Furor en el supermercado

Furor en el supermercado

Tengo que confesar algo:
Hoy me levanté bastante juguetona.


Eran las 10 de la mañana y sonó mi despertador. Me desperecé, salí de la cama y
me puse mi camiseta preferida para estar en casa. Camino de la cocina me detuve
delante del espejo que tengo en mitad del pasillo, me observé de arriba abajo,
me miré a los ojos y me guiñé uno. Estaba sexy incluso cuando me acababa de
levantar. La verdad no sé que me pasaba pero me encontraba con la autoestima
por las nubes.

 

Ya en la cocina encendí
la cafetera y mientras se hacia el café busqué en la nevera algo para
desayunar. Mientras buscaba el frio de dentro hizo que mis pezones se erizaran
y me diera un pequeño escalofrío por toda la espalda. Cogí un poco de fruta y
un yogurt. Definitivamente tenía que ir al supermercado.

 

Mientras desayunaba mi
mente empezaba a funcionar y solo se me ocurrían cosas pícaras que hacer
durante el día. En serio, ¿qué me estaba pasando? La verdad no tenía ni idea
pero me estaba gustando como mi mente estaba trabajando.


Terminé de desayunar, me di una ducha refrescante y me lavé los dientes. Salí
del baño con solo una toalla en la cabeza y me fui a la habitación para ver que
me ponía. Con las puertas de mi armario abiertas de par en par observaba toda
la ropa que tengo. Repasando todo me preguntaba a mí misma “¿Cómoda o sexy?” y
mi mente inmediatamente desechó la palabra cómoda. Sexy será entonces.


Elegí una minifalda de tablas de color negro que me llegaba justo dos
centímetros por debajo de mi culo. Abrí el cajón de los calcetines y escogí
unas medias blancas que se subían solo hasta las rodillas. Para la parte de
arriba la selección se me antojaba muy sencilla, una camisa blanca desabotonada
por arriba y por abajo para dejar a la vista mis escote y mi piercing del
ombligo. Para rematar mi conjunto mis ojos se fueron directamente a unos
maravillosos zapatos negros con un tacón de 15 cm que me había comprado hacía
unas semanas. Completamente vestida me fui de nuevo para el baño para ponerme
un poco de maquillaje. Me decanté por ponerme simplemente un poco de mascara de
pestañas y nada más. Me retiré la toalla de la cabeza y dejé al aire mi melena
ondulada, me puse un poco de espuma para darle brillo y volumen y ya estaba
lista. Último vistazo en el espejo. Me pasé la lengua por los labios para darle
un pelín de brillo y me lancé un beso. ¡Estaba espectacular!


Cogí papel y boli y fui anotando todo lo que necesitaba comprar. Metí las
llaves del coche en el bolso y cerré la puerta.


Según bajaba por las escaleras me cruce con mi vecino del tercer piso. Le di
los buenos días pero se quedó tan perplejo con mi conjunto que solo fue capaz
de soltar un “uh”. Por el rabillo del ojo vi que seguía mirándome y se tropezó con
uno de los escalones. ¡Casi se abre la cabeza, el pobre! Sé que no está bien
pero me moría de risa mientras bajaba el resto de escalones. Parece que mi
conjunto funciona.

 

Andando hasta mi coche
era el centro de muchas miradas y de algún piropo. Alguno mejor que otro pero
es lo que quería, provocar.


Puse en marcha mi Mini Cooper descapotable y enfilé la carretera hacia el área
comercial de la ciudad. Con la música a todo volumen disfrutaba del viaje y del
aire que acariciaba mi pelo. Una mano la llevaba en el volante y la otra la
deslizaba suavemente por mis muslos con las uñas. Todo junto, el aire, la
música y mis caricias aumentaban mi temperatura.


Llegué al aparcamiento, cerré el coche y cogí un carrito. Me fui directa a la
entrada del supermercado con el mismo efecto que antes de subirme al coche.
Todos los hombres me miraban.


Ya dentro del supermercado paseé por la sección de ropa que tienen mirando
camisetas y algún pantalón, simplemente para hacer tiempo. Cogí una camiseta y
me la puse por encima para ver que tal me quedaba. Me estaba mirando al espejo
y vi pasar varias veces a un mismo hombre por detrás de mí. No dejaba de
observarme. En una de las pasadas me dijo “Cómpratela, estas muy sexy con
ella”. Me giré para darle las gracias pero se estaba alejando empujando su
carro.


Continué de paseo por el supermercado mientras iba cogiendo algunas cosas que
necesitaba. Me detuve delante de las conservas y buscaba mi marca de atún
favorita cuando alguien se acerco a mi oído y me susurró “veo que no has
comprado la camiseta”. Su cálido aliento en mi oreja y la sorpresa del momento
hicieron que me sobresaltara. Miré hacia la derecha pero había desaparecido,
gire la cabeza hacia la izquierda y allí estaba de nuevo empujando su carro.
“Este tío quiere jugar, pues juguemos”.

 

Tenía casi todo lo que
necesitaba, solo me faltaba leche desnatada y un poco de fiambre.


En la sección de lácteos al tener esos grandes frigoríficos la baja temperatura
hizo que se me pusiera la piel de gallina y mis pezones se endurecieron
poniéndose completamente erectos, produciéndome una sensación muy agradable al
rozar tan sensibles contra mi camisa. Extendí mi brazo para alcanzar el cartón
de leche y de nuevo un susurro en mi oído “veo que tienes frio”. Esta vez fue
distinto, al mismo tiempo que me susurró al oído pasó una mano por debajo de mi
minifalda y acarició una de mis nalgas. Me pilló completamente desprevenida y
fue una décima de segundo pero pude notar la delicadeza y fuerza de su mano al
mismo tiempo. Esa sorpresa aceleró mi corazón y mi excitación pasó de cero a
cien enseguida.


Con las piernas un poco temblorosas me fui directa a la charcutería para
comprar algo de fiambre sin dejar de mirar en todas las direcciones intentando ver
al hombre de los susurros. Llegué al mostrador pero había bastante gente, iban
por el número 19 y yo acababa de coger el 52. No tenía mucha prisa pero la
espera iba a ser larga.


Durante la espera me entretenía observando a la gente, sobre todo a los
hombres, que hacían cola. Me los quedaba mirando fijamente hasta que ellos se
fijaban en mí y me desnudaban y me comían con sus ojos. Yo sonreía de manera
tímida y pícara pero dentro de mí el fuego crecía. Apoye los brazos en la barra
del carrito dejando mi culo en pompa por lo que los hombres que pasaban por
detrás se quedaban mirando. Llegue a escuchar un “Manolo, ¿se puede saber que
estás mirando?” Era la causante de discusiones de matrimonios. Es una tontería
pero me sentía poderosa. De repente, la misma mano de antes volvió a acariciar
otra vez una de mis nalgas. Me incorporé rápido por el susto pero esta vez la
mano seguía allí, no se había movido.


Giré la cabeza hacia la izquierda pero el hombre me susurraba en el oído
derecho “estate quieta, no te muevas”, rápidamente la giré a la derecha y en mi
oído izquierdo me decía con tono más firme “te dije que no te movieras”. Al
mismo tiempo ya no era una mano si no las dos acariciando mis nalgas. Recliné
mi cuerpo levemente hacia atrás y mi espalda rozó su pecho. No sabía cómo era
su cara pero su pecho y sus manos me hacían suponer que estaba bien formado.


– Llevas toda la mañana jugando ¿verdad? – me dijo.

– No, solo que me
gusta sentirme sexy.

– Ya, pues yo sí
que voy a jugar contigo.


Volvió a acercarse y repasó con su lengua el perfil de mi oreja. El calor de mi
cuerpo era mayúsculo. Sus manos agarraron fuertemente mis nalgas y me acercó
hacia su entrepierna. La dureza de su sexo era palpable. Deslizó una mano por
mis nalgas hasta tocar con su dedo corazón mis labios calientes y excitados.


– Parece que alguien ha salido sin ropa interior de casa, ¿eh?


A eso solo pude bajar la cabeza y ruborizarme un poco. Parecía que él estaba
ganado el juego.

 

Sin dificultad de ningún
tipo introdujo su dedo en mi vagina. Lo sacó de nuevo completamente mojado y
esparció mis jugos por mis labios y mi clítoris. Yo, mientras, tuve que
aferrarme fuertemente a la barra del carro para acallar un gemido de placer. Seguía
jugando con mis labios y mi clítoris y no me resistí a echar la mano hacia
atrás para tocar su entrepierna. Era grande, dura y se notaba caliente a través
del pantalón. Poco a poco comencé a bajar la cremallera hasta poder meter la
mano y comprobar la textura suave de la piel tersa de su pene.


– ¿Te gusta lo que has encontrado?

– Si.- le dije con
un hilo de voz. 


Ahora mismo estábamos empatados en el juego.


Él continuó jugando con mi sexo, metiendo y sacando sus dedos mientras yo le
masturbaba.  La cercanía de nuestros cuerpos hacia que lo que estaba
pasando fuera prácticamente imperceptible por el resto de la gente. Introdujo
dos dedos dentro de mí y cada vez que un número de la cola aumentaba el
aumentaba su ritmo. Sentía como el calor subía por todo mi cuerpo y como mi
humedad se deslizaba fuera de mí y empapaba su mano. Su pene latía, parecía que
tenía un corazón propio era señal de que estaba llegando al orgasmo por lo que
disminuí el ritmo. En vez de seguir moviendo mi mano acariciaba su frenillo con
mi pulgar para tranquilizarlo un poco. Otro número más y su intensidad aumentó.


Seguí masturbándole pero ahora yo quería ganar. Tiré de su pene y lo saqué de
los pantalones. Me frotaba contra él. Lo rozaba con mis nalgas para que se
restregara contra mi culo. Me retiré rápido para que su pene cayera y se
metiera entre mis piernas, notaba como su glande recorría mi perineo hasta
besar mis labios. Moví mis piernas para que mis carnosos labios se abrieran y
abrazaran la parte superior de su pene, esto hizo que él se tuviera que agarrar
también a la barra del carro. Adelante y atrás, adelante y atrás, mi humedad
bañaba por completo su miembro. No quería que me penetrara solo quería jugar
con él. Otro número más y la intensidad de los movimientos aumentaba de nuevo y
mi turno estaba a punto de llegar. 

 

Frotándonos, ajenos al
resto de la gente disfrutábamos de ese momento. Sentía que mi orgasmo iba a
aparecer de un momento a otro. “¡Sí, sigue desconocido, sigue moviéndote.
Continua excitándome, vamos haz que me corra aquí en público!”. Otro número, y
otro. Estaba a punto de llegar. “¡Sí, lo siento, lo noto, va a llegar, va a
llegar, sigue, más rápido, sí!”


– Número 52, por favor.


Tan rápido como el charcutero dijo mi número, mi amante de supermercado se
retiró como si nada hubiera pasado y me susurro al oído “Otra vez será,
preciosa”.


Me giré para ver su rostro pero solo conseguí verle como las otras veces,
empujando su carro.




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