MORA

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MORA

En una sastrería, vivía Sabino, un señor mayor con mucha barba que se dedicaba a un oficio raro. En su taller, tenía todo lo necesario para hacer muñecos y muñecas llamados Azulón y Rosita: botones, hilo de muchos colores, aguja, telas, algodón. Era muy trabajador y ponía todas sus ganas en hacerlos perfectos. Pasaba muchas horas. Luego los vendía. Tenía una nieta pequeña, Dalia, muy curiosa, y aprendía poco a poco de su abuelo. Ella escribía en las etiquetas algunas palabras. Ayudaba a recoger las herramientas y a guardarlas.

Sabino abría el taller a las 8 de la mañana. Venían niños y niñas de todas partes a elegir su muñeco. Dalia los miraba, eran tan diferentes. Los niños elegían a Azulón, y las niñas, a Rosita. ¿Por qué elegían siempre lo mismo? Un día, le preguntó a su abuelo cómo trabajaba.

—Pienso en cómo deben ser los niños y las niñas y luego cojo hilo y aguja.

A Dalia no le gustó mucho la respuesta. Empezó a leer las etiquetas. Su propia letra era un poco mala:

Azulón: color azul, alegre, fuerte, valiente.

Rosita: color rosa, triste, débil, cobarde.

Mientras Sabino dormía de noche, Dalia, jugueteaba con los colores, la aguja y conseguía coser un poco, de mala manera, algo parecido a un muñeco. Ella no se rendía nunca. Pasaron los años, el abuelo se jubiló y Dalia se puso al frente. Seguía viniendo nueva clientela. Todo se repetía. Ella decidió cambiar.

— Abuelo, he pensando en hacer un nuevo modelo.

— ¿Ah, sí?

— He visto a los niños y las niñas, no se parecen a tus muñecos.

— ¿Y qué pasa? Tienen que esforzarse. Tienen las etiquetas
para saberlo.

— ¿No sería mejor hablar con ellos, ver cómo son y hacer otros muñecos?

— Está bien así.

— No sé.

La nieta siguió con sus ideas. Después de muchos intentos, acabó su muñeco. Escribió la nueva etiqueta. Llegó la mañana y lo puso a la venta. Una niña entró por la puerta.

— Quiero a Rosita.

— Tenemos una novedad.

— ¿Cómo es?

— Míralo. Puedes cogerlo.

La niña cogió con las dos manos el muñeco o muñeca, no estaba segura de lo que era.

— Es un poco raro, ¿no?

— Te acostumbrarás.

Dalia le ofreció el muñeco gratis. La pequeña salió a la calle y leyó la etiqueta.

Mora: color morado, valiente y cobarde, débil y fuerte, triste y alegre.

Dalia llegó a casa contenta. Su padre estaba haciendo la cena. Se lo enseñó y le encantó. Se vendieron muchos y todas las casas se llenaron de Mora. Los niños y las niñas se sintieron identificados con él.
Todos tenían un pedacito de valentía, de cobardía, de debilidad, de fortaleza, de tristeza y de alegría.




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