Retrospectiva
El universo no parece ni benigno ni hostil, simplemente indiferente a las preocupaciones de seres tan insignificantes como nosotros. -Carl Sagan La tarde caía mientras caminaba. Sus pasos se confundían con la multitud. La promesa del progreso se erguía imperturbable, gris y fría, como todos los días. El ruido de las bocinas de los autos y un incesante murmullo se sentían lejanos, como en un sueño, ausentes de ser. Las voces se perdían, no tenían ya identidad. No las escuchaba. En su mente, el grito desgarrador presente desde hace mucho parecía acallar lentamente, convertirse en un susurro insistente que seguía ahí. Siempre lo había estado, aunque prefería ignorarlo y tratar de seguir. Ahora era diferente. Silencio. No buscaba un lugar. Intentaba despejar su mente, tranquilidad que hace tiempo no sentía. Una hora, un minuto, un segundo para perderse en el abismo de su pensamiento, sondear su fondo, y morir de oscuridad lejos de todos, de todo. Se salvaría y volvería a la luz, como siempre. Aunque ahora era distinto. Tiempo. Los faroles de la ciudad comenzaron a encenderse, con el ritmo casi hipnótico que todos ignoran. Observó a su alrededor. Las personas se deslizaban con prisa por aquellas estrechas calles. Miraban, pero no veían. Sus rostros eran máscaras endurecidas por la rutina y la esperanza de la recompensa metafísica que ofrecen tantos… ¿No saben que con cada paso se acercan más a su muerte? ¿No se daban cuenta de que su vida monótona se repetía cada día como la maldición de Sísifo? Se sentía extraño, fuera de lugar. Solía ser parte de esa masa, que se mueve por inercia, una colección de recuerdos agradables y sueños frustrados, de aceptación y comodidad, cuyos caminos estaban trazados desde su nacimiento hasta su muerte, vidas llevadas por la fuerza de la costumbre, genéricas, sin lugar a cuestionamientos. ¿Qué había cambiado? Había estado seguro de que llegaría a ser alguien “importante”, alguien aclamado, famoso como otros que admiraba. Preguntarse por el destino era inútil. ¿Está todo predeterminado, o somos capaces de formar nuestra realidad? ¿Qué era la realidad? En verdad, lo que quería no importaba. Tampoco importaba tratar de buscar sentido al universo. Quizá ni siquiera debía tenerlo. Sólo era el intento de proyectar nuestras expectativas de un mundo seguro, justo, feliz y ordenado. Pero no debía ser así. Se detuvo. Miró el cielo y descubrió una estrella, que difusamente se distinguía del resplandor naranja de la ciudad, y recordó una carta de Van Gogh.
¿Por qué los puntos de luz en el firmamento deben sernos inaccesibles? ¿Podemos tomar la muerte para ir a una estrella? Y morir pacíficamente de ancianidad sería como ir allá a pie. ¿Qué era él ante el infinito? Nada. Simplemente.