Mi soledad
Mi soledad no es femenina, no huele a sangre, tampoco a angustia, no se calma con la luna ni con el placer rejuvenecido de los 20 años. Mi soledad tiene el aroma efervescente de la palabra adulta, del hombre insensato, de la mirada aguerrida. Mi soledad va más allá de la tristeza, huele a rabia, a inconformidad, supera la alegría del 15 y último. No es asalariada, trabaja por cuenta propia y siempre se paga y da el vuelto. Esta soledad que me viste a diario no sigue tendencias, se calza a su ritmo, como le plazca, no obedece órdenes ni tablas de mandamientos. Me supera, me persigna, y me lanza al ruedo para que me corneen.