Ventana interior
La lluvia hacía temblar los charcos en la acera,
y aquellos vidrios de agua
rompían siluetas en el viento.
El andar de los días se tornaba cansino,
como un soldado pelando papas
en el hueco ciego del cuartel del olvido.
Lo que siento ahora al decirlo al viento,
no puede compararse con la luna de tu boca.
Sólo quien ha visto sus manos en el sueño,
es capaz de comprender las razones del desierto.
Así no teme al salto celestial de las palabras,
al grito desbocado de las frases sin su red
y vaga entretejiendo suspiros sin memoria.
Certero en ese aspecto,
mientras hurga en la esperanza del mantra de las horas,
el hábil buscador, se asoma con valor a su destierro.