EL CARRO MÁGICO
Vinculada a la Madre de todos, en algún lugar se expresaba una Niña, era inquieta y algo traviesa, no por ello, desconocía su verdadera meta. Afín a un lugar sin principio ni fin, como Ella – es decir la Madre, le mostró -, su inquietud se impacientó. Vislumbró a muchos rezagados y con la sencillez en la mano, de Amor se engalanó.
Regresaba un día del mercado, portando el carro de apetitosos alimentos cargado. En ese día de plenitud, un apuesto joven, se presentó:
– He aquí la belleza!!!! – gritó -. Cuanto alimento traes de Ella….!!!! – exclamó de pura ambición, oculta por una agradable sonrisa.
– Si tienes apetito, aprende y si quieres que te cocine, construye una cocina para hacer esos guisos que salgan de mis labios – le respondió la Niña – cuando muchos guisos yerres, y muchas ollas quemes, te habrás entonces saciado.
– Eres tu niña muy exigente – le dijo enfadado.
– Si en verdad eso piensas, es que ni tienes apetito ni intención de disponer de tu propia cocina. Quizás es que eres vago – le hizo saber su opinión con descaro.
– Eres, muy que muy repelente. A ti nunca nadie antes te dio un azote…? –preguntó más que irritado por tanta impertinencia.
– Muchos otros antes que tú me azotaron, pero ya ves, ahí sigo con el alimento en mi carro. Nada puede aniquilarlo por más que alguien intente vaciármelo –sentenció orgullosa.
El joven, ajeno a las palabras irrespetuosas de aquella niña, fue a por tres monedas de oro que ocultaba en su chaqueta.
– Con estas piezas tengo suficiente para comprarte lo que ahí llevas, así que dámelo – más que sugerirle le ordenó.
– No hay dinero en el planeta que pueda comprar mi riqueza – le soltó.
– Estoy harto de tu contienda. Dámelo.
– Sólo te lo daré el día que aquí regreses, sin proteger tus pies y sin Nada en absoluto que ofrecer – sentenció. Cogió alegremente por el mango su carro y se largó.
El joven estupefacto, quiso perseguirla, hasta quiso matarla por tanta osadía. Fue de tal magnitud su sed de venganza, que subió a un caballo, y se alejó en la lontananza. Pareció perderse de vista, lo que ocurrió es que se ocultó. Respiró durante unos días y volvió a regurgitar sed y hambre por pura avaricia. Tan preocupado estaba por sí mismo que se olvidó del día a día, para en el pasado y en la ofensa poner toda su energía. No era capaz de olvidar y en ese extraño juego, la obsesión no le permitió alcanzar ninguno de sus verdaderos sueños.
No halló más a la niña. Se maldijo y maldijo su picardía. Sintió que sólo con malicia podía sobrevivir a todos los días. Vivió o más bien malvivió. Respiró a ratitos para poder ahogarse a cada fase en el dolor. Trabajó, aunque la mayor de las veces robó, pues le usurpó al otro aquello que él siempre anheló. Su lucha por no ceder a su propio poder le hacía prematuramente envejecer. Pero no moría de viejo, moría de enfermo. Y por más que enfermó, de ninguna de sus armas se separó.
Estaba agotado y estéril. No entendió tanta infertilidad. Le sorprendía el día con su avaricia, le hincaba el diente a la estúpida desdicha. De tanto que odió, enfermó una vez más.
Un día, en pleno lamento escuchó una pequeña voz.
– Quien eres? – preguntó.
Entre sus sollozos pudo oírse el halo de la compasión.
– No te conozco, vete – la echó.
La Niña, tendida en el césped, rodeada de flores y mariposas de colores, en él siempre profundamente creyó. Sabía que lo conseguiría, sabía que conseguiría encontrar alguna vez el Amor.
– Porque no te vas, te he dicho que te vayas – ordenó entre amargas lágrimas, quien de joven ya no tenía nada, aunque la edad no fue quien lo abonó.
– Te apetece que te enseñe un guiso que te hará bien…? – sonrió juguetona.
– Qué haces tú aquí? Ahora ya sé quién eres…? Cómo me has encontrado…? Te recuerdo perfectamente y quiero que sepas que te odio y te odiaré siempre – la propia furia le ayudó a salir del llanto, del sentimiento de víctima que lo prendía en el letargo.
La Niña, sin forzar la situación, una semilla del más apetitoso alimento le regaló.
– Lleva unas instrucciones muy precisas, si eres meticuloso comprenderás la razón.
Sin más cogió sus cosas y marchó.
El joven, quedó estupefacto. Algo revoloteó en su corazón. Fue una sensación extraña, algo que le devolvió la razón. Cómo voy a hacer para creer en ello…? –se preguntó. Cómo lo hace ella…? – se cuestionó. Si cierro mis ojos no puedo ver nada. Aún así y todo los cerró. Fue por vez primera, el día que le puso la intención, cuando al cerrar sus ojos, el corazón le habló. Sintió algo en demasía extraño, pero era cierto que la semilla había germinado. Se apoderó de él un bosquejo de esperanza. Aquellos sentimientos que tanto le carraspeaban, quedaron olvidados y se secaron en la lontananza. Al mirar de otro modo, descubrió otros colores, inclusive al día siguiente, se despertaron en él los olores. Eran aromas irreconocibles, parecían de otros confines.
Pasados los años, muchos años, dejando la estirpe ya caducada, decidió vestirse para aquel día de gala.
Y allí estaba ella, frágil y fervorosa, emitiendo los sonidos que el pálpito del viento impregnaba en sus ropas, hechas de flores de terciopelo y de cromáticas mariposas.
– Es posible tanta dicha!!!!! – le preguntó el joven.
– Lo es y es así por qué lo hice por Él – señaló. Y su delicado índice se dirigió a aquel paraje. Para expresar después el siguiente mensaje: Cuando soñé por primera vez, vi un océano ungido de cielo. Vi un poderoso horizonte, álgido y sin miedo. Vi una extraña bruma, solaparse sobre el agua, ajena de toda locura. Y después, de mucho sentir y sentir todo ese vivir, le pude ver a Él. Estaba ante
mis ojos, por el coraje embriago, de ausencia, delicado y por la paciencia, entregado. Tan entregado que me preocupé por su estado.
Y cuando entre lágrimas desperté, supe que nuestras manos se habían enlazado. Que nuestros corazones, poderosos de razones, se habían amalgamado y en ese espectacular proceso, nació el Amor verdadero.
– Fue algo mágico, – se emocionó ella al recordarlo, mientras el joven permanecía estupefacto. Y siguió Ella explicando…
Por si alguna duda quedaba, Él, cogió y derramó una lágrima. Fue una sola gota, para que Ella recordara. Y Ella así lo hizo. Lo recordó. Recordó aquel sueño y entonces también lloró.
Al escuchar su llanto, emergió de su morada para hacerle a Ella saber, algo que la propia creación ignoraba de Él:
-Cómo iba yo a saber de mí si no fuera por ti… – explicó con la mirada clavada en su rostro. Los fogonazos de sus ojos, la alertaron.
– Cómo puede eso ser? – se ruborizó -. No puede ser así. Tú me creaste, me amaste y me brindaste, la mayor oportunidad que tiene todo Ser. La de amar siendo Niña y siendo Madre.
– Pues es lo que te digo. Por mí ni siquiera sabría quién soy ni quién soy capaz de ser. Sólo aprendo de mí, cuando tú sueñas conmigo y tal y como me ves, es tal cual, tengo capacidad de Ser, eso es lo que en verdad se. Es así como te lo digo.
– Quieres decir que hasta que no te identifico en una condición, tú no puedes ver el resultado de tu propia creación? —inquirió llena de orgullo. Pues nunca se imaginó que su Amor podía provocar aquella extraña situación.
– Claro que sí, Amada. Ya sabes que sin ti, ni vida ni nada – y la voz enmudeció.
El joven de repente reaccionó. Lanzó al suelo todo lo que tenía y después se descalzó.
– Nunca supe reconocerte lo suficiente, pero hoy, has hecho verme que para existir en paz sólo tengo que aceptarte y quererte.
– Ah! – exclamó ella – eso está bien. Alzó su mirada y al encontrarse por él cegada, supo que pudo por fin comprender. Todo lo que soy es ahora tuyo, puedes coger lo que quieras – mostró su carro y le sugirió un guiso.
– No quiero más nada, ahora sólo quiero mecerme y que me mezas en tu almohada –inquirió él con aspecto de niño.
– Pero ahora yo ya soy una Mujer… – le recordó -. Qué precioso eres!!! Casi no podía reconocerte – le acurrucó -. Reconoció a aquel añejo joven imberbe que con una sonrisa un buen día, la conmovió de por vida.
– Ahora en tu regazo puedo sentir la Luz de mis abrazos – se confesó -. Siento que cada día tuve que aprender a quererte a través del dolor que supone el reconocerte.
– Pero es que yo ya te quiero y siempre te quise, sin necesidad de conocerte. No puedes hacer tú eso…? – se extrañó.
– En cambio yo preciso del tiempo para poder verte y aceptarte– declaró él.
– Quién es Él, a quien tanto amas, crees que ha llegado el momento de que yo pueda conocerle…?
Y así fue como ella conversó con la Luz de la Mente, su hijo otrora rebelde y también como ella le mostró a ese hijo, la osadía y donde se escondía la verdadera vida.
Mientras, el Ojo del Padre observaba, emitiendo Luz y Fuego en su mirada. Ella lo había conseguido. Por Amor a Él y a su Hijo. Cómo no iba a ser de otro modo. Pues nunca necesitó entender para creer en Él, creyó gracias a la intuición de su Corazón. Esa fue su gran lección.
Relato mágico y precioso donde los haya. Espero que muchas personas lo puedan leer. Maravilloso
Me ha encantado ….
Una historia preciosa, me ha conmovido.
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