LA AMARGA TRISTEZA DE CONSUELO
La vi salir por la puerta trasera del campo Santo. Iba sola y cabizbaja como abstraída del mundo y ajena a él.
Solo me brindó a su cruce junto a mi, un “buenas tardes” a media voz.
Camina despacio como si nadie la aguardara en casa. Vestida de negro
enlutado, y su blanquecino cabello recogido en un clásico moño.
Ya no se acuerda de nadie porque nadie le importaba tanto como el hijo
al que visitaba diariamente al cementerio. Un hijo caprochoso por ser
único y que malvivió su escueta vida ochentera deleitándose con las mortíferas dosis de heroína.
Consuelo, haciendo alarde a su nombre, llevaba tiempo queriendo volver a
ser la mujer de antes. Una agradable señora risueña que se donaba a
todos sus paisanos y que acudía a los talleres de costura de la
parroquia. No pudo volver a ser la que era. Le habían sustraído
literalmente el alma y lo habían sembrado en los verdes jardines del
campo Santo, flanqueado entre cuatro espigados cipreses.
Con los
años, se descuidó en su aspecto…, ya nada le importaba, ella sólo se
embelleció para su difunto esposo y para su José Carlos en vida, al que
visita ahora periódicamente y charla con el sentada frente a su nicho de
frío mármol mientras consume horas de silencio cosiendo.
Qué
tristeza ver como ha menguado tanto una vecina a la que tanto aprecio y
contemplar que, prácticamente no te reconoce. Daría la impresión de
pedir a gritos la misma suerte que su hijo para salir de este trance que
la incomoda.
Cada día, después de la siesta, sobre las cuatro de
la tarde y bajo los últimos rayos anaranjados del sol, cruza fielmente
su “Calle Azucenas”, y se adentra con su cubo y trapos de limpieza bajo
el brazo a la antigua carretera que va al cementerio. Su amor le espera
impaciente tras una reluciente piedra negra con su nombre y fecha y una
foto sonriente en blanco y negro. Las flores de su nicho nunca se
mustian porque ella está siempre atenta a la descomposición del
ramillete, que sustituye y riega con lágrimas.
Una triste vida de
entrega cuando su José Carlos vivía y tras su temprana muerte. Por el
camino viejo que va al pueblo, ya regresa Consuelo con sus negruzcos
ropajes sin prisa, porque nadie la espera y dando cortésmente sus
“buenas tardes” a personas que la conocen de siempre como pidiendo ser
respetada en su particular mundo donde solo caben ella y su hijo del
alma.
Miguel Ángel de la Cruz.
Inédito. 2019