Antología de un debate
La conversación estaba acalorada. Mejor dicho, ELLA estaba acalorada con la conversación.
Cuando su colega sacó el tema a colación, él sabía que el debate sería interesante. Conociéndola como creía conocerla, él sabía que no sería una contrincante fácil de neutralizar en una batalla de ideas. Lo que no había previsto era que él se envolvería en el corazón del debate hasta que solo quedaron él y ella en el centro mientras todos los colegas presentes observaban deseosos de ver a dónde llegarían con el contrapunteo de ideas.
Cuando el argumento de ella fue total e irrefutable, él sintió en su interior una explosión de calor extraña. Aquella mujer no solo lo había neutralizado con la más aguerrida lógica, sino que había dibujado en su mente el mundo que ella había descrito y lo había hecho posible con sus palabras. En una frase: lo había convencido.
Nunca nadie había logrado tal cosa así que él reaccionó de una forma que nunca había hecho. Antes de que ella pudiera terminar su última frase, él simplemente la tomó con sus manos por las mejillas y le estampó sendo beso en los labios en frente de todos.
– “Tú eres libre de…” – fue la frase que aquel beso cortó en seco. El calor que emanaba de ella terminó de subir a su cabeza y una furia que hasta entonces no había sentido la invadió al reconocer el ardor, la pasión y el deseo de los labios de él. Había algo más en ese beso que ella no lograba definir, pero la furia que sentía por el hecho de que él se atreviera a besarla después de tanto tiempo, frente a todos y solo para acallarla la sacaron de sus casillas.
Con una fuerza que nadie imaginaba ella lo empujó acabando con el beso. –“Imbécil” – soltó con furia ahogada. Enseguida lo tomó por la solapa de la chaqueta y lo acercó de nuevo a su rostro hasta que los ojos de él quedaron a la misma altura de los suyos. Con voz contenida y muy peligrosa le dijo:
–“Nunca más en tu vida te atrevas a besarme solo para callar mi verdad” – Cada palabra fue acentuada por un matiz de acero gélido y firmada por su colérica mirada. Él no se atrevió a responder o a desviar la vista. De hecho, ni él ni nadie osaba moverse y un silencio sepulcral llenaba la sala.
La respiración de ella estaba agitada y aún sentía sobre sus labios el fuego de aquel beso. Sin embargo, un sabor nuevo estaba presente en ese fuego y ella lo asoció rápidamente a esa sensación nueva que había sentido durante el beso y que no lograba definir. Sin darse cuenta contuvo la respiración un segundo mientras lo miraba con llamas directo a los ojos y de pronto se dio cuenta de algo que la desestabilizó.
Eso que no lograba determinar pero que había dejado un dulce sabor en sus labios se reflejaba también en su mirada. Ella tardó 1 segundo más y un sinfín de palpitaciones en identificar aquella emoción. ¿Acaso era admiración?
Antes de que la fuerza de sus sentimientos y el peso de la historia vivida entre ellos amenazaran con desbordarla, ella sacudió la cabeza y soltó un bufido de exasperación. Admiración era lo que más le gustaba inspirar a su alrededor y ahora que la veía en él se sentía extrañamente satisfecha. Sin poder controlarse, ella bajó la mirada hacía sus labios y con frustración contra si misma por no poder retenerse, lo acercó hacía si y le estampó a su vez un rápido beso, apasionado y furioso, el segundo después de mucho tiempo.
Sus colegas alrededor seguían sin mover ni un solo músculo. Nadie se atrevía a replicar, nadie se atrevía a hacer una broma. El tono de la palabra imbécil y el acero en la frase que le siguió había revelado la existencia de un relato oculto entre ellos, una historia que no les pertenecía y a la que se sentían incapaces de profanar con burlas baratas.
–“Allez, on se calme”* – dijo el director. –“Quel bon débat on a eu ce matin!** Esta chica tiene talento. Si en alguien se puede confiar para hacer posible lo imposible, es en ella” – De esa manera aquel hombre de naturaleza traviesa desvió la atención de la vida privada de su amigo e hizo a todos pensar en el mundo que aquella joven extranjera había dibujado con sus palabras segundos antes. Todos aceptaron de buen grado esa dirección en la conversación y retomaron el debate en pequeños grupos que se dispersaron rápidamente. Solo ella y él permanecieron callados otro rato, mirándose a los ojos desde extremos opuestos de la sala. El mundo utópico que ella había descrito seguía presente y vívido en la mente de ambos al igual que el fuego, el olor y el sabor de los labios del otro sobre los suyos.
No se dijeron nada más aquel día ni ningún otro en las semanas siguientes, pero jamás olvidaron esa mañana, así como tampoco olvidaron esos besos ni las ideas que revolotearon ese día. Cuando más tarde esas ideas se tornaron en acciones, los resultados siempre tuvieron sabor a admiración y color de fuego, como el debate que todo inició.
*Ok, nos calmamos
**¡Qué buen debate hemos tenido la mañana de hoy!