El invento de Ciencia
Ciencia era una niña que trabajaba limpiando y cuidando el edificio del consejo de hechiceros del reino. Era una niña muy lista y estudiosa, y cuando tuvo la ocasión de aprender desde cerca de tantos hechiceros, no dejó pasar la oportunidad. Sin embargo, después de llevar un año con ellos, escuchando a hurtadillas sus reuniones, estaba muy preocupada: los hechiceros nunca hablaban de nada nuevo, todo era contar historias de cuando hicieron esto, o cuando aprendieron lo otro.
Ciencia había ido leyendo todos los libros de los que hablaban los hechiceros, y de todos los temas que mencionaban, pero llegó un momento en que ya no sabía qué aprender, porque ya no contaban nada nuevo, así que Ciencia comenzó a leer nuevos libros por su cuenta sobre miles de cosas nuevas.
Sucedió que en aquel país llegó una sequía muy larga, algo que nunca había ocurrido en aquel lugar del mundo.
Los hechiceros propusieron sus soluciones, pero como era algo que nunca habían vivido ni se habían molestado en estudiar, todas sus propuestas resultaron ineficaces. Ciencia, que se había convertido en una experta sobre el clima, viendo que sabía mucho más, se atrevió un día a interrumpir las deliberaciones de los hechiceros para proponer algunas soluciones. Los hechiceros, sin embargo, no le hicieron ni caso; dijeron que era muy pequeña, que ellos eran ancianos expertos, y que no les molestase más.
Ciencia se sintió tan triste y ofendida, que a partir de aquel día dejó de asistir al edificio del consejo, y se encerró en el desván de su casa. Sólo salió de allí varios días después, empujando un carrito, y se fue directa a ver al rey, a quien mostró su invento: una extraña máquina con muchos botones y una larguísima tuba.
—Este es el exprimidor de nubes —dijo Ciencia—. Y acabará con la sequía.
—Hummm —comentó el rey, incrédulo —. ¿De verdad funciona esto?
Ciencia se inclinó sobre la máquina y pronunció algunas palabras en voz baja, que se transformaron en unos extraños ruidos graves que salieron por la tuba como si fuese un altavoz. Pasados unos segundos, comenzó a caer una ligera lluvia que cesó al poco rato.
— ¿Has hecho magia? —dijo el rey—. ¿Eres una bruja?
— ¡Qué va! —respondió Ciencia—. Es un invento científico.
El rey se mostró entusiasmado y mandó llamar a los hechiceros para que vieran el invento, y Ciencia volvió a hacer una pequeña demostración. Los hechiceros entonces comenzaron a elucubrar sobre el genial invento: que si estaría basado en la rugosidad atmosférica, que si era producto de un espejismo lunar y otras tantas cosas igualmente ignorantes sobre el tema que arrancaban de Ciencia ligeras sonrisas.
Y al rato de comenzar a hablar los genios, comenzó a llover con una fuerza increíble, como no se había visto nunca. Los hechiceros siguieron hablando, y llovió aún con más fuerza, hasta tal punto, que el rey pidió a Ciencia que desconectara la máquina. La niña apagó la máquina y cesó de llover, y ante las miradas atónitas de todos, les explicó:
— El exprimidor de nubes sólo es un traductor. Traduce las palabras y las amplifica para que las nubes puedan entenderlas
— Y entonces, ¿por qué se pone a llover? —preguntó el rey — ¡Ah!, eso es sólo porque las nubes tienen muy buen humor, y ¡lloran de risa cada vez que oyen una tontería!
Entonces todos miraron a los hechiceros en tono acusador, y éstos se pusieron rojos como tomates de la vergüenza. Y aquella experiencia resultó estupenda para el reino: porque no sólo acabaron con la sequía, sino que dejaron la máquina encendida y a partir de aquel día, para evitar que las nubes les avergonzaran con su risa, los habitantes de aquel reino aprendieron a estudiar todo cuanto podían, y a no hablar de lo que no sabían.