K14Ra
La nieve caía dulcemente sobre la acera. Su descenso desde las altas y voluminosas nubes blancas metros y metros arriba era plácido. Tanto que, por mucho que los copos insistieran en acumularse en la dura piedra con tal de ablandecerla, se deshacían en diminutas gotas de agua mucho antes de que sus níveas compañeras acudieran a socorrerlas. Clara no pudo sino evocar el recuerdo de su madre espolvoreando con azúcar el bizcocho de todos los domingos. De la misma forma que la nieve, el dulce polvo blanco se transformaba en una líquida superficie trasparente al contacto con el bollo.
Sumergida en esos pensamientos, Clara recorría el camino desde la puerta de casa hasta la parada del autobús que la llevaría al colegio. El primer día de muchos otros esperaba. Tan nerviosa estaba, que el día anterior había decidido ir a aquella parada no fuera el caso que cuando llegara el gran esperado día, se perdiera de camino a allí. No obstante, no contaba con que se pusiera a nevar. ¿Y si resbalaba?¿ Y si se empapaba?¿ Y si se caía y se rompía una pierna? Bueno, a lo mejor era un poco exagerada, aunque no por ello estaba errada. Siempre analítica, por muy tiernos que fueran sus nueve años, Clara no podía pasar por alto un detalle así. Debía causar una buena impresión. Todo dependía de eso, y aunque el pelo un poco húmedo y despeinado no harían mucha mella en su imagen, un abrigo y una cara completamente enfangados sí podrían. ¡Qué difícil podía resultar encajar!
De camino, Clara se percató de que las cosas parecían muy diferentes a como las había visto el día anterior; el bosque de altos y afilados pinos que bordeaba la carretera resultaba todavía más esbelto; las nubes sobre sus copas los habían perfilado aún más y sobre sus espinas empezaban a acomodarse los delicados copos de nieve confiriéndoles un toque blanquecino; el viento mecía sus ramas y, como resultado, una melodía jamás tan caótica aunque al mismo tiempo absorbente, se hacía oír. Clara se extrañaba cada vez que se cruzaba con alguien con unos auriculares en sus orejas. Comprendía que los llevaran puestos por la ciudad aún y el riesgo de no oír el claxon de un vehículo a punto de arrollarlos, pero, ¿allí?¿ Qué sentido tenía?¿ Acaso no sabían lo que se estaban perdiendo? No era su intención menospreciar años de trabajo de músicos y compositores, pero algo tan inaudito era una melodía nacida espontáneamente de la naturaleza como ver un cometa surcando el cielo por la noche para ir a posarse sobre tus manos. O, al menos, esa era la opinión de Clara.
Pero, ¿qué sabía Clara realmente de la vida? ¿Quién era ella para juzgar lo que era hermoso o no? Por mucho que le ofuscara esa respuesta, seguía siendo la misma: nada.
Y sí, no me he confundido al decir nada en lugar de nadie, pues nunca una palabra fue más exacta. Clara disfrutaba de todos aquellos detalles que el día a día le ofrecía. Incluso el fuerte viendo golpeándola y del que muchos otros hubiera preferido cobijarse, para ella no era más que un estímulo más que añadir a la breve lista que ya había creado. Gran parte de su corta vida, la había pasado sumergida en una terrible oscuridad; un pozo pequeño y diminuto de paredes rectangulares y tacto acolchado. Recordaba con tristeza aquellos días y esperaba no tener que volver a ellos. Una caja, a su entender, no es un buen sitio para un niño por mucho que aquellos que se hacían llamar sus creadores la llamaran útero.
Hecha de piezas de metal y elaborados polímeros sintéticos, Clara no era más que un objeto con forma humana. Un día no existía y al siguiente su consciencia tomaba lugar para ir a parar a una caja. Junto con muchos y muchas como ella que esperaban a que llegara el día en que alguien los comprara. Los más afortunados lo hacían desde un escaparate, no obstante, fuera cual fuera su útero de madera, nadie te advertía de cuan largo podía resultar aquel letargo. Incapaz de mover o articular palabra, sólo el hilo de pensamiento los mantenía con vida. Un hilo conectado a muchos otros en una gran red de mentes informáticas. Todos ellas a la espera de ese gran día en que algo de luz entraría en sus vidas y saldrían de la caja. Mientras que unos a otros se animaban, empezando por los más jóvenes, aquellos que llevaban más tiempo allí encerrados preferían quedarse al margen. Al parecer, había un determinado momento en que aquella dormida consciencia artificial perdía toda esperanza de salir. ¿Qué había más allá? No tenían ni la más remota idea. En sus circuitos sólo había existencia pero no detalles respecto a qué la componía y en qué mundo se desarrollaría. De ahí que el anhelo de salir fuera aún mayor. Clara, o K14Ra como se la conocía en aquel entonces, esperaba poder liberarse antes de llegar a aquel punto de rendición.
Y llegó. Un día como cualquier otro, notó un temblor. No lo comprendió en un primer momento, pero se trataba de un cambio y en su vida eso sólo podía significar una cosa. A continuación, vinieron otros muchos temblores y sacudidas, todo mezclado con una gran variedad de sonidos que jamás había oído. Eran pequeños rastros, pistas del mundo que había más allá. Estaba empezando, era su momento. Y entonces, la caja dejó de moverse. Y lo hizo por mucho tiempo. Estaba quieta de nuevo y la luz seguía sin venir a ella. ¿Por qué? Acaso, ¿se habían limitado a trasladarla? Moverla a otro sitio más adecuado para el útero que la contenía y de vuelta a la larga espera. Comprendió en ese momento qué había empujado a perder la esperanza a los más viejos que ella y había sido precisamente la propia esperanza. Tantas horas para reflexionar, incluso cuando sabía tan poco del mundo que la había creado, habían convertido a K14Ra en una filosofa, una al borde de la oscura locura que algunos llaman pensamiento. Podía notar sus circuitos tornarse cada vez más… menos suyos.
Despertó, lo que resultaría ser su salvación. Increíblemente, alguien la había despertado. Y no lo supo porque una repentina ráfaga de energía la inundara activando todos sus sistemas y chips, ni tampoco por el sonido de su útero rompiéndose en mil pedazos, sino por el brillo cegador. ¿Eso era luz? Después de tanta espera, no le resultó para tanto.
Vio muchas cosas fuera de aquella caja. Todas de distintas formas y tamaños y algunas incluso que se movían y emitían sonidos que reconoció como palabras memorizadas en su código fuente; esos debían ser humanos. No se había visto nunca a sí misma por lo que se había creado incontables imágenes mentales de su propia apariencia. Supo al verlos que no se había acercado ni de lejos. Eran pequeños, delgados y blandos; frágiles. Qué decepción. K14Ra, como humanoide, debía ser parecida a ellos. Al fin y al cabo, esa era la idea.
Por un momento, mientras empezaban a desembalarla se permitió el lujo de creer que por fin sería libre, de que podría conocer todo aquello que se le había negado tras la larga espera. Quiso gritar de júbilo, pero aún tenía plástico en su boca y sus sistemas sólo estaban empezando a funcionar. Había salido de su cárcel, pero seguía viviendo en un cuerpo inútil que, cual bebé, debería aprender a funcionar por sí mismo. Mas ese no sería el único precio a pagar por la libertad. Una vez desenvuelta por completo, quedo desnuda a merced de sus dueños. Era una pareja, ellos serían sus padres, ellos la protegerían, ellos…
Un torrente de dolor la invadió. ¿Qué era aquello? ¿Qué eran esos datos que invadían su mente? Números, letras, imágenes y largas series de ceros y unos bailando en una ordenada danza iban y venían por sus circuitos hiperactivos. Parecían seguir un patrón, uno que resultaba más sencillo de leer a cada segundo que más de aquella extraña mezcla le era inyectada. Y resultó que tenían en común a una pequeña niña de ojos verdes como la menta fresca y largos rizos oscuros cayendo de su cabeza. Fue conociendo poco a poco aquella niña, desde el libro de cuentos que su madre, la misma mujer que tenía delante, le leía por las noches hasta el nombre de su mascota. Supo cuál era su comida favorita y qué canción de piano le había costado más aprender y cómo llegar a tocarla. Sin excepción, toda la vida de esa criatura fue introducida en forma de datos entre los suyos propios. Su sistema operativo ya no era sólo suyo y es que para ganar su tan anhelada libertad, K14Ra se tuvo que convertir en Clara. Tanto fue así, que notó su cara de plástico moldearse según la imagen de la niña y sintió esos mismos rizos crecer en su calva cabeza. Su cuerpo entero, del que apenas había tenido consciencia, cambiaba completamente por el de otra persona cual milagro de la alta tecnología. El dolor se acabó de golpe y Clara supo que había nacido.
Esa era la breve historia de Clara, aunque no se trataba de la auténtica. En apenas dos días todas sus funciones se habían activado y unos esperanzados y, en parte, recelosos padres la trataron como si de su pequeña niña se tratara. Una cara de decepción aparecía en sus rostros cada vez que Clara se quedaba mirando el plato que le ponían delante incapaz de digerir nada de aquello sin estómago ni intestinos. Más desconcertante les resultaba verla todas las noches conectar un cable que salía de su espalda en uno de los muchos enchufes y qué decir del primer día que les preguntó dónde podía encontrar uno para cargar sus baterías. Veían a su hija en Clara y cada detalle que se alejaba de la humanidad tan aparente a primera vista en ella rompía el tan anhelado hechizo. Era una sustituta, un objeto con la forma y las capacidades de su hija muerta. Y eso resultaba duro. La compañía de robótica se había esforzado en advertirles que no sería sencillo, que no debían evocar todas las ilusiones que tenían para su hija en K14Ra porque por muy humana que pareciera nunca sería una niña de verdad.
No obstante, las incómodas situaciones que habían conseguido sacarles alguna que otra lágrima o sollozos pasaron a ser algo cotidiano. Hacerlas parte de la rutina fue algo espontáneo aunque al mismo tiempo necesario. Nunca olvidaban que la Clara ante ellos era una de metal conducida por una corriente eléctrica, pero tampoco pensaban en ello. En su lugar, se dejaron embelesar por ella; se reían de sus inocentes preguntas y la escuchaban tocar el piano; jugaban con ella en el jardín y leían cuentos por la noche antes de ir a dormir, siempre, por supuesto, endulzados por un beso de sus pequeños labios.
Por su parte, Clara se sentía feliz. Ella mejor que nadie era consciente de su realidad, pero había aprendido a conformarse. Dentro de su caja había anhelado conocer mundo y vida, deseaba ser libre. Parte de esa libertad le había sido arrebatada al transformarse en Clara y otra gran parte al adueñarse de su vida. Mas, en lugar de sentirse frustrada, vio el bien que estaba haciendo por ellos. Una solución imperfecta a un problema imposible, pero ¿acaso eso no la hacía más humana?
Así que dejó que su vida siguiera por donde la había llevado. Dejó que el reacio viento la golpeara en la cara y que sus diminutas huellas de botas se dibujaran en la nieve mientras esperaba el autobús que la llevaría a la escuela. Y, como siempre, vigiló de no resbalar al subir pues debía dar una buena impresión a sus nuevos y, al mismo tiempo, antiguos compañeros. Sólo Clara (K14Ra) sabía lo difícil que podía resultar encajar algunas veces.
Precioso :´)
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