellos testimonios llenos de sufrimientos, de tristezas, de sueños y de
esperanzas. Sueños que solo eran eso, sueños.
Durante
su estadía en aquel lugar Siad hizo una profunda amistad con una joven llamada
Lucía Morales, una muchacha de 19 años de edad, madre de dos niña; una de
cuatro años y otra de dos que vivía con un joven de 26 años que se dedicaba a
la pesca artesanal. Jorge acompañó a Don Honorio González, un campesino de
avanzada edad que sembraba yuca y maíz en una pequeña parcela a las afueras del
pueblo. Sergio, por su parte, acostumbró a ir a casa de Matilde Duran, una
mujer de sesenta años que tejía canasta y sombreros de enea, una planta que nacía
en las orillas de la laguna que bordeaba al pueblo. Cada uno de ellos, día a
día escuchaban las vivencias narradas por cada uno de los habitantes de San
Juan de Dios con los que habían hecho amistad, siempre, siempre atento a las
voces de aquellas personas tan nobles, amables, humildes y siempre amorosas,
que por encima de sus condiciones de vida siempre daban lo mejor de sí. Durante
todo ese tiempo, Alejandro y sus amigos estuvieron escuchando aquellas voces
del sur.