Infierno

Infierno

La mujer del apartamento 3b se despertó a la misma hora, como todos los
días; justo antes de que su reloj despertador con la melódica voz del locutor
de la emisora de siempre anunciara la hora: “son las cinco y treinta, aquí
en”. Estiró sus brazos desperezándose, se sentó y restregó sus ojos para
despabilarse. Bajó los pies de la cama y se instaló sus pantuflas color rosa
mientras escuchaba las noticias: “Dos sujetos fueron balaceados por
efectivos de la policía cuando huían de la escena del crimen, los presuntos
criminales no sobrevivieron al enfrentamiento armado”. Se levantó y
conectó el calentador de agua y estiro de nuevo los brazos mientras bostezaba;
fue a la cocina y encendió el primer fogón de la estufa, lleno una olleta con
agua y la dejó hirviendo, se quedó ahí, mirando hacia la nada durante un rato,
luego se dispuso a bañarse. Entró en la bañera y se desnudó, colocando
delicadamente las pantuflas en un lugar en el que no se mojaran. Se miró en el
espejo y vio que su operación no había sido un error, algo faltaba desde hacía
algún tiempo; en el lugar en donde deberían estar sus senos había dos
cicatrices planas y recientes. Sollozó mientras pasaba sus manos por el espacio
ausente en donde antaño había dos bellas montañas inescrutables. Salió del baño
corriendo para apagar el fogón y en el agua puso dos cucharadas de café clásico
y una de azúcar, revolvió y espero frente al fogón apagado un rato mientras el
café que preparaba se asentaba. Sirvió su café, soplo un par de veces y tomo el
primer sorbo, giró hacía su cuarto desordenado y se dispuso a organizarlo; la
ropa estaba clasificada en colores y tamaños en un closet grande y bien
distribuido en la pared de enfrente del cuarto. Recogió y organizó de tal
manera que a los quince minutos la habitación estaba ya arreglada y la cama
tendida. Estaba algo sobrecogida pero no sabía por qué, sin embargo, se vistió
con el traje de los jueves, una camisa blanca con flores estampadas, un
pantalón de paño azul, los zapatos blancos con puntos azules, una bufanda
tejida azul; se aplicó el perfume Chanel que le había regalado su padre hacía
algunos meses. Se puso un saco azul también y salió de su apartamento; bajó los
tres pisos por las escaleras y revisó su casilla de correo; había una carta del
Instituto Cancerológico, abrió la carta y tras leerla suspiró, arrugó la carta
en su mano haciendo un ovillo de ella, luego la arrojó en la caneca y subió a
su apartamento; sacó las llaves, abrió la puerta y dejándola abierta entró al
cuarto de baño; cerró con llave el cuarto, abrió el cajón tras el espejo y tomó
un frasco de pastillas, lo abrió y se tomó todas las que pudo antes de
desmayarse.

La mujer del apartamento 3b se despertó a la misma hora, como todos los
días; justo antes de que su reloj despertador con la melódica voz del locutor
de la emisora de siempre anunciara la hora: “son las cinco y treinta, aquí
en”. Se sentía sobrecogida pero no sabía por qué. Ejecutó la misma rutina
de todos los días; se puso la camisa blanca con flores estampadas y el pantalón
de paño azul de todos los jueves, salió de su cuarto tras ordenarlo y bajó los
tres pisos por las escaleras; revisó su casilla de correo y encontró una carta
del Instituto Cancerológico, la arrugó en su mano y subió, abrió la puerta de
su apartamento y se encerró en el baño.




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